No quiero ser Vila-Matas
Últimamente, desde no sé exactamente cuándo, mi amigo George Willard está muy vago, no escribe, y me ha pedido que escriba yo por él. Pero yo no soy él, hace tiempo que decidí que no quería ser escritor, así que echaré mano de lo que nunca tendrían que echar mano los que no quieren ser escritores (y los que quieren serlo tampoco deberían): desvelar cartas íntimas.
Esta es la carta que le envié hace ya casi dos años a otro señor que lo único que quería era ser escritor:
Apreciado Sr. Vila-Matas, Yo no quiero ser Vila-Matas aunque el mundo se empeñe en que lo sea. Todo empezó hace unos tres años: perdí el trabajo, perdí el piso y pensé que por fin había llegado el momento de poder escribir con luz de día. Nos mudamos a un piso de alquiler en la Travessera de Dalt, 78. Empaquetada mi vida en cajas de cartón pendientes de abrir y barnizado con todo el optimismo que fui capaz de juntar, la segunda o tercera mañana en el piso nuevo me dispuse a dar el paso definitivo para conquistar el dilatado tiempo que me quedaba por delante: aún en pijama, bajé al rellano de la escalera y coloqué un cartelito con nuestros nombres escritos en boli en el buzón. Cuando acerqué la cara a la diminuta ventanilla del buzón, recibí el primer mensaje: los nombres de Enrique Vila-Matas y Paula de Parma escritos en el buzón contiguo al nuestro. ¿Era él? No le di más importancia que la que pueda tener el destino sin destino, aunque me sirvió para recordarme que hacía demasiado tiempo ya que no leía a Vila-Matas. Aquella tarde recuperé Exploradores del abismo, y tan sólo abrirlo, la primera en la frente: “Voy pensando que un libro nace de una insatisfacción, nace de un vacío, cuyos perímetros van revelándose en el transcurso y final del trabajo. Seguramente escribirlo es llenar ese vacío”. Y entonces me pregunté: De què està fet un llibre? Del que diu o de tot el que no diu? Y a continuación recordé la frase de otro explorador de abismos, que no era escritor sino músico, Miles Davis: “El silencio es el ruido más fuerte, quizás el más fuerte de todos los ruidos” y después, sin pausa, a Lezama Lima: “La luz es el primer animal visible de los invisible” y enganchada a la última sílaba me empezaron los versos de Valente: “Ala sin pájaro. Vuelo sin ala”…Vet aquí el regal d’en Vila-Matas, pensé: una invitación tentadora a no deixar d’estirar el fil. (FIL, premio que recibió un tiempo después). Por la noche, aún con las cajas de la mudanza por abrir apiladas por todo el piso, volví a los Exploradores, ya en la cama. Y recibí el segundo mensaje, ineludible: Llevo muchos años ejerciendo de espía casual en el autobús de la línea 24 que sube por la calle Mayor de Gracia, en Barcelona. ¡El bus 24! El mismo autobús que ya había cogido un par de veces y que me dejaba delante de casa, como a Vila-Matas. La portería del edificio donde vivo y en el que todo indicaba que vivía un señor llamado Enrique Vila-Matas sigue siendo una portería de verdad, es decir, una portería con portera, la Paqui. Al cabo de unas semanas de “buenos días”, “qué calor, el invierno ya no es lo que era” y “que niños más guapos”, me decidí: -Paqui, perdona, ¿un escritor que se llama Enrique Vila-Matas, vive en este edificio? - Enrique! Sí, claro, pero se mudó. Muy majo, muy educado, aunque un poco raro. Paula, su mujer, era un encanto, siempre muy amable cuando iba a su casa a planchar las camisas de su marido para ganarme un dinero. De vez en cuando los llamo para enviarle los libros y cartas que aún recibe aquí…- Tercer mensaje. Más que un mensaje, una orden. Y obedecí. Desde aquel día, me puse a escribir día sí día también. Frase tras frase, relato tras relato, me di cuenta de la evidencia: yo no visto camisas, no como sipia, no sé viajar en vertical ni nunca recibiré ningún premio nacional. No quiero ser Vila-Matas, aunque el mundo se empeñe en que lo sea.
En el caso de que mi amigo George Willard siga igual de vago y se empecine en seguir no escribiendo, no tendré más remedio que revelaros el final de esta historia epistolar en la cual también tendrá un papel estelar Josep Mallorquí. Sí, ese mismo, el de El Coyote.