“El Minotauro global” de Yanis Varoufakis
por Dioni Porta
Uno de los recuerdos más vividos de mi época como estudiante de económicas fue la vergüenza que sentía cada vez que un economista se animaba a ilustrarnos a través de la metáfora, la comparación u otras figuras literarias. Circula un dicho que no puede ser más exacto: hortera como metáfora de economista.
La sombra de Winston Churchill y otros maestros de la frasecilla feliz, el amor por el aforismo y el ingenio efectista, la desconfianza en la complejidad y la deconstrucción, y, yendo más allá, la propia deformación ejercida por la teoría económica de los últimos cuarenta años -dominada por la verborrea matemática-, ha creado un perfil de economista, moderno, elástico, buen comunicador, didáctico y pedagógico, con una fe ciega en el microrrelato cipotudo.
Pese a que Yanis Varoufakis se sitúa a las antípodas ideológicas del economista neoliberal, he leído El Minotauro Global (Capitán Swing) reconociendo algunas de esas tendencias estilísticas, como esa prosa enérgica y convencida en la que no faltan algunos guiños culturales redentores. Aunque no voy a negar que en este caso la metáfora del minotauro funciona. Explica Varoufakis que “igual que los atenienses mantenían un flujo constante de tributos a la bestia, así el «resto del mundo» envía sumas increíbles de capital a EE.UU. y a Wall Street, para alimentar al insaciable Minotauro global”, verdadero y monstruoso motor de la economía mundial durante los últimos cuarenta años.
El libro de Varoufakis defiende que han sido ampliamente analizadas las circunstancias que desencadenaron la Crisis del 2008 (exceso de riesgo y apalancamiento, avaricia de los bancos, desregularización de Wall Street, burbujas y pirámides financieras), pero que resulta indispensable pensar lo ocurrido como inevitable colofón a la dinámica de la economía mundial desde el 1970. Para ello, Varoufakis distingue el periodo comprendido entre 1945 y 1970, en el cual las finanzas internacionales estuvieron regidas por un Plan Global (ideado por los EE.UU., naturalmente, como gran poder hegemónico mundial surgido de la Segunda Guerra Mundial), y el periodo comprendido entre el 1970 y la Crisis del 2008, en el cual la economía mundial quedó en manos de los caprichos del Minotauro Global.
El final de la Segunda Guerra Mundial otorgó a los EE.UU. un incontestable poder político, económico y productivo, pero el miedo que provocaba la fragilidad de la demanda comercial agregada fruto de la guerra, obligó a los EE.UU. y a sus aliados a diseñar un Plan Global, que tuvo en los Acuerdos de Bretton Woods, su episodio más conocido. De allí surgieron el FMI y el Banco Mundial, pero no pudo imponerse la idea de John Maynard Keynes, que defendía el establecimiento de un organismo internacional que regulara los excedentes (tanto comerciales como de capital). Ese Plan Global del bloque capitalista funcionó durante más de dos décadas y se caracterizó por una liberalización de los mercados, una planificación monetaria alrededor del dólar –patrón-dólar- y la promoción de Japón y Alemania como polos industriales que colaborarían con los EEUU para evitar procesos de recesión global como los del 29.
Pero todo cambió en la década de los setenta, cuando los EE.UU. dejó de ser un país excedentista fruto del empuje productivo de Japón y Alemania y del aumento de sus costes salariales relativos. De esa época cabe destacar también que se rompen los acuerdos sobre el patrón-dólar (tipos de cambio fijos del dólar con las otras monedas y compromiso de los EE.UU de ofrecer oro por dólares a aquellos países que lo reclamaran) lo cual no afectará negativamente al dólar, que seguirá siendo moneda refugio y también moneda de intercambio en cualquier transacción económica internacional. El nuevo equilibrio económico mundial que surge de ese periodo es que EE.UU. deja de ser la región excedentista que financia el resto de economías (“Plan Global”) para sumergirse en un doble déficit: comienza a importar todos los excedentes productivos del resto del mundo, que a su vez empieza a ingresar todos esos excedentes de capital en Wall Street, desde donde el dinero llega por la vía de la deuda a manos del Estado y de los particulares, que aunque habrán visto cómo sus salarios se congelan, no sentirán la pérdida del poder adquisitivo. Esa bestia que absorbe todos los excedentes mundiales –comerciales y de capital- es lo que Varoufakis denomina el Minotauro global, pues si bien funcionó como mercado para los excedentes de producción globales, lo hizo a través de esa monstruosa conjunción de deuda, apalancamiento y substitución de la economía productiva por el gran casino financiero, que no podía sino eclosionar en un momento u otro.
La situación actual, según Varoufakis, es que el Minotauro Global ha muerto –como no podía ser de otro modo-, y la economía mundial tiene pendiente de resolver cómo diseñar una estructura económica internacional que gestione los excedentes. Y ahí es donde Varoufakis recuerda que quizás Keynes y el organismo internacional de reciclaje de excedentes que no pudo acordarse en Bretton Woods por la oposición de los EE.UU., no fuera tan mal idea.
Podría acabar este artículo con alguna metáfora de propio cuño, pero mejor será hacerlo con este fragmento de La casa de Asterión, el relato de Borges sobre el Minotauro de Creta:
“Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor, Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo.”