09 Jun

Orgasmos de todos los colores

por Carolina Montoto

Soy la doctora M, especialista en medicina familiar y comunitaria, y querría comenzar este post con una declaración de intenciones: la doctora M., aunque no lo parezca, aunque a veces semeje lo más energúmeno que puede pisar este planeta, tiene su corasonsito. Sí, así es. Y por eso hoy hablaré de amor.

Primero diré algo que tal vez no gustará demasiado: he comprobado que en algunos casos el ansia de amor hacia alguien no es sino el resultado de la falta de amor por un@ mism@. Una de cal y otra de arena. Desde otro prisma también se podría decir que el amor es el fruto del deseo de lograr una mayor completitud. Que la pareja cubra las propias faltas. Ahí donde tú no llegas, llega el otro o la otra. Los polos se atraen y una persona alta a veces busca a alguien más baja, para compensar, y la activa a la más pasiva.

Sin ninguna mala intención, hago esta reflexión en voz alta delante de tres tazas de café, varios cruasanes y dos amigas, Laura A y Laura B. La última, casada durante veinte años con un osado aventurero, alpinista temerario y paracaidista suicida. Divorciados hace tres semanas.

–Ya –contesta Laura B– esa es la teoría de los opuestos que se buscan.

No sé por qué me parece advertir en su tono cierto escepticismo, retintín incluso, y pienso que algo de mis palabras la ha molestado. Recuerdo su miedo visceral a volar y a las alturas, pero también a ir en bicicleta y a navegar en todo tipo de embarcación, e intento arreglarlo. Digo que también existen los funcionarios del amor: personas encantadas de la vida y con ellas mismas que buscan, precisamente, que l@ otr@ no les cuestione ningún aspecto de su ser. Quieren un espejo de sí mism@s. Nada de riesgos, por favor.

–Es una de las teorías de El Banquete, de Sócrates. –Laura B, aguerrida, insiste en retomar la primera tesis–. ¡Qué estupidez! ¿Acaso estemos marcadas desde nuestro nacimiento para encontrar a la pareja ideal? ¿No es esta una idea un tanto limitada?

Laura B agarra un cruasán con fuerza y le arranca una pata después de retorcérsela con rabia. Al parecer, el aventurero intrépido no había resultado tan ideal como ella nos había hecho creer ni su amor tan romántico y tenaz pese a todas las barreras insalvables que los separaban. Aparto con disimulo el cuchillo de su alcance mientras ella despotrica y resopla: ¡¿Amor romántico?! El opio de las mujeres.

Asiento e intento una conciliación. Digo: Nos hicieron creer que el amor nos elevaría por encima de los mortales (otra vez la teoría de la sublimación del amor que lleva a alcanzar mayor belleza y bondad). Y mientras, ¿quién tomaba las decisiones que hacían funcionar (más o menos) el mundo?

–Los hombres –contesta Laura A, y chasquea la lengua, irritada–. Por suerte, ahora las cosas están cambiando.

En ese momento pasa delante de nosotras un vestido rosa corto, a la altura de medio muslo, y muy ajustado a un cuerpo. Dentro se esconde una niña que juega a ser mayor. El cruasán se me atraganta cuando contemplo los zapatos de tacón que lleva. No escupo al suelo porque las normas de la educación me lo impiden, pero pregunto:

– ¿Qué es lo que ha cambiado?

Laura A se pone las gafas de sol, para no ver, y dice la palabra mágica: Tinder. La aplicación del móvil para el amor, me aclara ella. Un amor consumista, de supermercado, de usar y tirar, me callo yo. Te cansas de uno y vas a por el siguiente en la cola. Había oído hablar de Tinder, pero no suponía que ellas…

–… ¿Nosotras? –exclama Laura B indignada, como si yo la estuviera acusando de algo, mientras se recoloca las tetas con un gesto desafiante.

Como respuesta me recoloco las gafas de miope e intento enmendar mis palabras. Pero lo cierto es que no puedo evitar censurar esta pereza, uno de los grandes males del siglo xxi, que nos lleva a buscar lo fácil. Lo que no dé muchos quebraderos de cabeza, pues ya tenemos bastante con nuestra productiva vida como esclavos. ¿Dónde ha quedado la sorpresa del descubrimiento, ir al bar a ligar y a pasarlo bien?

–Tinder es un instrumento que nos permite colocarnos en una posición de poder…  –salta Laura A.

Laura B continúa con la explicación:

–Que tengamos la capacidad de decidir sobre nuestra sexualidad…

–De decir lo que necesitamos y deseamos y nos esforcemos en obtenerlo…

–Lo que conlleva la igualdad en el terreno sexual.

Se interrumpen la una a la otra y a mí no me dejan hablar. Así que no tengo más remedio que alzar la voz:

–¡¡¿Qué clase de igualdad es esa que toma el modelo de sexualidad masculina como referente, que lleva a que muchas mujeres adopten roles hasta entonces reservados a los hombres?!! Eso no es igualdad, eso es aceptación y apropiación del modelo hegemónico que ha colonizado nuestros cuerpos.

Se quedan calladas. Evidentemente no entienden nada.

–Entonces, ¿qué dirías tú que es la sexualidad?

Les comienzo a hablar del placer que siento cuando me rascan la espalda y la cabeza, de que me gusta estar en la cama desnuda hablando, que no todo pasa por la penetración y que disfruto yendo muy muy lento con mi pareja. Nada de embestidas, más bien sentir como si me arrastraran las  olas. Que para mí todo comienza con la mirada. Y que me provoca un grandísimo placer restregarme contra él, acariciar su cara, tocar su pelo, escuchar su respiración.

–¡Vamos, señora! –dice un cliente (al parecer, ya tengo esa edad en la que me llaman señora)–. Que usted lo que necesita es que la follen bien. Un buen polvo y santas pascuas.

He de decir que nunca antes lo había hecho. Que hoy ha sido la primera vez. Pero debo reconocer que el placer que me ha causado ha sido inenarrable. Indescriptible. Por lo que no puedo asegurar que no vuelva a repetir, pese a las consecuencias que me ha comportado dejarme llevar por el deseo.

Hoy ha sido la primera vez en mi vida que he tirado el café hirviendo encima de la bragueta de un hombre.

 

 

 

 

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