Cap. 9. Biblioteca Les Corts
por Dioni Porta
¿Os habéis fijado que últimamente abundan los escritores –ellas y ellos- que hacen de la maternidad/paternidad un valor añadido a su perfil de autor? Diría que no se trata de un retórica estrictamente conservadora –mi familia-, sino, más bien, de un elemento a partir del cual insinuar la existencia de un potencial impredecible para su literatura si no tuvieran tantas obligaciones, como, por ejemplo, la de criar unos hijos.
Históricamente, exprimir la inestabilidad laboral y vital ha sido un recurso recurrente entre el gremio, como sinónimo de una cotidianidad épicamente desordenada en el seno de la cual surgía el genio literario. Escribo porque soy un inútil que no sabría hacer otra cosa. Y también: soy tan escritor que no me planteo ningún proyecto relevante fuera de mi enfermedad literaria. Ahora eso está demasiado visto y la nueva ola parece estar más cerca del autor comprometido con la realidad que busca grietas dentro de su día a día ultraocupado para destilar una literatura sostenible y conciliable con sus otras facetas de individuo.
Tanto en un caso como en el otro, resulta un tanto penoso que esa construcción del personaje sea un trabajo que asume el escritor en primera persona, pues los autores no son estúpidos y son conscientes de que les ha tocado vivir en una época en la que la imagen-marca es fundamental para promover la obra, hasta el punto de acabar dedicando más esfuerzos a toda esa parafernalia que a los propios textos.
Pero no os penséis que os hablo desde la distancia, y es que yo mismo creo que tomé unas cuantas decisiones personales pensando más en mi personaje que en mis deseos e intereses como persona. No sabía nada de la nueva ola, así que en una secuencia de lo más clásica, pacté con el banco mi despido, me divorcié, me deshice de todos mis libros y empecé a frecuentar bibliotecas. Después de un prolongado periodo de estabilidad quería probar si yo tenía fuste de escritor, así que me dejé atrapar por la soledad y el caos, a ver lo que salía de ahí. Pero aquello estaba hecho para un mundo que ya no existe: hoy en día al parado divorciado no se le presume una posible audacia de espíritu al querer cortar con la inercia alienante que le impone la sociedad, sino que pasa a ser uno más dentro de la interminable nómina de perdedores.
Una derrota interior, que dejos de esconder, yo mismo me ocupé de publicitar. En una primera época de un modo abiertamente exhibicionista y después de una manera más profunda e interior, como cuando frecuentaba la biblioteca de Les Corts los días de partido en el Camp Nou.
¿Sabéis que el estadio del Barça está rodeado de un tanatorio, un hospital y una biblioteca? Ésta toma su nombre de Miquel Llongueras i Campañà (Barcelona, 1942-1998), político y arqueólogo. Trabajó en el Museo Arqueológico y ejerció de profesor en la Universidad de Barcelona. También fue jefe del Servicio de Arqueología del Departamento de Cultura de la Generalitat de Catalunya, concejal de Les Corts por CIU y responsable de Cultura del Consejo Municipal del distrito de Les Corts.
Y por si no me he explicado demasiado, aquí Gombrowicz.: “Aspiramos a la madurez, a la fuerza, a la sabiduría de la edad madura y, al mismo tiempo, sentimos una irresistible inclinación hacia la juventud. Pero la juventud es la inferioridad. Ser joven es ser menos fuerte, menos maduro, menos sabio.” Así que lo que quizás buscan esos escritores/padres, es declarar su madurez a través de su condición de progenitores, no fuera caso que el contenido de su prosa y sus ideas no lo pusiera suficientemente de manifiesto.