05 Jun

Desde la caja de libros V

por @librosfera

La biblioteca donde trabajo fue una antigua fábrica textil. Hay unas cuantas así en la provincia de Barcelona. Un edificio de ladrillo rojo, grandes ventanales, tejado a dos aguas y una imponente chimenea, parapetado todo tras una más bien discreta zona verde con algunos bancos poco frecuentados y una población habitual de perritos paseados por sus dueñas.

Para acceder a la biblioteca, una tiene que decidir si la rampa semicircular que te lleva hasta el piso de acceso (el primero o el segundo, nunca he sabido exactamente cómo contarlos) la subirá por el camino de listones de madera o por el camino de ladrillo. Yo, que no uso la rampa prácticamente nunca porque el personal tiene el privilegio de un acceso exclusivo a pie de calle, lo hago pisando madera. Dicen que cuando llueve la madera resbala, y el vigilante pone cadenas para obligar a la gente a circular por el ladrillo.

Pero hoy no llueve, y dos chicas están sentadas tomando el sol, fumando y bebiendo café, casi al lado de las puertas de cristal que dan acceso al edificio. Antes de entrar a la biblioteca me cruzaré con un chico que sale móvil en mano y otro que hace lo mismo pero con lo que supongo es un bocadillo envuelto en papel de aluminio.

Las puertas son todas de cristal, y las que dan acceso a la biblioteca se abren automáticamente y están custodiadas por arcos “anti hurtos” que pitarán tanto si entras como si sales con material al que no le hayan desactivado la alarma. Me llama la atención la cantidad de información escrita que hay por todas partes. Espacio wi-fi, prohibido fumar, prohibido comer, prohibido móvil, baños, sala de actos, puerta automática, espacio anúnciate, por motivos de seguridad cada noche se vaciarán las taquillas, logos institucionales, fliers con información cultural… La lectura también es esto, y también aquí me doy cuenta de lo poco que se lee. O de la poca atención que se presta. O yo qué sé…

En el vestíbulo de entrada, el mostrador de préstamo con tres puestos para atender a la gente, aunque rara vez están los tres ocupados. Ahora mismo sólo hay una compañera que aprovecha que no hay gente para adelantar trabajo. Es quizás la mayor contradicción de nuestra profesión: trabajamos para la gente, pero para eso la gente nos tiene que dejar trabajar. Hay dos personas sentadas en butacas camufladas tras las taquillas y entre los grandes tiestos de plantas (las plantas que invadirán la biblioteca cuando la humanidad se extinga y no venga nadie a mantenerlas a raya), ambas con móviles en la mano.

Si te pones con el mostrador de préstamo a tus espaldas, tienes varias opciones:

  • al oeste, o marcharte o subir las escaleras a la planta de arriba.
  • al noroeste, entrar a lo que una banderola anuncia como “Quiosco”.
  • al noreste, entrar a lo que otra banderola anuncia como “Infantil”.
  • al este, subirte al ascensor de caja de cristal que te llevará a la planta de arriba.
  • quedarte tal cual, mirando la sección de cómic infantil o los dos ordenadores de consulta que hay justo enfrente.

En el quiosco está la prensa diaria, las revistas, la música y el cine. Muchas zonas de butacas, pocas mesas para estudiar, aparatos para escuchar CDs y ver DVDs. Hay un par de señores, habituales de la prensa deportiva. Soy bastante mala para recordar caras, pero las suyas son de las más conocidas precisamente por la fidelidad y porque los diarios deportivos hay que pedirlos en el mostrador y dejar el carné de la biblioteca a cambio, medida que empezamos a tomar en una época en la que el Sport y el Mundo Deportivo solían ser objetos de valor incalculable que sustraían día sí día también. Hay un par de personas dando vueltas a los “verduleros” de novedades de DVD (sí, han leído bien, “verduleros”… los que los han visto, sabrán inmediatamente a qué me refiero aunque no supieran su nombre; los que no, en cuanto vean uno sabrán reconocerlo), un par de personas sentadas estudiando, y una compañera con una montaña de revistas, preparándolas para darles salida. Las revistas ocupan gran parte del centro de la sala, en sus expositores. Bien visibles, con la portada del último número cara al público. Cuantas más cosas con la portada cara al público, mejor; todas compitiendo por ser las escogidas, por su momento de gloria, por el préstamo que las salve del expurgo. La cultura del escaparate.

La sala infantil suele ser un desierto por las mañanas, “a no ser que”. Normalmente es “a no ser que” haya una visita escolar, pero hoy es “a no ser que” se esté celebrando la final de una de las competiciones lectoras que mueve a más chavales de la ciudad. Así que me encuentro allí con la cúpula de cargos bibliotecarios al completo (ascendiendo hasta el regidor de cultura), la televisión, y dos clases de quinto de dos colegios diferentes, la clase que ha ganado y la clase que ha perdido. Y sólo hay que mirarles las caras para saber cuál es cuál. Dos chavales representan a cada grupo delante de la cámara, y mientras uno contesta “Em… Em… Em…” cuando le preguntan si le ha costado mucho leerse quince libros para el encuentro, el otro, con todo el desparpajo del mundo, explica que en verano no leerá tan “a saco paco” porque también le gusta jugar con la Nintendo. En el resto de espacios de la sección infantil, con más colores, con una zona de suelo cubierto de linóleo y “muebles” de gomaespuma de colores, con dibujos infantiles en algunos de los plafones atornillados en las paredes… de momento, y hasta que dentro de unas horas no se acaben las clases, reina la calma.

[Continuará, subiendo a la planta de arriba, la semana que viene…]

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