07 Abr

Corrosión, Cap. 41. Final

por Dioni Porta

Hasta aquí llega esta no-novela por fascículos que ha sido Corrosión y no puedo dejar de preguntarme cómo acabar con lo que no tiene final. Se trata de una duda moral pero también de una incertidumbre analítica: ¿tiene lógica escribir el epílogo de lo que ha presumido de su ausencia de forma? Podría haberme respondido que no tenía sentido y dedicar este último capítulo a Harold Bloom y su El canon occidental. Pondría el acento en las más de cincuenta páginas que el crítico dedica a refutar (o refunfuñar) contra los anticanonizadores, aquellos que él denomina miembros de la Escuela del Resentimiento, recogiendo algunos de los sorprendentes brochazos que Bloom dedica a sus enemigos, como, por ejemplo que “la originalidad se convierte en el equivalente literario de términos como empresa individual, confianza en uno mismo y competencia, que no alegran los corazones de feministas, afrocentristas, marxistas, neohistoricistas inspirados por Foucault  o deconstructivistas” o “la chusma académica que pretende relacionar el estudio de la literatura con la búsqueda de un cambio social”. Con eso, y alguna andanza del impenetrable Pepe habría sido suficiente para despedirme dignamente de Rosita para siempre, pero, no he podido resistirme a dar una silueta de final a todo esto; será que nuestra mente necesita de las formas de la despedida —por ridículas que nos parezcan— para recordar y convencerse de que algo se ha acabado.

Corrosión surgió como una colección de artículos a través de los cuales tenía la voluntad de comentar algunas lecturas —no me atrevería a hablar en términos de reseñar— y dar cancha a ciertas reflexiones literarias. Como nunca he sentido excesiva confianza en mi capacidad para organizar y hacer atractivas mis opiniones culturales, y como me parecía que el lector que pudiera pasearse por aquí agradecería una postura más informal, decidí engrasar estas notas con una suavísima trama que me permitiera parlotear sin necesidad de pensar en cerrar ni compactar lo que iba diciendo. Pero la liviana trama y el personaje que debía capitanearla –el pretendidamente gaseoso Pepe— acabaron despertando mi propio interés, de modo que se fueron engordando hasta el punto que estuve cerca de alcanzar una suerte de argumento —sí, un argumento, que no se enfade mi amigo Javier Avilés—. Aunque finalmente ese propósito también se fue diluyendo; en parte porque no me lo creí lo suficiente, pero también porque no me parecía que los lectores digitales fueran seres capaces de mantenerse fieles a una narración clásica que los convocara semanalmente y, en definitiva, porque no es fácil crear una estructura sólida escribiendo un capítulo cada quince días. Los guiones meticulosos y las tramas bien entrelazadas exigen concentración y casi me atrevería a decir que exclusividad. Una exclusividad que me cuesta encontrar, ya sea porque no dispongo del tiempo para ello, ya sea porque me asfixia esa idea de entregar toda la concentración de la escritura a un único mazo.

Doy cuenta de esta superficial memoria sobre cómo ha funcionado en mi interior esta colección de artículos, sin olvidar que en el anterior capítulo confesé que no tenía la más remota idea de quién era ese tal Pepe que se ha estado paseando como orgulloso personaje y narrador de Corrosión; y sin olvidar tampoco que prometí revelar los poderes ocultos de esta no-novela para predecir el futuro. (Ahora, al releerme, me pregunto a dónde quería llegar con esa patraña de las capacidades predictivas de Corrosión y hasta siento un suave rubor ante una triquiñuela tan ingenua. Como si existiera ese seguidor fanatizado capaz de marcar en el calendario el día que llegará el próximo fascículo de esta serie, como si las leyes que rigen el interés por la lectura fueran las mismas que las del audiovisual.) Podría disculparme por la argucia, pero sería muy aburrido, así que mejor será seguir con la fiesta. ¿Qué se supone que predice Corrosión? ¿Son predicciones sociales, literarias, tecnológicas?

Cuatro predicciones. Encadenadas. Que se incardinan las unas con las otras, del mismo modo que se alejan las unas de las otras. Que el planeta deja notas anónimas en los libros de las bibliotecas. Que nosotros ya no se sabe, como Corrosión, que no se sabe. Que la literatura siempre dudando. Que Pepe es la evidencia de una insignificancia, la que siente todo autor al ver que cualquier criatura suya lo sobrepasa en interés.

Y a medida que escribo todo esto, rememorando con cariño los buenos momentos que me ha brindado la escritura de esta Corrosión para la Revista Rosita, me digo que esto no debería quedar aquí. Que algún día recuperaré todos estos fascículos de la no-novela, le dedicaré una cierta exclusividad, me pondré a investigar en quién es el tal Pepe —ese nómada de bibliotecas que pasa el tiempo en compañía de su cofradía de lectores hasta que un día se topa con unas extrañas notas dentro de ciertos libros— y pensaré en dedicarle una trama en toda regla —en un argumento, Javier, ¿por qué no?—. Ahí queda la promesa, aquí dejo la amenaza.

Y sí, ha llegado la hora de despedirnos. Solo queda dar las gracias a Revista Rosita, por este espacio de expresión, por este bareto digital en el que nos hemos ido reuniendo durante estos quinientos días. Todos los escritores empiezan escribiendo para ellos mismos, hasta que les llega el momento en que se empiezan a cocer en su propia salsa y necesitan dar a conocer su material. Y aunque después lleguen los pequeños éxitos, la escritura siempre se acaba golpeando contra el mismo muro: el del lector. El del hipotético lector. ¿Existe o no existe? La respuesta es siempre insuficiente para el escritor, que es como un perro que ha probado la sangre. Y no podemos negar que el entorno digital lejos de resolverla, alimenta más si cabe esa incertidumbre: ¿existe alguien al otro lado? Digamos que sí. Gracias, pues, a todos aquellos lectores que se han ido asomando por aquí de vez en cuanto. Confío en haberles hecho pasar un buen rato y les advierto que la Corrosión no se ha acabado, sino todo lo contrario: amigas y amigos esto no ha hecho más que empezar.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *