05 Oct

Se llamaba Junior

por Dioni Porta

1312578-gustave_flaubert_bouvard_et_pecuchet

Dice Piglia que la verdadera literatura no se expresa a través de las relaciones de los hijos con sus padres sino en la relación de los hijos con los abuelos y, sobre todo, con los tíos. Con los amigos ocurre algo similar: la mejor literatura salta de lo amoroso a lo amical. Desde el Quijote y Sancho a Vladimir y Estragón, pasando por Bouvard y Pécuchet.

Hay una trama tipo  en la que individuos en fase de derrumbe abusan de sus amigos para sobrevivir. En esa línea, no hace demasiado leí “Un dia tranquil” de Ponç Puigdevall, brillante novela sobre las peripecias dipsómanas de un protagonista que se cruje vivo mientras confía que un amigo acuda en su ayuda. También es conocida la trama argumental consistente en dos amigos que comparten la deriva. Hace unas líneas hemos mencionado algunos ejemplos, siendo Lars y W, los protagonistas de Magma, Dogma, Exodus, la trilogía de Lars Iyer, una muestra más reciente de ese género.

Pues bien, los amigos de  este relato no responden a ninguno de estos dos perfiles. Como verán se trata de una historia tan mínima que habrá quien se pregunte cómo ha logrado sobrevivir incólume al paso de los años. Seguro que ha ayudado mi adoración por la sensación de cuando consigues perfilar un buen texto a partir de un pequeño detalle, como si lograr algo interesante sobre la base de lo imperceptible demostrara una cierta exclusividad.

La partícula en cuestión tuvo lugar durante la segunda mitad de los años noventa, época en la que yo estaba estudiando económicas en la UPF. Teníamos dieciocho años y yo mantenía una buena amistad con un tipo que se hacía llamar Junior y que era célebre por sus hondas creencias religiosas. Más allá de nuestra afición por las matemáticas y de una cierta de complicidad humorística, no compartíamos demasiadas inquietudes, así que no era fácil explicar por qué éramos amigos. Pero lo éramos.

Un día, Junior apareció en la facultad con un montón de camisetas promocionales de un evento en el que él colaboraba y para el cual las camisetas servían de simpática ayuda en la financiación. Una camiseta horrorosa -blanca, rutinaria, con el estampado de algún mensaje moral difícil de asimilar- por la que gustosamente pagué 2.000 pesetas, contento de haber disipado la amenaza de que quisiera endosarme un segundo ejemplar.

Al cabo de unos días, otro amigo me dijo que él también había acabado comprándole una camiseta a Junior. La risa se me borró de un soplo cuando me reveló que la había pagado a 1.500 pesetas. ¿Por qué 1.500 pesetas? ¿Había negociado con Junior? No, ese había sido el precio de partida, me respondió. Así que me apresuré a exigirle explicaciones a mi amigo Junior:

– ¿Por qué las vendes a 1.500 pesetas y a mí me la has cobrado a 2.000 pesetas, eh, Junior?

Sin perder la sonrisa ni la fe, Junior me respondió que, como yo era su amigo, sabía que se la iba a comprar fuera cual fuera el precio.

2000milMi amigo Junior y sus camisetas son toda una manifestación folclórica de algunos valores constitutivos del ideario capitalista. Maximizar beneficios. Aprovecharse sin escrúpulos de la inelasticidad de la demanda. Efecto derrame, teoría del goteo o trickle down effect. Acumulación del capital. E, incluso, la mano invisible de Adam Smith, todo ello puede verse estampado en las camisetas de Junior.

Quizás haya quien vea un exceso de celo asociativo considerar esas perras extra que se quería ganar mi compañero como metáfora del modelo económico capitalista, pero me parece razonable pensar que para que Junior llevara a cabo algo como lo que hizo, tenía que sentirse legitimado por un ambiente que él sentía que no iba a penalizar su acto. Siendo ese contexto invisible en el que nos movemos el personaje más poderoso de nuestra realidad y el protagonista principal de este relato.

One thought on “Se llamaba Junior

  1. Pingback: Bingo - Revista Rosita

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *