19 Oct

Bingo

por Dioni Porta

Se llamaba Junior gustó, así que por qué no iniciar una serie de artículos a partir de anécdotas de una facultad de empresariales. Éramos jóvenes aunque sobradamente prepotentes. Por supuesto que allí había de todo, incluso gente idealista que quería estudiar economía para conocer bien el sistema que pretendían cambiar, pero el perfil mayoritario era el de los que soñaban con hacer dinero, conseguir un trabajo reputado que asegurara ingresos y posición o seguir con el negocio de papá.

El sistema capitalista es tan hábil que consigue que un imaginario de valores perfectamente ligado a él –competitividad, individualismo, egoísmo- acabe siendo considerado como un instinto innato de la especie. El ser humano es vil, algo que el capitalismo comprende y asume, y por eso es el modelo económico que mejor se adapta a su naturaleza. Ése es el discurso, como si la generosidad, la fraternidad o la cooperación no fueran sino una construcción artificial demasiado ajena a lo instintivo, razón por la cual solo pueden desarrollarse a partir de la imposición.

Lo que pretendo con estas historias mínimas es recordar esa membrana psicológica que acaba determinando nuestro comportamiento. Si nos repiten que la competencia es algo positivo, nos lo acabaremos creyendo, sin considerar en qué modo el libre albedrío psicológico a favor de la competitividad acaba condicionando de un modo decisivo cualquier propuesta de convivencia solidaria.

pulsoEsa membrana de valores se observa con bastante claridad entre grupos de jóvenes aunque sobradamente prepotentes que aspiran a ser los empresarios de mañana. Hay compañerismo y buen rollo, pero también un clima muy particular: los jóvenes se aprecian e interrelacionan, pero también compiten constantemente, deseosos de una cadena de triunfos –académicos, materiales, en la seducción, en el riesgo, en las cartas, en todo-, que anticipen el gran Éxito futuro.

Hete aquí un ejemplo. A final de primer curso y más intensamente en el segundo, me involucré en un añadido de gente lo suficientemente amplio como para postularse como grupo. Los grupos son amplias organizaciones formadas por una suerte de núcleo duro y un ecosistema periférico. En cada promoción acaban constituyéndose tres o cuatro grupos, que competirán por ver cuál de ellos es más popular. Los cabecillas de los grupos dominantes acabarán siendo algo así como los reyes de la universidad. Eso les otorgará una confianza que les será de gran utilidad en su ofensiva definitiva hacía el Éxito.

Decía que fui mezclándome con un grupo. Yo era amigo de algunos, estos algunos eran amigos de otros y así sucesivamente. Mi rol era el de secundario con perfil propio, siendo de lo más significativo de aquella época que durante no menos de seis meses no me hablé con dos miembros bastante populares del grupo. No había pasado nada, compartíamos amistades y pertenencia, pero entre nosotros había una batalla sorda, una competitividad fratricida de origen indefinido, que nos llevaba a un odio tan secreto como salvaje.

bingoNo menos significativo fue el modo en el que ese odio desapareció. El grupo quedó para celebrar una fiesta antes de la diáspora veraniega y sin saber cómo, mientras el resto seguía tomando copas en un bar, nosotros tres –ellos dos y yo-, cruzamos la calle para entrar en el bingo que había enfrente del bar. El bingo estaba semivacío hasta el instante que solo quedamos una mujer y nosotros. Ella jugaba dos cartones y nosotros uno: la comicidad del momento radicaba en que esa mujer perdía dinero aunque cantara línea y bingo, lo que resultaba tan enfermizo por su parte que yo no podía resistirme a la hilaridad de tanto patetismo. Esa falta de moral por mi parte les resultó tan atractiva que aquella noche acabamos abrazándonos como viejos amigos. Una amistad que no hizo sino estrecharse durante los siguientes años.

Lejos quedaba aquella voluntad de evitarse, aquel buscar sistemáticamente el otro extremo de la mesa, aquella competitividad ciega y febril. Esa necesidad de encontrar enemigos y rivales. El sopor de la concordia y el estímulo constante en la pugna y las luchas de poder. Lejos o no tan lejos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *