07 Abr

Corrosión, Cap. 41. Final

por Dioni Porta

Hasta aquí llega esta no-novela por fascículos que ha sido Corrosión y no puedo dejar de preguntarme cómo acabar con lo que no tiene final. Se trata de una duda moral pero también de una incertidumbre analítica: ¿tiene lógica escribir el epílogo de lo que ha presumido de su ausencia de forma? Podría haberme respondido que no tenía sentido y dedicar este último capítulo a Harold Bloom y su El canon occidental. Pondría el acento en las más de cincuenta páginas que el crítico dedica a refutar (o refunfuñar) contra los anticanonizadores, aquellos que él denomina miembros de la Escuela del Resentimiento, recogiendo algunos de los sorprendentes brochazos que Bloom dedica a sus enemigos, como, por ejemplo que “la originalidad se convierte en el equivalente literario de términos como empresa individual, confianza en uno mismo y competencia, que no alegran los corazones de feministas, afrocentristas, marxistas, neohistoricistas inspirados por Foucault  o deconstructivistas” o “la chusma académica que pretende relacionar el estudio de la literatura con la búsqueda de un cambio social”. Con eso, y alguna andanza del impenetrable Pepe habría sido suficiente para despedirme dignamente de Rosita para siempre, pero, no he podido resistirme a dar una silueta de final a todo esto; será que nuestra mente necesita de las formas de la despedida —por ridículas que nos parezcan— para recordar y convencerse de que algo se ha acabado. Leer más

14 Mar

Corrosión, Cap. 40. ¿Quién es Pepe?

por Dioni Porta

¿Quién es el tal Pepe que durante meses ha tratado de embaucar a los lectores de la Revista Rosita? Notas literarias a la plancha con la guarnición de una imprecisa trama criminal ha sido el menú que el narrador nos ha ido sirviendo semana tras semana, pero ¿quién es Pepe? Os responde Dionisio Porta, autor de esta no-novela por fascículos que ha sido Corrosión: lo desconozco.

Cierto que Pepe es fruto de mi imaginación. Cierto es también que me he apoyado en algunas proximidades autobiográficas para robustecer el perfil del personaje. Cierto que éste habita un contexto mental que no me es ajeno y cierto que alguna vez he recorrido a mis propias estrategias vitales operativas para que el pobre tipo pudiera resolver alguna de las situaciones con las que se iba topando. Pero eso es todo. Leer más

26 Feb

Corrosión, Cap. 39. Escritura

por Dioni Porta

Un debate muy interesante en el seno de nuestra cofradía de lectores se daba cuando nos sincerábamos sobre nuestras emociones en relación con la literatura. En una época dominada por la idea de versatilidad en detrimento de lo especializado, en unos tiempos en los que quien más  quien menos trata de ser un poco de todo, en un presente sobrevolado por la idea grotesca de individuos completos, la literatura no ha sido ajena a esa concepción descafeinada que desdeña la posibilidad de promocionar la radicalidad lectora de los distintos perfiles en favor de una fórmula mucho menos ambiciosa: el libro como camino a la normalidad. Leer más

12 Feb

Corrosión, Cap. 38. Escritor

por Dioni Porta

Soy un juntaletras. Un exempleado de banca en paro que desde hace un par de años se dedica a juntar letras. Pero de veras que no sé lo que soy. A veces me siento escritor. No siempre. Otras veces no me siento nada. Ni siquiera lector. Ni siquiera persona. Lo que contrasta con esas ocasiones en las que soy escritor. Un escritor en mayúsculas. No es algo constante, pero tengo muy bien identificado cuándo va a ocurrir. No son sensaciones que surjan de la nada, pues como si de un fenómeno natural causa-efecto se tratara, esos momentos de alucinación en los que me siento escritor son la respuesta a una determinada desmesura de la soledad y la fiebre mental. A menudo no soy nada, no puedo ser menos, y la conciencia me habla con una crudeza y una atemporalidad que me fragmenta y entrecorta hasta convertirme en polvo. Muchos sabrán a lo que me refiero: una comprensión de la propia insignificancia que te deja sin halo, que te raja el alma como el cuchillo de la cebolla sobre un fresón. Te preguntas que para qué algo y te respondes que no hay respuesta. Antes, soportaba esos trances como cualquier otro individuo: con pasividad y tratando de obtener un poco de clemencia ofreciendo a cambio un pequeño ritual autodestructivo. Pero hará un par de años, en uno de esos instantes de oscuridad, empecé a escribir. Desconocía que la crudeza extrema pudiera  derivar en una fuerza mental inusitada y delirante, pero doy fe de que así es. Con la escarcha fría y húmeda de la nada sobre el espíritu, te sientes investido por la excepcionalidad de poder testimoniar ese desconsuelo lúcido en el que pacías hace apenas unos instantes. A menudo tomas el bolígrafo entre los dedos y lo que ocurre es suave e intrascendente, mientras que otras veces la mano empieza a moverse, como si fuera otro quien lo hiciera girar por ti Algo que en mi caso se construye a partir de pensamientos como el siguiente: Soy un autor divino, tocado por el espíritu crujiente de la literatura y de la poesía del desacuerdo constante y permanente, alguien que se inflige un daño irreparable que desaparece con las mismas prisas tontas con las que ha llegado. Feroz violencia que sientes en tu interior y que todavía te parece más salvaje cuando la trasladas a una escritura que existe a la vez de no existir. Ese es el fuego: ser escritor es eso, la llama de esa opulencia íntima en la que te dedicas a reconstruir una realidad a imagen y semejanza del delirio de la incomprensión. Luego está esa anomalía humana de depender de la opinión de los otros. De sentirnos lo que los demás deciden que hemos de sentirnos en base a determinados códigos y sus correspondientes prejuicios. Quién es escritor y quién no lo es. Asuntos como el de la publicación o el de la propia escritura: ¿de verdad queremos vivir en un mundo en el que la categoría de escritos (poeta, lo que sea…) queda reservada para quien culmina un manuscrito y lo envía a imprenta? Empezando por preguntarnos: ¿cuándo dejamos de sorprendernos ante esa locura que es un libro, cualquier libro? Pero no quiero perder el hilo, porque lo que me interesa es recordar: ¿por qué alguien debe decidir por nosotros lo que somos, nuestro género, nuestra identidad, si somos escritores o no?  Yo prefiero pensar que escritor es todo aquel que se viste como un escritor. Lo demás forma parte del circo. También de esa visión dulcificada de la literatura. Todo eso cuando estoy escribiendo como un loco, investido de literatura, poco antes de volver a desplomarme, de perder esta energía que extraña que me convierte en un bicho raro y escribiente.

05 Feb

Corrosión, Cap. 38. Plaga de lectores

por Dioni Porta

Hace unos días soñé que la literatura se ponía de moda, desbancando a las series como fenómeno cultural del momento. Era uno de esos sueños sin trama, hongos que crecen alrededor de una idea, sin sentido ni narrativa, quedando a la vista que no son más que una estratagema de nuestra conciencia para invitarnos a reflexionar sobre alguna cosa.

Entre las cuatro paredes de mi sueño, por fin se hacía realidad uno de los objetivos tácitos de todos los que merodeamos el mundo del libro: contagiar al resto de la sociedad de nuestra pasión. Pero cuál fue mi sorpresa al constatar que esa proliferación de lectores entusiastas peleándose por ser los primeros en leer tal o cual novedad literaria, me provocaba una tristeza absoluta. Leer más

31 Ene

Corrosión, Cap. 37. Rosales

por Dioni Porta

“Se lee como se vive.” “Hacia nuestro carácter acabará tendiendo nuestra actitud lectora.” Hete aquí un par de ejemplos de frasecillas redondeadas que intentan recordar que la lectura no es un simple gesto casual y espontáneo, sino que detrás de la misma se acaba configurando todo un despliegue de predisposiciones que se nutre —cómo si no— de nuestras características personales.

Cada día estoy más y más atraído por esa idea: la ciencia de la lectura. En ese sentido, se habla poco de la importancia de invertir en favor de una cultura lectora que se afiance en las buenas costumbres y hábitos. Del mismo modo que se nos trata de educar en una cultura gastronómica o de la salud, se olvida que la lectura requiere una técnica y un conocimiento para ajustar las circunstancias necesarias para que el ejercicio resulte satisfactorio. En ese marco se encuadraba mi autocrítica por no haber leído Pornografía de Gombrowicz en las condiciones apropiadas y haber acusado al pobre autor polaco de nuestro fracaso compartido. Leer más

15 Ene

Corrosión, Cap. 36. La espera

por Dioni Porta

Muchas cosas hemos perdido con esta nueva era en la que nos encontramos inmersos. Entre las cuales se encuentra el deterioro progresivo de nuestra predisposición para la espera. Una lástima: ahora ya nadie aguarda y, cuando lo hace, el binomio espera-observación ha sido atropellado sin piedad por las distracciones del telefonillo. Una sociedad más estúpida nos hemos regalado renunciando a la espera, que siempre había funcionado como una suerte de microperspectiva alzándose recurrente a lo largo de la jornada para recordarnos que podemos soñarnos como mamíferos que observan, piensan y deciden. Leer más

