11 Nov

Encefalograma azulgrana y plano

por Carolina Montoto

Soy la doctora M., especialista en medicina familiar y comunitaria, y si hay algo que hace que me suba por las paredes es la gente que pasea con orgullo la camiseta del Barça. De un club que cuenta en su haber con defraudadores fiscales y que presume de patrocinadores que han tenido por práctica habitual explotar a niños. Y me enerva, sobre todo, la gente que de esta guisa acude a la consulta. Como ahora ocurre. En mis ojos se dispara un tic nervioso y noto que una oleada de calor me invade el cuerpo hasta convertirme en una olla de presión a punto de explotar. Intento soltar la válvula poco a poco, respiro hondo y me dispongo a atender al azulgrana como buenamente puedo. Hagamos tabula rasa.

El paciente me expone sus dolencias.

Y yo, tabula rasa pese a tan irritante camiseta instalada frente a mis narices, empiezo a escribir en su historial que el hombre, un varón de treinta y nueve años de edad, padece desde hace un mes dificultades para conciliar el sueño y palpitaciones que él achaca al estrés en el trabajo.

¿Es eso todo? No, el azulgrana no ha acabado de hablar. Estrés en el trabajo, me chilla como si estuviéramos ante la retransmisión del Mánchester City-Barça, porque cada vez nos aprietan más, porque llevo un año en período de prueba, porque tengo que hacer horas extras sin cobrar, porque las reformas laborales nos han convertido en esclavos.

Mi olla de presión vuelve a caldearse y a punto estoy de preguntarle si no sabe que detrás de Qatar Airways está la familia monárquica de Qatar, y detrás de la familia monárquica de Qatar, un país en el que muchos emigrados trabajan en condiciones de semiesclavitud y donde rige la sharia. Pero, de pronto, mi parte más cartesiana sale de entre las sombras y se dice que este contradictorio ejemplar de azulgrana concienciado es digno de un examen científico en toda regla para entender qué pasa por sus sesos.

Insisto: Qué demonios es lo que le lleva a presumir de tan nefasta bandera azulgrana.

El azulgrana accede a participar en un estudio para averiguarlo. Le daré un repasillo utilizando un equipo completo que estudiará sus cambios hormonales, en el cerebro y en la actividad eléctrica del corazón.

El día convenido con el ejemplar de azulgrana, decido calentar motores antes de empezar enseñándole lo que podríamos llamar imágenes de la prehistoria de los espectáculos de masas: las ejecuciones públicas que tuvieron lugar hasta finales del siglo xix (en Barcelona, en 1897). Y mis pelos de punta: algunas multitudinarias y otras, observo con el cabello ya blanco de puro espanto, celebradas con gran crueldad y escarnio por parte de la población. ¿Y qué hay de las corridas de toros? La cartesiana que llevo dentro de mí se reconcilia entonces con el fútbol al recordar que este espectáculo no fue sino un instrumento menos salvaje para canalizar la excesiva testosterona del ser humano.

Y tras estos preliminares, doy comienzo al estudio. Con el ejemplar de azulgrana tendido ya en la camilla, distribuyo en las zonas indicadas los electrodos. Apago la luz e introduzco en la cámara el ruido ambiente de un campo de fútbol, la palabra «gol» y el aullido consecuente, y algo en el espécimen cambia: los latidos se aceleran y, como comprobaré en la analítica más tarde, a su sangre comienzan a fluir hormonas como la testosterona y el cortisol.

Cortisol, me digo: una hormona que en sus orígenes favorecía las respuestas adaptativas de los primeros homínidos para afrontar mejor las amenazas y desafíos. O, como en este caso, las amenazas a su yo social, a su identidad social.

¿Damos una vuelta más de tuerca?, me pregunto.

Adelante, doctora M., me respondo, así que, para rematar la jugada, pongo con total alevosía un vídeo en el que alguien se dedica a patear una bandera azulgrana en el mismo Camp Nou. ¡Gran irreverencia! Y una imagen de la tomografía computarizada me muestra entonces cómo una parte del seso del ejemplar de azulgrana se enciende como una antorcha. En concreto, la amígdala y el hipotálamo. Bingo, suelto. Eso significa que sus neuronas se han convertido en avezadas telegrafistas que están enviando sus señales al cuerpo con instrucciones sobre el comportamiento que este deberá adoptar.

Sus ojos brillan con inquina.

Y como me temo que de pateada (la bandera) pase a ser la pateada yo, me aparto del área de influencia del ejemplar azulgrana y decido que lo mejor que puedo hacer es recetarle un ansiolítico, mientras, contra mi voluntad y con todo mi deseo, me bebo una Coca-Cola. Todos tenemos nuestras contradicciones en un sistema capitalista del que no podemos escaquearnos.

 

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *