06 Nov

Tu última llamada

por Adrián Demichelis

No existe amor más grande que regalar un gesto inmortal.

Tengo muchos, miles, millones. Me quedo con el último, casi el último. Podría enumerar como la tabla del dos y con los ojos cerrados (para no llorar) cada uno de tus gestos de protección, valentía, lucha, ética y, sobre todo, amor. Pucha si me enseñaste sin levantar carteles. Sin decir. Solo con detalles. Una especie de estrellita, chiquitita,  con muchas puntas que calan profundo y se enciende en el alma, más o menos así, fueron tus sabidurías.

Podría contar cuando el corazón se me escapaba por la boca, a punto de partirse en dos, y mis lágrimas buscaban tu mirada y mi boca de niño asustado pedía por vos y ahí estabas. Siempre. Estoicamente parada. Disimulando tranquilidad. Soportando esa  procesión que pasa por dentro. Sosteniéndome la mano, acariciando mi frente. Qué lindo era sentir tu mano en mi frente. Hasta que la medicina necesitaba dormirme para frenar ese potro desbocado a un paso de la muerte, que galopeaba en el medio de mi pecho. Siempre a mi lado. Nadie contra mi vieja, ni la muerte. Pensaba antes de cerrar mis ojos. Leer más

25 Sep

Memeco

por Adrián Demichelis

43 velas no se pueden poner en una torta, por eso seguro que soplaré dos números encendidos, luego se apagarán y ya no tendrán valor. Pensé que esto pasaría con mis recuerdos. Mientras más años menos importantes los momentos, o más lejanos, o más olvidados. Pero no es así, cada día los siento todo tan cercano, que mis 5 años están a la vuelta de mi vida, o la secundaria fue hace un mes y que mis hijos nacieron ayer. También me sucede cuando creo que mi cuerpo tiene la misma reacción de mis 18 años y noto con tristeza que el cerebro ordena a sus extremidades, y estas reaccionan para la reiteración. En esos momentos entro en crisis con los años, de lo contrario, me parece que todo paso  “hace un rato”.

Viendo una foto que enviaron por “face”, recopilando momentos de mi vida, encuentro una que me emociona, me descoloca, me invita a buscarme adentro. Memeco. Así le decían, así yo le decía, nunca supe su nombre. Puedo asegurar que fue mi amigo de menos tiempo, pero esencial, importante, trascendental. Tan corto fue el lapso de nuestra amistad y tan misteriosa su partida y su vida para mí, que creo, pienso,  tal vez fue un amigo imaginario. Leer más

04 Sep

El penal

por Adrián Demichelis

Cuando la pelota rebotó en sus manos protegidas por los guantes y antes de que su cuerpo cayera pesadamente contra el piso, contra el poste izquierdo como testigo obligado, supo que era campeón. Después el alarido de su hinchada y sobre la explosión de júbilo lo invadió un personal silencio. Antes de pararse y quedar erguido a la gloria se acordó del nueve rival y una sensación de tristeza empezó a treparle por el corazón. Los brazos de sus compañeros buscaban abrazarlo casi hasta matarlo, solo veía gestos sin sonidos, intentó zafar de tanta algarabía y caminar en busca del ejecutante rival. Necesitaba más que nunca estar cerca del que hacía unos segundos era su enemigo. Entre los apretones de la gloria y banderas sin colores logró ver al nueve rival caer de rodillas, derrotado, sobre el círculo de cal que indica el punto de penal.  Mil imágenes de un tiempo pasado se le cruzaron por el alma y en el instante que un sabor amargo le llegaba a su garganta se acordó de su padre.

Cuando ya los tres pasos que había tomado de carrera eran historia, cuando la parte interna de su pie derecho choco contra la pelota, en ese mismo momento se dio cuenta que no era campeón. Supo que la caprichosa numero 5 chocaría indefectiblemente contra las manos del arquero rival.

La premonición se cumplía y con el acierto se esfumaba su parte de gloria, escuchó el doloroso silencio de su hinchada, sintió en sus pantorrillas la carga de tristeza de sus compañeros, vio correr a su costado a los rivales borrachos de alegría en busca del arquero rival. Se sintió morir y se dejó caer, y en esos segundos previos a tocar con sus rodillas el piso, una sensación de alegría le trepo al corazón. Experimentó la necesidad de buscar al guardameta enemigo, pero dejó que la inercia de su cuerpo lo llevara hasta el piso. El olor a pasto entró por sus fosas nasales y junto con el aroma llegaron a su alma momentos de un tiempo pasado, un sabor  dulzón le trepó a la garganta y en ese instante se acordó de su padre.

Esa tarde supo que iba a ser especial, que no era un partido más, por eso como en tantas otras oportunidades de la vida, para evitar las quejas y los celos, decidió ver el match en la mitad de cancha. Ni de un lado ni del otro. Los minutos pasaban, pero él ya sabía el desenlace  del encuentro. Lo intuía, lo sentía en el alma. Cuando el árbitro pitó bien fuerte el final del partido, su corazón se aceleró, el estómago se le hizo un nudo. Ni hablar cuando el destino de los penales puso frente a frente al nueve y al arquero, sintió que era la definición, supo que no había más y en ese instante la sensación  casi olvidada de elegir entre uno y otro le apretó el corazón. Cuando la pelota impulsada por el botín derecho del nueve empezó a recorrer el trayecto de la definición, se le agolparon en el alma mil recuerdos de un tiempo pasado… cuando su mujer le dijo que el segundo hijo estaba en camino, los regalos de Navidad, los primeros botines, la nueve chiquitina y el buzo de arquero, cuando de su mano fueron sus dos hijos al club del barrio, uno al arco y el otro de delantero. Dos años parecían nada entre ellos, siempre juntos y jugando a la pelota. Se acordó de los penales en el fondo del patio, en el arco que formaba el portón del gallinero y la planta de naranjas. Cuando sin que los vieran sus hijos él los observaba desde la cocina, con un mate en la mano. Jugando como niños, siempre en paz, hasta que una pelota complicada comenzaba la polémica y él como un árbitro de box entraba a separar.

Esa tarde fue especial por primera vez frente a frente sus dos retoños en un partido de fútbol, un penal de por medio, la gloria y la derrota para uno de los dos…la pelota que rebota en las manos de su hijo el arquero, la explosión de alegría de una hinchada, el doloroso silencio de la otra. Su descendiente, el nueve, de rodillas en el piso. Un sabor agridulce trepó por la garganta del padre. El hombre cerró los ojos y  solo pensó cuanto amaba a sus hijos.

15 May

El Pato

por Adrián Demichelis

La coronación no siempre es un trofeo… el premio es haber disfrutado el viaje.

– Subí Cordobés, subí- me dijo. Antes, un tiempo antes, más precisamente una mañana de antes, nos habíamos mandado al carajo. Yo quizás me levanté con el culo al norte (eso siempre me lo repite mi vieja y nunca entendí la metáfora). Él no habrá tenido una buena noche o un buen comienzo de laburo. Lo concreto que esa primera mañana, después de llegar a destino, nos mandamos a la mierda. Yo me juré no tomar ese “remís” (taxi) nunca más y él seguramente se prometió “arrancarme la cabeza” en el próximo viaje. Es que en su esencia está eso de arrancarle la cabeza a cualquiera que se ponga en frente. No hablo de cobrar caro, ni de pegarle una piña. Hablo de arrancarles el arco a los arqueros. Leer más

13 Mar

Podría empezar por el final

por Adrián Demichelis

Podría empezar por el final. Despeinado, apretado por una maraña de amigos, ahogado por la falta de aire, por el calor de un partido y de un sol de siesta de otoño joven. Debería decir que el pibe no sabía cómo carajo gritar el gol. No existen manuales para tanta alegría junta. Por eso uno se queda en offside de alma, no sabe si correr o gritar, o las dos cosas juntas. Esto le pasó en el último minuto, en el último centro del partido. Todos corrieron a su encuentro, es que los amigos están en las malas y las buenas, pero mucho más en las que emocionan. Los vio correr a todos, desesperados en busca de su encuentro y él sin saber qué carajo hacer. Una montaña de cariño corriendo transpirados, locos de alegría, borrachos de sueños. Diez tipos, amigos, con una sola intención, apretarlo en un abrazo. Él solo corrió tímidamente, cerró los puños y se dejó aplastar. Eso es lo mejor que uno puede hacer, cuando no sabe qué hacer.

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06 Mar

City Park

por Adrián Demichelis

Los penales contra los tachos… Tres tiros por veinte Australes y lo más cerca de la gloria que pudiste estar. Tu viejo te miraba, un par de curiosos y otros que esperaban sus turnos. Un arco chiquito, la marca en el pasto, las latas acomodadas como una pirámide egipcia y tus ganas de tumbarlas con un ejército invasor. El tipo del silbato te agarró la guita y te dijo “solo un paso de carrera nene…”, y vos aceptaste.

Acomodaste el cuerpo para la zurda, hiciste caso al reglamento, “solo un paso de carrera”, lo miraste a tu viejo y le pegaste lo más fuerte que le podías pegar con tus delgadas “patitas”. Le erraste a la luna. Ninguna lata al piso. Te quedaban dos tiros y mucha rabia y vergüenza en el corazón. Tu papá te dijo: “tranquilo y al medio”. Ese consejo te metió de nuevo en el partido. Te paraste frente a la pelota, respiraste profundo, te pareció que el espíritu de Comitas entraba en tu cuerpo y le pegaste al medio. Los 4 tachos volaron al carajo. Solo dos quedaron de pie, los del medio, los menos abollados. Casi, Casi. Te quedaba un tiro y unas locas historias de gloria que se armaban en tu pequeña cabecita. Te imaginaste los dos tarros por el aire y el abrazo de gol sobre la hora contra el pecho de tu viejo. Volviste a acomodar la ovalada número 5. La musiquita de Gabi, Fofo y Miliki del pochoclero se te metía por las orejas. Carrera, zurda, comba y un tacho que vuela… y  el otro que empieza a girar sobre su eje. Rezabas para adentro. ¡Cáete, la puta madre!, implorabas. La lata se movía de un lado para el otro. Vos también te zarandeabas de la misma manera, empujabas imaginariamente para que se cayera. El tarro quedó en pie y la chance de ganarte la pelota se esfumó en el tiro final. Te quedaste caliente como una pipa, nunca supiste perder, porque pocas veces pudiste ganar. Tu viejo te acaricio la cabeza y dijo para consolarte “tienen un truco para que nadie gane”. Te quería devolver la dignidad.

