04 May

2000 Hate to say I told you so, The Hives

por Javier Avilés

por 

Odio decir te lo dije, chaval, pero te lo dije. La espera del fin del mundo es el estado natural de nuestra sociedad. El apocalipsis es nuestra más alta aspiración. Pero, y odio decir que ya te lo dije, el fin nunca llega. Fíjate en las películas de zombies. Toda la civilización se derrumba a causa de una extraña enfermedad altamente contagiosa. Pero nosotros, los espectadores, siempre estamos del lado de los supervivientes. Esas películas son una pobre metáfora de nuestra sociedad: La culpa de todos los males sociales siempre son los otros. De hecho nunca se llega a una resolución de la trama en ese tipo de películas, nunca se llega a exterminar del todo la amenaza. Porque nosotros somos también los otros. También nosotros, a pesar de ser el foco narrativo, a pesar de ser los espectadores privilegiados del derrumbe de la sociedad, estamos infectados por esa destructiva enfermedad que nos lleva a querer devorar la carne de los demás, a querer fagocitar a nuestros semejantes para llegar  a ser una horda ciega que actúa conforme a los designios de una especie de sociedad-colmena en la que el individuo carece de atributos que lo hagan distinguible. Actuamos motivados por un solipsismo exacerbado que nos impulsa a querer la destrucción, o al menos la cosificación, algo muy útil si el objetivo es reventar su cabeza, de los otros. El problema siempre son los otros, pero no nos damos cuenta, mira que te lo dije, que nosotros somos otros para los demás. Así el mundo es una miríada de miríadas de miríadas de visiones subjetivas, una infinidad de solipsismos cuyos planos no pueden cruzarse, cuyos significados se repelen y anulan los demás. Láminas y láminas de solipsismos amontonándose unas sobre otras sin llegar a tocarse jamás. Una columna de folios en cada uno de los cuales está descrita la visión subjetiva de cada individuo, en la que cada folio excluye al resto. Una columna que se pierde en las alturas. Si alguien se pusiera a leer cada uno de esos folios, cada una de esas páginas, te aseguro, chaval, que no lograría hacerse una idea de lo que es nuestra vida. Lo único que sacaría en claro, y llegará un día en que recordarás que te lo dije, es la repetitiva aversión al otro. Si una inteligencia extraterrestre leyese esos microrelatos egocéntricos concluiría que estamos en continua lucha los unos con los otros, que la única forma que tenemos de sobrevivir, de salir adelante, es esparciendo por las paredes los sesos de cuantos nos rodean.

[Alza el vaso]

En verdad te digo que la infección somos nosotros.

[Ríe]

Es mejor ser ignorado, por el rígido, por el aburrido y por todos los demás. Por todos.

[Ríe]

Habíamos puesto todas nuestras esperanzas en el año 2000, en que una cifra arbitraria iba a significar una inflexión en nuestras vidas… el fin y un nuevo inicio, por supuesto… un inicio sin los otros, con los otros exterminados… no pasó nada… odio decirlo pero… [Ríe]… agotamos todas las posibilidades en todas las formas posibles de coexistencia y no ocurrió nada… esperábamos el fin de la civilización, la destrucción del capitalismo, de las tiranías… anhelábamos la muerte de la novela, la extinción del lector… distorsionamos la música hasta lo soportable, o la reducimos a un minuto y veinte segundos de silencio… exploramos todos los caminos hasta agotarlos, hasta topar con la maleza que los hacía intransitables, lo que demostraba que el fin estaba cerca… en la biblioteca infinita hay infinitos libros ilegibles, decíamos, así que ya estaba todo escrito… la probabilidad suplió la acción y ya no había nada más allá… era lógico que explotadas todas las vías el fin del mundo nos borrase del mapa definitivamente… a nosotros y a los otros.

[Silencio]

Pero nada ocurrió. Un tremendo y letal fallo de cálculo. Qué hacemos ahora, nos preguntábamos. Algo habíamos hecho mal, pero no sabíamos qué era. Bien, dijimos, de alguna forma tenemos que salir de este atolladero. Repetiremos los antiguos esquemas. Volveremos al pasado y copiaremos todos aquellos actos que nos llevaron a esa situación de espera. Encontraremos la forma de reubicarnos en la posición inicial que nos permita cruzar la barrera invisible y abandonar esta inmovilidad que nos consume. Seremos personajes de Buñuel buscando mediante la repetición, la copia y la recreación, la forma para salir de la mansión a la que no fuimos invitados a cenar. Y esta vez sí, sin posibilidad de error, nos abocaremos como un único ser hacia la destrucción total.

 

 

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