23 May

Pegarse un tiro en una trinchera o morir de sobredosis en un hotel. La breve vida de Jacques Vaché

por Steven Forti

No se alistó voluntario como Ferdinand Bardamu, el alter ego de Ferdinand Céline, que se juntó a una tropa de soldados por las calles de París, dejando a medias un trago en un café. Tampoco se alistó voluntario como Curzio Malaparte, que escapó de la escuela de Prato y siguió a los garibaldinos que cruzaron de escondidas la frontera de Ventimiglia para luchar con el ejército galo, cuando Italia era todavía neutral. Jacques Vaché fue movilizado. Sin embargo, tampoco lo fue como Pierre Drieu La Rochelle, que, cuando estalló el conflicto, llevaba ya nueve meses vistiendo el uniforme en La Pépinière, tras haber fracasado en el examen para ingresar en la carrera diplomática.

El 28 de junio de 1914 Gavrilo Princip le pega un tiro en las calles de Sarajevo al archiduque de Austria-Hungría, Francisco Fernando, y a su esposa, Sofía, y el joven Vaché se va de viaje a Inglaterra. Le importa un comino lo que pasa más allá de del Rhin. Imagínense si se preocupa de lo que acontece en medio de los Balcanes. Jacques Vaché se había inscrito en la escuela de Bellas Artes de Nantes, ciudad en cuyo Grand Lycée había ya dado prueba de sus jóvenes pulsiones literarias junto a otros compañeros como Jean Bellemère, Eugène Hublet y Pierre Bissérié. En 1913 los chavales habían montado un proyecto de revista, En route mauvaise troupe, repleta de poemas y manifiestos antimilitaristas y antiburgueses, que por la indignación de la prensa conservadora no se llega a editar. Unos meses más tarde ve la luz otra revista, Le canard sauvage. Cuatro sencillos numeros entre crítica literaria, experimentación y humor. Nada más. Luego llega el verano del Catorce y Vaché se va a Inglaterra.

Cuando regresa al hexágono ya es tarde. Las cancillerías europeas no han sabido –ni querido– gestionar con la diplomacia otra de las crisis políticas que había explotado en la Europa de la belle époque. Christopher Clark ha tachado de sonámbulos a reyes, emperadores, políticos, diplomáticos y mandos militares. El historiador australiano no se equivocaba mucho. Lenin dijo algo como “¡Es el imperialismo, estúpido!”. El líder bolchevique se equivocó aún menos. Pues, eso. Explota la guerra y las trincheras se llenan de millones de hombres. Muchos se convertirán en cadáveres en los cuatro años siguientes.

vachéA Vaché le llaman a cumplir el servicio militar a finales de 1914. Tiene diecinueve años. Al cabo de unos meses lo envian al frente. Ahí empieza y termina la breve vida de un hombre semi-desconocido que acabará “en el panteón dadaísta y surrealista de los suicidas o de los pronto desaparecidos, junto a los Cravan, Rigaut o Torma”, como apunta René Parra. Vaché tiene suerte: después de tan sólo unas semanas cae herido, mientras otros vuelan por los aires en Metz y Verdún, y le trasladan al hospital de Nantes. Tiene suerte, es cierto. Ahí se hace amigos de unos enfermeros, los futuros surrealistas Théodore Fraenkel y André Breton y la joven burguesa Jeanne Derrien, que serán los destinatarios de sus cartas en los años siguientes.

A Vaché le pasa un poco como a Drieu La Rochelle. También el futuro colaboracionista en la ville lumiére ocupada por las camisas pardas acaba herido en uno de los primeros combates y pasa un rato largo en un sanatorio de Deuville, en Normandía. Nos lo contará él mismo dos décadas más tarde en La comédie de Charleroi. Drieu, que al contrario de Vaché creía en la guerra y no le hubiera molestado morir como un héroe en el frente, vuelve a primera linea en Reims, Galípoli y al final Verdún. Sin embargo, por algún balazo, la disentería y la sarna regresa a menudo a los hospitales galos y, de vez en cuando, a la movida parisina acompañado por la que se convierte en su mujer, Colette Jéramec. Es justamente en Deuville donde Drieu escribe sus primeros poemas.

Vaché no escribe nada mientras está en el hospital de Nantes. Dibuja –le encanta la moda masculina–, charla de literatura con Breton, le toma el pelo por tomarse en serio el arte y, cuando se recupera de la herida, trabaja como estibador, pasa las tardes en los tugurios y las salas de cine, deambula por las noches disfrazado de húsar y convive con una adolescente. Breton se queda fascinado por este hombre que se convierte, por el futuro surrealista, en una especie de Neal Cassady. Pero, como todo empieza, todo acaba. Y Vaché debe regresar al frente. Esta vez tiene suerte ya que le destinan, por su buen conocimiento del inglés, en un sitio tranquilo: durante los algo más de dos años que quedan hasta el armisticio será intérprete para el ejército británico. Otra analogía con Drieu. También el homme couvert de femmes pasará el último mes de la Gran Guerra en Verdún como intérprete, en su caso para los yankees. Curzio Malaparte hará lo mismo, pero en la Segunda Guerra Mundial mientras las tropas del Tío Sam subirán la península italiana. Pero esta es otra historia. La dejamos para otra entrega en Rosita.

