06 Abr

Estrip Art, “No volveré a ser joven” por Jaime Gil de Biedma

Collage d’Ignasi Mateo

Que la vida iba en serio

uno lo empieza a comprender más tarde

como todos los jóvenes, yo vine

a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería

y marcharme entre aplausos

envejecer, morir, eran tan sólo

las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo

y la verdad desagradable asoma:

envejecer, morir,

es el único argumento de la obra.

23 Mar

Estrip Art, “Shangai experience 2” por Mela D.

Y en mayo, cuando el sol comenzó a calentar un poco más, fuimos testigo de otro nuevo fenómeno inesperado: las shangaiesas sacaron los paraguas a la calle… para protegerse del sol. Bien, más que “paraguas” debería decir “parasoles”, porque son diferentes de los paraguas para lluvia (aunque por desgracia ya no son como los clásicos, hechos de bambú y de papel, que conocíamos de las películas). Los que utilizan en primavera tienen el mango muy fino y son, sobre todo, de color rosa, blanco, azul celeste o lila pálido; casi siempre están rematados por una tira de encaje. ¿Por qué los usan? Porque cualquier china que se precie hará lo que sea para evitar que el sol le dé en la cara y la ponga morena: en China una piel morena es signo de trabajar en el campo, al contrario que en Europa. A pesar de que los códigos estéticos son, desde luego, muy distintos, como lo es también la constitución física (la piel de las chinas es mucho más delicada que la nuestra, en general), nosotros nos imaginamos que en un futuro no muy lejano los chinos, como lo hicieron los occidentales hace ochenta años, descubrirán que en realidad quienes se ponen morenos son los que pueden estar de vacaciones en lugar de trabajar. Pero de momento desde luego no es así, por lo que en las tiendas de cosmética es muy difícil encontrar un protector solar (¿para qué, si nadie toma el sol?), y en cambio abundan las cremas blanqueadoras para la piel de la cara y del cuerpo.

Lo cierto es que más que una mera curiosidad, el espectáculo de las muchachas y las señoras shangaiesas, siempre delgadísimas, paseándose por la calle bajo sus parasoles de colores, subidas a unos finos tacones y con el bolso de marca en la mano, es verdaderamente digno de verse, y creo que no puede compararse a nada que yo conozca en Europa. Para empezar, hay que decir que no se necesita estar mucho tiempo en esta ciudad para aprender a distinguir a los shangaieses auténticos de los inmigrantes que vienen del campo. (Y que son, por lo visto, unos tres millones, aunque como no tienen papeles para vivir en la ciudad no se sabe con certeza.) Los primeros tienen más dinero y un aspecto muchísimo más cuidado, en tanto que los segundos son invariablemente pobres y la elegancia no se cuenta, desde luego, entre sus preocupaciones. Además, los códigos estéticos chinos marcan la norma de que las chicas, cuanto más blancas y delicadas, más guapas; si a ello se suma la proverbial elegancia de los shangaieses (aunque los demás chinos tal vez dirían que la gente de aquí no es la más elegante, sino simplemente la más presumida del país…), y su gusto por los encajes, las transparencias y los frufús, la consecuencia es que cada tarde, por los centros comerciales y las calles de tiendas, bastaría con ponerse en una esquina para presenciar el desfile: por las calles circula un sinfín mujeres de largo pelo negro y aspecto fragilísimo, casi quebradizo, que más que andar parecen levitar sobre el suelo y se van abriendo paso entre las multitudes a un ritmo suave y exquisito, como si tuviesen cuerpos etéreos gracias a los cuales no tropiezan, vacilan ni se tambalean.

16 Mar

Estrip Art, “Unos Cuantos” por Xavi Ballester

La muerte es siempre

la muerte de los demás.

Por eso seguimos amando,

aunque solo unos cuantos serán amados.

Y hablando,

aunque solo unos cuantos sabrán callar.

Y mintiendo, todos,

aunque solo unos cuantos se mienten a ellos.

Y nos herimos,

aunque solo a unos cuantos les cicatrizarán las heridas.

Y perdemos, también todos,

aunque solo unos cuantos, ilusos,

creerán que han ganado.

Y envejecemos, todos,

aunque solo unos cuantos serán expuestos

en los muros de la vergüenza

rodeados de chicles secos y miradas vacías.

Y moriremos, todos, seguro,

aunque solo unos cuantos sobrevivan

en la memoria de otros que también morirán.

¿Para quién construimos cementerios?

¿Para los vivos o para los muertos?

09 Mar

Estrip Art, “Cortocircuito” por Anna Marcet

Me gusta venir a pescar porque sé que formo una imagen bonita. La gente que pasa por el puente se para a mirar, y a veces sonríe: El sol de la tarde, el embarcadero de madera, el pescador con la sombra larga. Yo les saludo con la mano e imagino que piensan que parece un cuadro romántico, o que admiran mi paz mental. Me gusta darles cosas en que pensar.

La primera vez que me rompí fue rodando por las escaleras de la escuela. Vino la maestra y me llevó al hospital. Me pusieron un tornillo en el hueso y me dijeron que ahora era el niño biónico. Me sentí importante. Cuando volví a clase me recordaron que me agarrase bien a la barandilla para no caerme. Me acostumbré a apretar el pasamanos con fuerza por si me daban otro empujón.

Aquí se respira paz. No hay nadie. Se oyen los ruiditos del agua. Mi hora favorita es el anochecer, los pájaros montan un escándalo antes de irse a dormir, y yo me imagino que se cuentan el día y se acurrucan unos junto a otros, pasándose el calor entre las plumas. Me pregunto si los peces también duermen acurrucados.

Cuando me quitaron el yeso decidí que quería ser un superhéroe con músculos de titanio como mi tornillo. El médico soltó una carcajada y me dijo que sólo los huesos pueden ser de titanio, pero yo decidí intentarlo de todos modos. Casi lo conseguí, con el tiempo.

La segunda vez que me rompí fue cuando le conté a la maestra lo del empujón. Ella preguntó a mis amigos si sabían quién había sido y ellos contestaron que no había sido nadie, que había resbalado. Yo solo. Así izaron el ancla que me mantenía junto a ellos y en su lugar me quedó un surco entre las costillas. Dolió durante un tiempo.

Creo que los peces me conocen. Cuando me siento en el embarcadero vienen nadando muy rápido y boquean, asomando sus cabecitas. Me pregunto si los peces ven tan mal fuera del agua como yo dentro de ella. ¿Puede un pez ponerse contento? A mí me parece que se alegran de verme.

Creí que me quería. Creí que me veía de verdad, y que le gustaba lo que veía. A mi ella me gustaba mucho, pero para aquel entonces yo ya era bastante miope. Nos dimos cuenta un día de que no nos habíamos mirado bien, y cuando lo hicimos nos parecimos feos por dentro. No fue su culpa, pero en el centro de mi hombro izquierdo apareció un bulto exactamente del mismo tamaño que el agujero que me quedó en el pecho, justo a la altura del esternón.

Resultó que, además de miopía, tenía cataratas que había que operar de inmediato. Así entendí por qué me salía tanta agua de los ojos. “No es normal para un chico de tu edad tener cataratas”, me dijo el oftalmólogo, pero yo sigo pensando que a esa edad es cuando son más fuertes.

La doctora Mercedes tiene una voz muy dulce. Siempre me explica que fantasear es un recurso que nos ha dado la evolución para saber a dónde queremos ir y de dónde queremos huir. Sin la imaginación, dice, todavía estaríamos viviendo en cuevas y comiendo carne cruda. Qué asco.

En la punta del anzuelo le pongo un corcho que impregno de cosas que creo que les van a gustar: almíbar, o salsa del guiso. No tiene sentido matar a ningún pez si no me lo voy a comer, y tampoco me gusta el pescado. Además, ¿por qué les voy a dañar, si me caen bien? Creo que por eso se ponen tan contentos conmigo, soy el único que no secuestra a nadie al final del día.

Llegó un momento en que ser superhéroe dejó de ser útil. Nadie se toma en serio a un tío con capa. O quizás me tomaron demasiado en serio. Me aconsejaron que, si quería conservar el trabajo, empezara a vestirme con colores más discretos. Yo no quería seguir ahí, pero tampoco tenía otro sitio. Descubrí que los trajes me dan alergia y se me llenó el cuerpo de llaguitas que se pegaban a la camisa. Era muy molesto.

La única frontera que nunca hay que cruzar, dice la doctora Mercedes, es la de crearse un amigo imaginario, sobretodo siendo adulto. Si lo haces, generas vínculo y luego ya no puedes volver. Yo sólo me imagino que los pájaros hablan de mí y hacen coreografías aéreas para alegrarme la tarde. Y que los peces que vienen a verme son de colores brillantes, con enormes aletas aterciopeladas. A los humanos los imagino lejos, en el puente, para que no se me acerquen ni interactúen conmigo. Así no genero vínculo.

La última vez que le vi fue tirando la toalla, literalmente. Me dijo que mis músculos de titanio no servían para nada si su potencia dependía de mi estado de ánimo. Habló de rendimiento y de metales preciosos. Yo contraataqué con diversión y tiempo libre. Me contestó que precisamente, que el tiempo libre es muy limitado para todos y que no podían malgastarlo en mi tiovivo. Eso no lo entendí, y del esfuerzo por descifrarlo me estalló un volcán en la sien. No me importó. Para ese entonces ya había perdido la cuenta y, además, el cráter quedó muy estético.

Le pregunté a la doctora Mercedes en qué momento podría acercarme al puente a charlar con los demás. Por la cara que puso, deducí que eso tampoco lo había entendido. Pero digo yo que, si fantasear sirve para imaginar a dónde quieres ir, en algún momento habrá que ir llegando, ¿no? Después de la sesión con ella pedí hora al oftalmólogo otra vez, porque me habían vuelto a salir cataratas.

Es curioso, los peces que vienen a lamer el anzuelo se parecen cada vez más a los que yo me imagino. Tienen reflejos dorados y amarillos, y aletas grandes y sedosas. Cuando me ven, sacan la cabeza del agua y sonríen. Me gustaría preguntar a los del puente si ellos también creen que los peces se parecen a los de mi cabeza, pero hay que evitar generar vínculo. Así que me limito a devolverles la sonrisa, mirarles mientras lamen el corcho, y disfrutar de su compañía.

02 Mar

Estrip Art, “Crónica de Shangai 1” por Mela D.

22 de febrero 2006, miércoles

Hoy tengo que formalizar mi matrícula en la universidad, así que me voy tempranito al campus con un buen fajo de dinero en el bolso (exactamente 99 billetes, porque tengo que pagar 9.900 yuanes y el billete más grande que hay en circulación es de 100). Una vez allí me dicen que puedo escoger dos tipos de curso: para aprender: solamente chino hablado, o bien chino hablado y escrito. Escojo lo segundo porque aprender los caracteres, creo, será parte de la gracia del asunto, aunque resulte un poco más lento que si solamente aprendiese a hablar.

A la vuelta de la universidad, por fin me animo a comprar algo en el mercado que tengo más cerca de casa: tomates, patatas y unas verduras que me tienen buena pinta, de las que decido llevarme dos manojos para probarlas en casa esta noche. Aún no sé decir los números en chino, y aquí la gente indica los números con los dedos de una forma tan diferente a la nuestra que no les entiendo; pero aún así, al final resulta que comprar en el mercado no es tan difícil como yo temía, aunque seguramente acabo pagando un poco más que si fuese china. Y una vez más, como ya me ha pasado varias veces, veo que si les hablo a los chinos en el idioma que sea, pero entonando y haciendo algunos gestos con las manos, más o menos entienden lo que quiero decir. En el mercado no es tan difícil imaginárselo porque no hay muchas posibilidades distintas de significado, pero ya me ha ocurrido otras veces que la comunicación funciona a pesar de que el contenido de la conversación no están, en principio, tan claro.

(Por ejemplo: la semana pasada, un día que llovía —con lo que el suelo estaba lleno de gotitas de agua—, cuando forcejeaba con mi paraguas para ver si podía cerrarlo antes de entrar en el ascensor, intentando al mismo tiempo no mover mucho una bolsa con el sushi que acababa de comprar para la cena, me di un golpe con una de las varillas del paraguas y ¡zas!, se me cayó una lentilla. Así que me puse a buscarla mirando al suelo muy concentrada, hasta que los guardas de nuestra finca me vieron desde fuera y entraron para preguntarme —en chino— qué era lo que estaba buscando con tanta concentración en el suelo; yo les contesté —en castellano— que buscaba mi lentilla; ellos me dijeron —en chino— que qué rabia que se me hubiera caído, se pusieron a buscarla conmigo… y acabaron encontrándola. Por supuesto les di millones de gracias —en chino, que de momento sigue siendo lo único que sé decir—, y subí a casa pensando que al fin y al cabo, en cuestión de gestos y expresiones, los chinos no están demasiado lejos de nosotros.)