Después fuiste a la vuelta del mundo dos veces, al gusanito y el tren fantasma. Te metiste en la carpa en donde la mina se transformaba en gorila. Te llevaron a todos los juegos, pero vos… te quedaste en el  vaivén de la última lata, en el último penal.

06 Feb

$20 y un par de chirolas

por Adrian Demichelis

Todo comenzó con $20 y un par de chirolas, por eso le era tan difícil creer que hubiera terminado así, increíble que pudiera pasar, nunca pensó estar en esa cancha repleta de gente, ese estadio que siempre veía por la televisión desde su pueblito, a unos cuantos kilómetros de distancia de la capital. De haber  sabido  que esa tristeza de antaño traería aparejada esta alegría, no habría sufrido tanto.  Si le contaban este final tampoco lo hubiese creído.

La crisis fue dura en todo el país, como casi siempre a lo largo de la historia, pero ese año 94 fue complicado, sufrido, difícil para él. La fábrica había cerrado, poco laburo para la industria nacional, era más barato lo que venía de China, el seguro de desempleo más algunas changas cortando césped paraban la olla por esa época.  La comida no faltaba, pero no había lugar para “los gustos”, como ese sábado antes del día del niño, cuando comenzó todo, porque $20 más algunas chirolas era poca plata para comprar los regalos que sus hijos le pedían. El más grade,  tenía 5 años, quería  un video juego y el más chico, el de 4, un robot que había visto en la tele.  La recorrida por las jugueterías daba un valor de ambos juguetes de $90. Los 20 que tenía en su bolsillo no se acercaban ni por asomo a la cifra que daría con los gustos a sus hijos. Se cuestionó la suerte que le tocaba.  Insultó para  adentro, para que explotara en su alma. Levantó la vista al cielo y le recriminó al Santísimo por qué él no podía ser como los demás padres, que llenaban sus bolsas con los regalos prometidos. Leer más

23 Ene

Me hago cargo

por Adrian Demichelis

– La culpa fue mía, solo mía. Me hago cargo, viejo. Para eso uno está en un equipo, es el más viejo y tiene las varices como churro y las cicatrices de tantas batallas. ¡Me hago cargo! No voy a mandar en cana a ningún pendejo viejo. Yo soy el responsable de esto. Era a la derecha, no a la izquierda. Tan simple y preciso como eso. ¡A la derecha, jamás a la izquierda! Es un error que no me voy a perdonar nunca. ¿Que voy a decir, que el “torpedo” no desbordó y no tiró centros? No viejo. La culpa fue mía. Si el Torpedo lo llenó de centros a nuestros delanteros. ¿A quién voy a culpar? ¿Al Tanque Dogliani? Ni en pedo, el Tanque cabeceó todo lo que le tiraron, pegó dos en el palo, el arquero le sacó dos que viajaban al ángulo. ¡Se clavaban en el ángulo y el hijo de puta las sacó con la punta de los dedos! Por mi culpa, fue por mi culpa. Por mi gran culpa. Leer más

28 Nov

El gol de Peraltita

por Adrián Demichelis

En este tiempo exitista y mezquino, triunfalista a rabiar, en donde ganar es lo que sirve y ser campeón es lo esencial, el gol de Peraltita sería como una trompada en los testículos a los empachados de ambición, una cachetada en la boca a los creadores de frases imbéciles como: “que del  segundo nadie se acuerda”, y tantas otra pavadas inventadas para alimentar las almas de los eternos perdedores, que solo disfrutan de la victoria, sin saber que la gloria es mucho más que ganar. Leer más

10 Oct

El debut

por Adrián Demichelis

El Flaco era un crack, un lírico, desde chiquito, desde que lo vi la primera vez en el campito de calle Comercio. Escuálido, puro hueso, pata larga, a primera vista no pagabas dos mangos por él. Si no lo conocías, lo elegías último en el pan y queso. Tenía pinta de traga y chupamedias, cara deabanderado para siempre, no daba el perfil de buen jugador de fútbol.  Pero cuando le tirabas la pelota le salía un gesto técnico, un instinto natural de ponerla debajo de la suela (desde pibe, siempre debajo de la suela), una cosa de locos: se paraba arriba de la bocha y desde ahí pispiabael mundo que nosotros no veíamos. Jugaba a dos toques como máximo, disfrutaba más tirando una pared que una gambeta, estaba pendiente de quién se movía delante, de pesquero, para meterle un pase de gol. El Flaco era un comunista del futbol, jugaba para los otros y con los otros.

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