La guerra como gran decepción. El enigma de Drieu La Rochelle
por Steven Forti
¿Quién lo hubiera dicho en 1914 que ese joven fracasado acabaría suicidándose en la París liberada tras la ocupación de los nazis? Muy pocos, la verdad. Pierre Drieu La Rochelle es un hombre-incógnita para muchos. Para otros es un barco a la deriva en esa Europa carcomida por los fascismos. Y para algunos no es nada más que un lúcido intelectual siempre fiel a si mismo. Un verdadero enigma, en suma. Su bautizo literario, así como su bautizo humano, lo tuvo en las trincheras de la Gran Guerra. Como en el caso de Curzio Malaparte, que encontramos en la pasada entrega de Papeles y fusiles, fue la Gran Guerra lo que marcó su vida.
Alistarse en el ejército por frustración
Nacido en 1893 en el seno de una familia burguesa y conservadora afincada en París, Drieu se alistó en el ejército galo en noviembre de 1913. Fue un fracaso escolar –haber suspendido el examen para entrar en la carrera diplomática– que Drieu vivió como un fracaso vital, lo que le empujó a ingresar en las Fuerzas Armadas. En agosto de 1914, mientras aprendía a marchar y a disparar en La Pépinière, fue movilizado. Nada épico, ni nada romántico, vamos. Todo muy distinto al Bardamu de Céline.
A partir de ahí empezó su flemático calvario, entre algunos días en el frente y muchos en los sanatorios de medio Hexágono. Un obús le hirió en las primeras semanas de la contienda en el frente belga, donde murió su amigo y compañero de estudios en ‘Sciences Po’, André Jéramec. Con su hermana, Colette, por cierto, el dandy parisino se casó en agosto de 1917. Fue la primera de muchas mujeres que le amaron y le mantuvieron. Los meses siguientes a esta primera herida, Drieu los pasó en un sanatorio de Deauville, en Normandía, donde escribió los primeros poemas. Ascendido a sargento, volvió al frente, esta vez a Reims, en Champaña. No duró ni tan solo diez días: un balazo en el brazo izquierdo lo obligó a pasar varios meses entre Toulouse y París a la espera de reincorporarse. En la primavera de 1915 ni le dio tiempo de luchar en la batalla de Galípoli: plagado por la disentería y la sarna, regresó pronto a un hospital, esta vez el de Tolón. En febrero de 1916 encontramos a Drieu en el frente de Verdún, donde es herido gravemente –le quedará siempre una pequeña atrofía en un brazo y daños al oído– y después en varios hospitales. Gracias a la intervención de la familia Jéramec, consiguió trabajo en el Secretariado del Estado Mayor en París, donde se quedó prácticamente hasta el final del conflicto, aparte de un mes en 1918 cuando fue destinado, gracias a su conocimiento de la lengua inglesa, a Verdún como intérprete en el Alto Estado Mayor para las relaciones con el ejército estadounidense. Un punto en común con otro de los personajes que hemos encontrado en estas páginas, Jacques Vaché, que pasó el último año de guerra trabajando como intérprete para los británicos. Drieu, Malaparte y Vaché: unas vidas cruzadas.
“La guerre me remplit du besoin impérieux de crier, de chanter”
La guerra había sido para él una gran decepción, como apuntó Dominique Desanti. Y no es casualidad que esta experiencia y esta decepción volverán continuamente a lo largo de su producción literaria y de sus reflexiones en los años siguientes, en un primer momento en la forma más cáustica y hasta cierto punto intimista de los poemas y de los relatos y en un segundo momento en la forma más dura y politizada de Gilles y del Journal. Con el pasar de los años y simultáneamente a su proceso de deriva fascista, se percibe en sus obras una cada vez mayor reinterpretación de la guerra como un lugar de realización de un determinado modelo de hombre que se enfrenta a todos los síntomas de la decadencia. En modo similar, pero necesariamente distinto a Ernst Jünger, Drieu desarrolló, a partir de la experiencia en los frentes de la Primera Guerra Mundial y al clima político y cultural de los años de entreguerras, un culto de la violencia regeneradora y de la virilidad agresiva como única vía para vencer definitivamente a la decadencia existente.
Como explicaba en un texto de 1943, “Je partis pour la guerre. Avais-je beaucoup à dire jusque-là ? Non. […] Sans la guerre aurais-je eu de longtemps quelque chose à dire ? Non plus […]. Du jour au lendemain, la guerre me remplit du besoin impérieux de crier, de chanter.” Y efectivamente, Drieu escribió las primeras poesías en el sanatorio de Deauville, tras esa primera herida en el frente belga. Sus dos primeros libros, publicados por las ediciones de la Nouvelle Revue Française, Interrogations (1917) y Fond de cantine (1920), hablan “de la guerre et uniquement de la guerre”, como explicaba el mismo autor unos años después.
En Interrogations, el yo del joven poeta-soldado se relaciona, se enfrenta y a menudo choca con la realidad que le envuelve: “les hommes furent soumis dans l’instant à l’avènement de la guerre et du sang. [Ils] savent seulement que le jour des tueries est venu”. Al mismo tiempo, Drieu mantiene una tensión constante y a veces no resuelta entre la glorificación de la guerra y su exposición como pura destrucción. Y, como para muchos otros miembros de su generación, la guerra se había convertido para él en una especie de tentación: “À nous autres, jeunes hommes éduqués par le verbe orgueilleux de Nietzsche et de Barrès, Paul Adam, Maurras, d’Annunzio, Kipling, excitateurs du monde occidental, la guerre offrit une fraîche tentation.”
Sin embargo, a diferencia de otros poetas que vivieron la experiencia de las trincheras, como Guillaume Apollinaire, otro de los personajes que hemos encontrado en las anteriores entregas de Papeles y fusiles, en Interrogations Drieu no magnifica la guerra en un sentido técnico, sino en un sentido vitalista. De la guerra el poeta trae la inspiración y el impulso para poetizar el evento bélico que tiene necesariamente que pasar por su ego. Aparece también la frustración por una experiencia disminuida de la guerra entrelazada a la visión que el soldado tenía de la relación entre el momento del ataque y las largas y monótonas horas de espera en las trincheras. Una relación igual en su percepción, pero completamente distinta en su elaboración a posteriori, respecto a la, por ejemplo, del italiano Emilio Lussu:
Je ne renierai pas Charleroi […] là je connus l’indéniable minute / Quand je chargeais contre vous, à huit cents mètres, avec mes délicieux Français […]. Depuis ce jour premier, des ans s’épanchèrent monotones et nous ne connûmes le plus souvent dans les tranchées qu’une bestiale abomination.
(continuará el próximo lunes)
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