Desde la caja de libros LIII
por @librosfera
Las bellas bibliotecarias
(Sean O’Brien; traducción de Carmen Gómez Aragón, alias Jean Murdock)
Las bellas bibliotecarias han muerto,
esas recién licenciadas sentadas
como hermanas de pelo limpio de Françoise Hardy,
con rebecas sobre los hombros,
las noches mudas en el mostrador de préstamo,
sellando libros sin mirar jamás
donde aguardaba yo en adoración.
Una vez vislumbré su sala
donde fumaban y (si las novelas
no erraban) hablaban de hombres.
Aún las veo en sus Minis azules
de vuelta a sus pisos junto al parque,
a Blossom Dearie y al vino tinto,
sobras de un club del que yo nunca
sería socio. Sus cuartos daban
a lóbregos paseos de tilos.
Yo compartía la geografía pero no el mundo
que parecían estar fundando
con tal despreocupada compostura, ni
las novelas que escribían de incógnito
y que serían «las viejas cosas de mamá».
No nos rozamos ni al pasar,
no obstante en ellas deposité mi fe,
reinas de hielo en sus reinos de oro.
—Pasaba el tiempo que pasaba igual.—
Libro tras libro me mantuve fiel
fuera de allí, mucho después de muertas
y de venderse aquel brillante fondo.
***
Las bellas bibliotecarias han vuelto
(Variación de Las bellas bibliotecarias, de Sean O’Brien, según la traducción de
Carmen Gómez Aragón, alias Jean Murdock. Por Jean Murdock.)
Las bellas bibliotecarias han vuelto,
esas recién exhortadas, tipificadas,
que responden preguntas mientras dicen shhht,
con rebecas sobre los hombros,
ninfómanas, lesbianas, siempre con gato,
solteras asexuales con gato pero que no tienen rato
para ti.
Una vez vislumbré su archivo
donde clasificaban y (si los
tópicos no erraban) comían libros.
Aún las veo con su moño improvisado
sujeto con un lápiz o el carneT de socio,
de vuelta a su casa sin niños y al vino tinto,
sobras de un club del que yo nunca
sería socia (por culpa de mis puntos
de descrédito), no sin antes poner
una canción de cierre y anunciar:
«Mañana sábado la biblioteca abre»
(pero por dentro), pues pertenecen a una secta aparte
que toma en préstamo libros de ayer
para salvarlos de las purgas.
No nos rozamos ni al pasar,
no obstante en ellas deposité mi fe
(hasta en Sagrada Familia, que huele a pie).
—Pasaba el tiempo que pasaba igual—.
Multa tras multa me mantuve fiel
fuera de allí, mucho después de indultos
y de pedir prestado con otro carneT.