Hoy, después de hacer las compras en el mercado, me pongo a hacer la cena, y la buena noticia es que al poner a hervir la verdura que he comprado se confirma mis sospecha: ¡¡son grelos, casi idénticos a los gallegos!! ¡Qué bien, con lo que nos gustan a los dos! ¡Esto sí que no me lo esperaba!

23 Feb

Estrip Art, “Azulejos” por Zanahoria

Un atardecer al darme cuenta de su ausencia, pensé en lo verde que estábamos, en los árboles… el gran amarillismo de nuestras vidas urbanas, en que si yo pudiera también marcharía.

¿Pero donde se habría ido el azul? De a rojo sentí que quería buscarlo. ¿Por donde empezar? Por lo más azul lejos posible…

Con el olor del rosa cerré los ojos celestes. Sonó el Sol en mi negra acordeón. Un viento blanco sopló hacia refugios azules –donde muy lejos del gris-ciudad- se colorean las memorias.

Siguiendo al viento, comencé a caminar con la mente en blanco. Ya no sonaba el Sol sino un Si, con el que la luna guiaba a mi acordeón.

Así, sin darme cuenta entré en las tierras de la memoria. En el violeta de la noche es más fácil recorrer las calles llenas de recuerdos. Algunos duermen muchos años, otros se sueñan, mientras otros sonámbulos se beben y olvidan.

A poco andar llegué a un puente. Abajo un río. En su ribera crecían ideas verdes que en otoño amarillas caen y abonan a las nuevas.

A un lado del puente estaba la ciudad vieja. El pequeño barrio de los recuerdos de la infancia. En el otro lado, descansaban desordenadas las primeras veces adolescentes. Me las imaginé ansiosas mirando a los recuerdos más adultos, que improvisados se acomodan en una colina.

¿Empezar por el principio? Caminé donde las calles tenían el tamaño de cuando era niña. Creo que al azul le divierte ese preciso instante en que empezamos a recordar.

Yo, el acordeón y la luna avanzábamos en silencio, no queríamos molestar. Así, en una esquina escuché a un recuerdo roncar. Doblé a la derecha y en la otra a uno aullar. Lo que hacen los recuerdos cuando no los recordamos.

Al poco tiempo me encontré el primer rincón azul lado. Abajo de una ventana muchos azulejos diminutos parpadeaban. Los ojos de mi abuelo me reconocieron mientras el azul bailaba feliz rodeando a las pupilas.

Seguí caminando. En las calles habían naranjos llenos de antiguos verdes deseos. Un deseo de cuando niña me reconoció y me vino a saludar. Le comenté que buscaba al
azul, que lo extrañaba. Me abrazó como abrazan los deseos y me dijo que siguiera caminando a su lado. Tac tac, tac tac, desapareció. Giré la cabeza y vi una pared azulejada llena de pitufos, resistiendo diminutos al enorme paso del tiempo.

La noche estaba comenzando. Me sonreía el contratiempo y quizás también el tiempo.

Al final de la calle un pájaro azul roncaba pios dentro de una jaula. Sin querer despertarlo le abrí la puerta y salió volando indicándome una nueva dirección.

En ese mismo momento, un recuerdo de la niña que fui salió sigilosamente de un portal. Tenía un cuento en la mano que reconocí de inmediato. Me miró y al verme salió corriendo. Puede ser que a los recuerdos también les asuste su futuro.

Seguí caminando siguiendo el azul del pájaro, el que no era otro que el príncipe de mi cuento favorito. Pensé en que en algún azul lado estarían esos que me contaban, esos de “había una vez…”. A poco avanzar, pude observar los azulejos principales de una pequeña fuente de agua y una vez más pude comprobar que lo único que existe de los príncipes es el azul.

Bebí un poco de agua y continuó el paseo. La acordeón tenia sueño, necesitaba descansar. Por suerte encontramos un jardín de sueños, de esos que se recuerdan por la mañana. Entre muchos sueños en flor estaba uno, el más azul de todos, el de ver lo que vio Jaques
Costeau. Y fue así, entre sueños mareas, que nos dormimos un buen rato.

Al despertar sentí el agua del río correr, estábamos muy cerca. Pensé que si lo seguíamos
llegaríamos a las profundidades azules de la memoria.

A lo lejos se veía una pequeñita luz que se prendía, apagaba, giraba. Íbamos camino al faro que ilumina mis recuerdos. Con mis pies en la costa del azul, bajo el faro, abracé a mi acordeón y cerré los ojos…

Inmediatamente sentí fiebre, la del sábado azul y un domingo sin tristeza. Le di las gracias a Charly por no dejar de cantar en mi memoria.

No quería dejar el faro, siempre me han gustado mucho. La negra noche iba avanzando y no sabía que recuerdos más me iluminaría. Todo estaba en calma. En un momento de oscuridad el más fílmico de los azules, ese que hace años se viste de terciopelo, se proyectó para mi sorpresa en el cielo.

A esa hora y en ese lugar el mar se confundía con el agua del horizonte. Intentando ver donde empezaba uno y acababa el otro, vi a Venus la estrella azul. En un blanco y negro, la estrella distante me iluminó jóvenes recuerdos de cielo norte y también de cielo sur, el que me vio nacer y crecer. De pronto, un destello fugaz despertó a mis recuerdos de la poesía de Roberto y de Patti, quienes bajaron de la colina a disfrutar de esta noche que sonaba a mar.

Sentada junto a las poesías, el faro iluminó mi cansancio. Apoyé la cabeza en la acordeón y le pedí un blues, el recuerdo rebelde que tengo de Little girl blue. Y así con los primeros acordes mis ojos se comenzaron a cerrar, deseando no olvidar esta noche entre mis azules, acá lejos…

16 Feb

Estrip Art, “Anagnòrisi” per Artur Coll

 

Un feix de llum m’il·lumina,

tothom em mira, tothom em parla;

la llum amaga la meva soledat.

 

Miro enfora i els amics m’envolten,

sóc feliç, la vida em somriu;

la solitud és la meva companyia.

 

Camino endavant, sempre endavant,

he superat les adversitats;

sense ningú al costat ha estat fàcil.

 

El camí em porta noves fites

que incorporo a la meva motxilla;

compartides han de ser millors.

 

De vegades caic, i m’aixeco,

la gent s’ho mira i em dona ànims;

llurs mans resten impassibles

 

La meva mirada és fixa i decidida,

les meves accions ho són també;

ara ja no estaré mai més sola.

09 Feb

Estrip Art, “Caracul” de Xavi Ballester

Per un moment, li ha semblat veure’l en una cantonada, en la mateixa posició, malgrat els anys: de cara a la paret, els braços caiguts, sense esma, sumís. La seva figura esllanguida se li ha aparegut del més profund i obscur de la seva infantesa, com si el temps no hagués passat, i l’obligués a transitar de nou per aquells anys de sadisme amb pantalons curts.

Però no pot ser, és impossible, de segur que no era ell, estem parlant de més de trenta anys, eren uns nanos. Fins i tot, ja no existeix ni l’escola, enderrocada no sap quan per aixecar una promoció de pisos de Núñez y Navarro. Tot i que, caram, aquella samarreta descosida era del mateix verd descolorit que la que duia aquell pobre desgraciat, i la tofa de cabells continuava igual de greixosa i escabellada. Com es deia? Caracul, estruç, podrit, alga amb potes…Si al menys li hagués pogut veure la cara, esclar que tampoc la recordava, la veritat, aquell nano sempre estava de cara a la paret. Ell preferia no veure-li el rostre mentre els altres el burxaven amb el llapis, li llençaven cagarros embolicats amb el paper de l’esmorzar o aquella vegada que li van omplir la motxilla amb els caps de rates i pardals morts. Coses de nanos, però que consti que ell no ho feia, ell només s’ho mirava, mirava i no deia res. A més, segur que ha estat una mala passada de la memòria, sempre juganera, ves a saber on para el Caracul. Avui és un dia especial, ara no deixarà que s’espatlli per una fogonada inoportuna del passat. Segueix caminant cap a casa, aquest vespre la família l’espera per sopar i abans vol passar-se pel concessionari a recollir el cotxe nou i donar-los una sorpresa en arribar. Com carai es deia el Caracul? És incapaç de recordar el nom…Apressa el pas, necessita allunyar-se d’aquella visió absurda i esvair cabòries. Per si de cas no es gira per mirar de cua d’ull, no fos cas que…

Atura el cotxe davant de casa. Durant tot el camí no ha mirat pel retrovisor, temorós que si alçava la vista es toparia amb el clatell del Caracul.  Obre la porta, els nens se li llencen al coll i l’omplen de petons, però és incapaç de correspondre’ls, no gosa ni tan sols tocar-los: un calfred el travessa de cap a peus en adonar-se que l’únic que li queda sense embrutir de la seva existència és la vaga esperança que els seus fills siguin millors que no pas el seu pare.

02 Feb

Estrip Art, “Addicció a l’adrenalina” d’Anna Marcet

 

Havia promès que no hi tornaria més.

Tot i que les parades estan separades segons el que venen, els colors i les olors es barregen en una combinació única que només existeix en els mercats petits. A fora fa calor. A dins, les senyores remenen el vano i expliquen que avui compren «extra» perquè tenen visita. Alguns senyors arrosseguen el carro amb cara de resignació. Els temps estan canviant.

El nen surt del no-res com una fletxa. Esquiva carros i senyores en un eslàlom elegant, atrapa un cap de lluç, fa un gir brusc i enfila pel passadís principal, amb el peixater trepitjant-li els talons. Escampa una dotzena d’ous i fa caure una safata de cigrons cuits.

Les senyores remenen el cap: «És bon nano, però és tremendo

Havia promès que no hi tornaria més, però és que és tan divertit!

L’objectiu principal és el peixater. Ell és el que es posa tot vermell i el persegueix amb el ganivet a la mà. Els altres dos només serveixen per assegurar-se la fugida. Però és que a més també el persegueixen i té la seva gràcia.

El nen vola rambla amunt i es refugia a la figuera de la plaça. No és gaire alta, però ho és prou com per que els panxuts del mercat no hi arribin.

– Ja baixaràs, ja! – Però tenen feina i aviat desisteixen.

A l’estiu la plaça fa olor de figues madures i de peix podrit.

 

I tot el poble el renya. I els pares el castiguen a l’habitació. I ell s’escapa per la finestra i surt a jugar. I el mestre el «pilla» i el crida l’endemà després de classe. I l’avi el fa empènyer la cadira de rodes parada per parada demanant perdó.

I ell diu que no ho farà més, però és mentida.

I acaba el càstig i, després del «cole», el nen torna al mercat.

Ha descobert un racó des d’on no el veu cap parada. Un angle mort. I tornem-hi:

Peix, ous, llegums. Figuera, crits. Càstig, escapada, perdó no ho faré més. És mentida.

«És bon nano, però és tremendo

El seu racó és secret. No hi ha mai ningú, tot i que té una porta metàl·lica que no sap on porta. Un altre dia mirarà d’obrir-la. Avui, però, agafa embranzida i tornem-hi.

Però ai! Algú el deu haver vist entrar, perquè avui el peixater anava sobre avís. Ha escampat gel al voltant de la parada. Una senyora o dues han comprovat, sense voler, que el terra ha quedat prou relliscós. Diuen que estan bé, que no tenen res trencat.

El nen fa el seu eslàlom, agafa una sardina al vol, intenta fer el gir.

PATAM!

Aterra amb la orella i rellisca, rellisca, rellisca fins que topa amb la parada d’ous. En cauen dues dotzenes. Tot plegat li queda molt bonic, molt artístic. Els llegums, aquest cop, només observen l’escena.

El peixater s’acosta amb el ganivet a la mà. Avui no està vermell i des de terra se’l veu molt més gran.

– He guanyat – li diu. L’agafa pel clatell i el porta a casa.

A l’habitació hi han posat reixes. Li han dit que és per què no hi entrin lladres, però és mentida.

L’avi se’l mira: «T’ho mereixes».

L’amo del bar de davant s’agafa als barrots: «S’ha de ser més intel·ligent, noi», i li pica l’ullet.

Les senyores se’l miren quan passen: «És bon nano, però és tremendo

Passa el càstig. El nen passa pel mercat. Aquest cop no corre i saluda tothom. El segueixen mirades tendres: «Veus com és bon nano?».

 

I el nen s’enfila a la figuera.

I els grans juguen a futbol a la plaça, que fa olor de figues madures perquè és estiu.

I el nen prova punteria amb les que té més a mà.

Oh, vaja. Aquests sí que en saben, d’enfilar-se als arbres.

I el nen no podrà córrer ni banyar-se en un mes, però tothom li ha signat el guix i això és divertit.

I els pares treuen la reixa perquè total, ara no li cal, i així li entra més el sol.

I l’amo del bar s’arrepenja a l’ampit: «Vols dir que això és el més intel·ligent que se t’ha acudit?»

I el nen arronsa les espatlles i mira l’avi de reüll.

 

Quina velocitat agafaria si es deixés caure rambla avall amb la cadira? Si apunta bé, encertarà la porta del mercat i xocarà contra el lateral de la parada de peix. Sona divertit!