Es en aquellos meses, mientras pasa las mañanas y las tardes codo con codo con los británicos, aparte de alguna escapada en París durante los permisos –como cuando amenazó con una pistola al público del estreno de Las Mamelles de Tiresia de Guillaume Apollinaire por considerarla una obra demasiado artística–, que Vaché escribe algo. No son poesías ni relatos. Algo había escrito en el bienio 1913-1914, firmándolo Jacques d’O y Tristan Hilar, como el poema “Mi vida es una larga podredumbre” o los relatos “Movilización” y “Gilles”. Otra analogía con Drieu. Gilles será el título de la masterpiece del dandy parisino ya convertido al fascismo.

Entre 1916-1918 lo que escribe Vaché son cartas a sus amigos Breton y Fraenkel, a Louis Aragon y a la enfermera Jeanne Derrien. Impresiones del frente y de la retaguardia y juicios tajantes sobre la literatura, con una fobia notable por Apollinaire. Hay algo de escritura automática, algo de dadaísmo –“el arte es una memez” dirá–, unas cuantas indicaciones para un posible programa estético, mucha excentricidad y un humor que recuerda al Alfred Jarry de El Supermacho. En una carta a Breton del 11 de octubre de 1916 apunta que “Mi actual sueño es llevar una camiseta roja, un fular rojo y botas altas, y ser miembro de una sociedad secreta china sin fin alguno en Australia. No niego que haya en ello algo de vampiro”.

Pero, sobre todo, hay un retrato y un testimonio del horror y la crueldad de la guerra. En una carta a Jeanne Derrien del 20 de febrero de 1917 escribe que

El Reino del BARRO es absoluto, una especie de mayonesa cortada, muy líquida y nada caliente que entona ruidos huecos al marchar. ¡Qué cosa más horrible! Y más que nunca, ¡qué estropicio! Casas trituradas, hombres muertos, retirada, avance, incendio, revolución. Verdaderamente, de lo mejorcito que hay en el género Guerra. La GUERRA-PLAGA-DE-DIOS, esta vieja combinación de palabras acude a la mente ¿Cuándo terminará?

Y en otra del 30 de abril comenta que

Luego, por la tarde, un tanque en excelente estado de salud ha venido a tomar el té con nosotros y dado media vuelta con toda clase de ruidos y cloqueos infernales, aplastando con calma las alambradas de espino y trepando con soltura los taludes. No podía dar créditos a mis ojos, había visto marchar tanques, pero nunca sueltos en su entorno natural.

vaché2A menudo la ironía se entremezcla también con el cansancio y la evasión. El 11 de mayo de 1917 le escribe a Jeanne que “Mi gran ambición actual simplemente serían algunos días a la orilla del mar; arena muy blanca, un mar lapislázuli y un cielo deslumbrante con, a lo lejos, los retazos de una orquesta ávida de chorreante cerveza: puesto que me gustan los lugares civilizados”. O el 9 de mayo de 1918 en otra carta a Breton comenta que “me niego que me maten en tiempo de guerra. Paso la mayor parte de mis días paseándome por lugares inapropiados, desde donde veo los hermosos estallidos, y –cuando estoy en la retaguardia– en el prostíbulo, donde me gusta tomar mi almuerzo. Es bastante lamentable, pero ¿qué se le va a hacer?”.

Noviembre de 1918: acaba la guerra y Vaché regresa a Nantes en espera de la desmovilización. No le pegaron un tiro en el frente. Y tampoco se lo pega él, aunque la reciente edición de sus textos por El Nadir Ediciones, se titule Parad la guerra o me pego un tiro. Sin embargo, Vaché, que quería disfrutar del “nuevo horizonte que se abre”, como escribió en una de sus últimas cartas, morirá en una habitación de un hotel de Nantes a principios de enero. Lo encontrarán desnudo, tumbado en una cama, al lado de otro joven soldado. Sobredosis de opio, por lo que declaró el doctor de la Rochefordière. Posiblemente una orgía, a la cual participaron otros dos o tres jóvenes, que acabó mal cuando se tragaron directamente la droga. Breton, que en el verano de 1919 publicó algunas de las cartas de Vaché bajo el título de Cartas de guerra, prefirió dejar para la posteridad la tesis del suicidio consciente. Vaché, el primer suicida y mártir de la vanguardia. Tanto que en el Manifiesto surrealista Breton escribirá que “Vaché es surrealista en mí”. Quizás lo es en todos nosotros.

 

 

 

2 thoughts on “Pegarse un tiro en una trinchera o morir de sobredosis en un hotel. La breve vida de Jacques Vaché

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