Sobre artistas, autores y otra fauna
por Carolina Montoto
Soy la doctora M., especialista en medicina familiar y comunitaria, y hoy llueve. No llevo paraguas y, aun encontrándome en la calle, bastante lejos de mi casa, descarto la opción A: entrar en Zara para no mojarme. Qué se le va a hacer: cada una tiene sus manías y principios. Y por eso me meto en una galería de arte.
Al instante se me acerca un barbudo hipster new age de apariencia esmeradamente desaliñada y cuidada manicura en las manos. ¿Cuánto le habrá cobrado el barbero a don Narciso?
Me dice: ¿Michele? Soy Pascuale.
Sospecho que hay un malentendido, pero la situación me divierte y me hago la loca. Intuyo, aunque no lo veo, que la papada se le infla de satisfacción cuando añade: ¿Qué te parece mi obra?
Muy bien, respondo distraída, olvidándome, por un instante, de que él cree que soy Michele. No es la respuesta que el barbudo hipster new age espera. La cresta engominada que lleva en la cabeza se le cae de pronto y yo me digo que tal vez debería esforzarme por mantener una conversación que estuviese a su altura. Comienzo a decir: Y asimismo considero que… [guardo veinte segundos de silencio para insuflar importancia a mis palabras] en cada trazo de tus pinturas se ve la mano de un artista excepcional. Y añado: ¿Tú crees que Brunelleschi también pretendió distinguirse como artista, por encima de los artesanos, cuando se negó a pagar su cuota al gremio al que pertenecía?
A Pascuale, la barba se le eriza de la sorpresa, decepción o estupefacción, o de lo que sea, y yo, por si acaso, intento contextualizar mi pregunta: En Florencia, donde Brunelleschi construyó la cúpula de la catedral, que rompió con los métodos constructivos góticos. Entre 1418 y 1434, concluyo tímidamente. El barbudo aún no ha salido de su pasmo. Cuando los gremios, agrego para romper el molesto silencio que se ha infiltrado entre nosotros dos, regían la vida de los artesanos en todos sus aspectos: como aprendices, en los contratos que firmaban y la relación con clientes; en la moral, incluso.
En resumidas cuentas, ¿se consideraba Brunelleschi un artista? Y ¿qué hay de los anónimos artesanos que con sus esculturas contribuyeron a adornar las catedrales? ¿Qué pasaba con los muchos artistas desconocidos que integraban los talleres de afamados pintores, como el de Tintoretto, que así podía acaparar encargos?
¿Acaso no ha llegado ya la hora de, además de quemar los museos, acabar con la figura del autor?, digo exaltada, cual una Libertad guiando al pueblo.
Pascuale, visiblemente molesto con mis palabras, empieza a manosearse la barba hipster new age de una forma algo enervante. No entiende mi reflexión. Me temo que su estado de conmoción equivale al de un católico que, después de descubrir que no creo en Dios, averigua que ello no se debe a mi agnosticismo, sino a mi ateísmo. A que no creo en la existencia de ningún dios. Ni dios ni patria ni rey. Pero hay religiones e ideologías en las que no es concebible no creer en nada. En absolutamente nada. La nada asusta demasiado, pontifico.
Y ya totalmente encendida, continúo derribando muros: ¿Qué hay de la obra artística como obra colectiva (Equipo Crónica)? O la autoría difuminada (Bansky). Todo ello como un intento, quizá, de escapar de la obra de arte-mercancía y objeto de consumo.
En la barba hipster new age de Pascuale, ya se han formado algunos nudos después de tanto toqueteo. Y al observar su mirada perdida y confusa, le digo, alzando ligeramente la voz, que entiendo que mis palabras no tienen ningún sentido en el mundo fragmentado del trabajo en cadena. Que eso, para mayor inri, lleva a las personas a un aislamiento que, sin duda, constituye una de las mayores victorias del neoliberalismo: una sociedad insolidaria en la que los capitalistas pueden manejarnos mejor para sus fines acaparadores. Ninguna red para apoyarnos las unas a las otras.
Igual que ocurre con la literatura, añado con tanto ardor el sujetador se me desabrocha solo como la rabia que contengo.
Pascuale, que de barbudo hipster ha pasado a ser un barbudo rasta, aprovecha un silencio para intentar apaciguar mis ánimos. ¿Un canapé?, me ofrece, mientras sostiene una bandeja llena de suculentos bocaditos. Y yo me los acabo todos. La comida no calma a las fieras, me digo, no al menos en mi caso. Y tomo una copa de vino y brindo por una amiga, escritora no publicada, que no encuentra la manera de hacer llegar sus obras a los editores. Porque no es mediática y ya ha superado la edad de batir récords. ¿No deberíamos quemar, me planteo ya con una copa de vino en la mano, las editoriales y cortar la barba a los hipster? Y, por el contrario, fomentar las redes entre escritores con revistas, encuentros, sindicatos y acciones subversivas.
Cuando salgo de la galería, me siento tan serena como si volviera del psiquiatra. ¡Ah, qué relajante es el arte!
Una reflexión a tomar en serio. Cuándo comenzamos ? Gracias , Carolina, muy buen encuentro , más barato y eficaz que una sesión de psicoanálisis.