11 Oct

Corrosión. Capítulo 7. Vaenga

Voy a proceder a relatar –nunca antes lo había hecho- uno de los momentos centrales de mi vida: el día en el que descubrí que dentro mío habitaba una energía que yo desconocía poseer. Un estado interior tan singular y diferenciado del resto que incluso le encontré un nombre: Vaenga. Un identificador al que siempre regreso para evocar esa característica anímica en la que te sientes iluminado por una curiosidad ilimitada.

img_5455El día en cuestión yo había acompañado a un amigo argentino a la presentación en sociedad de un coche de carreras en un aparcamiento al sureste de la ciudad de Rosario. No era un evento glamuroso, sino una reunión de amigos que se juntaban para comer asado y escuchar cómo rugía el motor de ese auto reconstruido a partir de piezas recicladas. Cuando, de repente, me encontré conversando intensamente con Federico, que resultó ser un tipo tan curioso en su aspecto como en su discurso: sesentón con una gruesa coleta de cabello grisácea, cejas imponentes y mentón cuadrado, vestido con un pantalón imposible de rayas verticales y las gafas colgando dentro de la camisa abierta, su aspecto encajaba a la perfección con ese verbo frenético que saltaba de asunto en asunto a través de pasarelas imperceptibles.

Federico era un apasionado de la política internacional y no tardamos en aterrizar en Turquía y el petróleo, pero también sobrevolamos la idea de un cercano acercamiento de Alemania con Rusia -país fetiche de Federico-, quien también profetizó futuros procesos de independencia en el seno de los Estados Unidos. ¿Te interesa Rusia?, le pregunté. Y, por cierto, ¿te gusta la literatura rusa? No, respondió Federico, me interesa la política rusa y la música rusa. ¿La música rusa? Y entonces Federico empezó a enumerar intérpretes rusas que yo iba apuntando en mi cuaderno: Elena Vaenga, Pela Geya, Ala Pugacheva, Marina Devyatova.

Seguimos bebiendo cerveza y pasando de un tema al otro hasta que Federico me puso una mano en el hombro y me dijo:

– José, no tienes que preocuparte tanto por Rusia…

La idea deese hombre considerándome un individuo de pasiones tan encendidas como para electrocutarme con Rusia demostraba una fe tremenda en mi persona. De esa sensación viene todo este rollo. Luego Federico me explicó que veinticinco años atrás él había renunciado a la persona que había sido durante casi cincuenta años. Una revelación íntima le decidió a no vivir más para los otros y a partir de entonces relajó ciertos niveles de responsabilidad y empezó a escucharse a sí mismo.

– Si quiero quedar con Marta, quedo con Marta. Si no, no. Si quiero cenar con Analía, ceno con Analía…

¿Poliamor, Federico?, le pregunté, lo que le hizo mucha gracia.

De vuelta a casa le expliqué a mi amigo mi encuentro con Federico, pero él se pensó que le tomaba el pelo, porque decía que me había visto muchos ratos solo y además no le sonaba ningún Federico y menos aún alguien como la persona que yo le estaba describiendo.

Desde ese día, Vaenga significa ese estado en el que el contorno se difumina y se puede sentir la inexistencia absoluta de formas, de estructuras. Y entonces, uno mismo.

No debería, pero aclaro que Vaenga nada tiene que ver con el  pensamiento positivo, porque Vaenga no tiene nada de positivo, al contrario, Vaenga es una energía fatalista, decadente, moribunda, un estertor mental que no conduce a nada más que a una ilusión sin futuro. Y precisamente es esa ausencia de fundamento lo que hace que Vaenga perviva en mí.

Y, por cierto, amigo lector, ¿sabe cuál es la biblioteca que más identifico con Vaenga?

ob-655-page-biblioteca-montbau-03La Biblioteca de Montbau-Albert Pérez Baró, a apenas unos metros del hospital materno infantil del Vall d’Hebrón donde yo nací. Además, ahí cerca vivían mis tíos y mis primos, a quienes solíamos visitar los domingos por la tarde. Unos recuerdos de lo más vaenga que se manifiestan velados por una bruma cada vez más brumosa. Imágenes difusas que parecen dibujadas expresamente para confirmar una tesis, lo cual nos empuja al siempre literario asunto de tratar de comprender en qué medida somos algo más que ficciones que viven confundidas con la aparente realidad.

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