08 Ene

Corrosión, Cap. 35. Autocrítica

por Dioni Porta

Empezaré esta nota echando pestes de Pornografía de Gombrowicz. Me aburrí tanto que no pude acabarla. Apenas un puñado de párrafos me sirvieron para constatar que no lograría establecer ninguna conexión con la novela; tirantez que no hizo sino aumentar a medida que iban pasando las páginas y avanzaba con ellas nuestra tensa relación. Después de unas cuantas escaramuzas de conflictiva lectura, opté por desistir sin albergar ninguna duda a la hora de culpar a Gombrowicz de semejante fracaso. Me dije que Pornografía no era más que un remake fallido de Ferdydurke, un regreso de Gombrowicz a sus temas de siempre —la forma, la inmadurez disfrazada de rigor y pautas de actuación o el eterno conflicto entre juventud y vejez, entre plenitud y no-plenitud— que había degenerado en un artefacto pastoso y aburrido que no ofrecía nada nuevo, sino más bien todo lo contrario, pues la novela acaba resultando una parodia intrascendente de las obras maestras gombrowiczianas. Aquel Ferdydurke o aquel Cosmos que lecturas tan entusiastas me habían provocado y que no habían encontrado en Pornografía una digna sucesora. Leer más

11 Dic

Corrosión, Cap. 34. Palabra, frase, conjunto y párrafo

Mi cofradía bibliotecaria era un clan numeroso, pero los más asiduos, aquellos que, ofendiendo a la propia naturaleza extrovertida del grupo, podríamos denominar como el núcleo duro, éramos el quinteto. Como ocurre con todas las asociaciones temporales de amigos,  parecía que nos hubiéramos repartido el territorio, de forma que uno de nosotros era ágrafo, otro adoraba las palabras, un tercero creía en el conjunto del relato o yo mismo, que adoraba las frases. Pero el pedazo más curioso de todos era el de Rosales, para quien la unidad literaria más trascendental era el párrafo.

Nuestro ágrafo estrella era Pere-Lluís, que no había escrito jamás ni media palabra, según juraba y perjuraba sin descanso para defenderse de nuestras recurrentes chanzas, a través de las cuales pretendíamos dibujarle la caricatura de escritor oculto con innumerables novelas guardadas en un cajón. Tal era su grado de conciencia para evitar la escritura, que incluso a la hora de comunicarse por correo electrónico, solía ser sumamente minimalista, temeroso de perpetrar cualquier partícula literaria, aunque fuera involuntariamente. Por supuesto, Pere-Lluís era el mejor lector, pero, parafraseando a Scott Fitzgerald, “eso era todo”. Leer más

04 Dic

Corrosión, Cap. 33. El trabajo

 Explicaré una anécdota, pero antes permitidme una breve digresión. ¿Qué opináis del siempre espinoso asunto de la relación de los escritores con el trabajo? ¿En qué momento nos encontramos respecto a eso? ¿Qué ocurre con la cultura en general y con la literatura en particular? ¿Cómo inciden las nuevas tecnologías en la profesionalización del sector? ¡Jajaja, es broma! No sabría decir ni media palabra sobre estas cuestiones, aunque afortunadamente no andamos faltos de reflexiones y referentes que nos aclaran cómo y por dónde va el tema.

Yo apenas podría apuntar que a lo mejor ocurre lo mismo que ha ocurrido siempre. Que algunos —pocos— pueden ganarse la vida con su literatura, pero que a la mayoría de escritores les toca trabajar en algo más. Puede ser un algo dentro del ámbito del libro (traductores, correctores, editores, libreros, empleado en la Biblioteca Ramon d’Alòs – Moner), o un algo más alejado: profesores, operarios, contables, camareros, vigilantes nocturnos de cámping… Supongo que entre todos ellos hay mucha sensación compartida, empezando por la indignación (y necesidad de denuncia) frente a una sociedad, unas políticas culturales, un panorama editorial e incluso algunas personas concretas (corruptas e incompetentes) que obligan al escritor a secuestrar una porción muy relevante de su tiempo para ponerlo al servicio de un empleo regular que asegure unos medios económicos de subsistencia. O la sensación compartida de idealizar esa prosa vigorosa que resultaría si el escritor tuviera a disposición de su vocación todo el tiempo y la frescura mental que atesora. O la siempre entrañable sensación de pensar: ¿por qué otros en mi lugar? Leer más