16 Ene

La guerra como gran decepción. El enigma de Drieu La Rochelle (2a parte)

por Steven Forti

(1a parte)

Volver a Charleroi, donde todo empieza

A los días de Charleroi, donde tuvo en agosto de 1914 su bautizo del fuego, Drieu dedicó la que puede considerarse su obra por excelencia dedicada a la Primera Guerra Mundial, La comédie de Charleroi (1934). Entre Fond de cantine y la publicación de los relatos de 1934, el dandy parisino volvió repetidamente, con reflexiones y referencias directas o indirectas, sobre la experiencia de la Gran Guerra. En los años Veinte se trató esencialmente de referencias en novelas como État civil (1921), donde vuelve sobre su infancia y adolescencia, o en ensayos como Mesure de la France (1922), Le jeune européen (1927), Genève ou Moscou (1928) o L’Europe contre les patries (1931), donde el análisis y la propuesta política de Drieu están marcadas poderosamente por los acontecimientos bélicos de 1914-1918. No podía ser de otra forma: la guerra marcó los tiempos de la política en los años Veinte y Treinta.

En La comédie de Charleroi, Drieu reelaboró la experiencia de la Gran Guerra aún con una pátina de ironía y cinismo, manteniendo gran parte de los patrones utilizados en Interrogations y añadiendo nuevas reflexiones que se debían a su evolución política. En el relato homónimo que da el título al volúmen, narra la historia del viaje a Charleroi que tras el fin de la contienda hacen el protagonista y la señora Pragen para visitar la tumba de su hijo, Claude Pragen, amigo y camarada del protagonista en los últimos momentos antes de la muerte, una clara referencia a su amigo André Jéramec. Para Drieu se trata de un viaje en el tiempo a través de un alter ego literario. Aparece otra vez la sensación de verguenza por haber sobrevivido a aquel evento, la idea de que “la guerre c’est une explosion de la nature”, la conciencia de que “l’expérience de la guerre était trop forte pour moi, si jeune” y, en la evocación de los acontecimientos de 1914, una mezcla de alegría y superioridad moral y física que se acompaña a la sensación de mediocridad de las masas:

Je m’élançai à travers les balles, avec une étrange allégresse. Allégresse d’etre seul et de me séparer, autant que de me distinguer des autres, par un acte surprenant. Et, sans doute, avais-je besoin d’agir pour ne pas tomber dans le marasme. Au fond, j’avais senti autour de moi l’accablement de toute cette médiocrité qui fut pour moi le plus gran supplice de la guerre, cette médiocrité qui avait trop peur pour fuir et trop peur aussi pour vaincre et qui reste là pendant quatre ans, entre les deux solutions.

Esta mediocridad de las masas, junto a “l’horreur des vaincus”, se convierte rápidamente en “une horreur violente de la France, des Français”, en “une rage terrible” y en una admiración por los alemanes. Entre un número no desdeñable de reflexiones y comentarios sobre la política, la democracia y el fascismo, Drieu subraya la idea del fracaso de la guerra en el sentido en que los hombres no habían querido superar el conflicto, que los había vencido. Es éste, para Drieu, uno de los nudos gordianos que intenta desembrollar o exorcizar en cada ocasión. En otro de los relatos del libro, Le voyage des Dardanelles, donde relata su experiencia en el frente griego-turco, afirma: “Et moi, j’étais là-dedans, perdu, me perdant, livre de perdition. Oubliée, ma personne bourgeoise. Une fois de plus je me jette dans la guerre, dans la foule, dans la couhe armée […] Je n’en sortirai plus, je ne veux plus en sortir.” Mientras que, en La fin d’une guerre, donde relata los últimos días de la contienda, Drieu oscila entre sensaciones diferentes y divergentes: “un obscur regret du vrai front”, “le cynisme et l’indifférence” y la idea de la guerra moderna como de “un immense maladie”. Como Malaparte, que también en aquellos mismos años publicó un relato dedicado a los últimos momentos de la guerra, Drieu vivía con ambigüedad el fin de la contienda: “Bah, la guerre était finie. La vie s’ouvrait, j’avais autre chose à faire. Pourquoi avais-je pris tout cela au sérieux? Dans quelques années, on n’y penserait plus.”

 

Barbitúricos y gas, un final como otro

Tras esta obra, que se publicó el mismo año de Socialisme fasciste, el ensayo que marca políticamente su deriva hacia el fascismo, después de unos años donde tanteó con las vanguardias artísticas, hizo del pacifismo su estandarte y se relacionó estrechamente con Aragon, para Drieu el compromiso político se convirtió en ineludible. Si Malaparte, a partir de finales de los años Treinta, vivió la Segunda Guerra Mundial en su propia piel en cada uno de los frentes, Drieu, tras la Gran Guerra, no participó en otros conflictos, aparte de unos pocos días en la Guerra Civil española como corresponsal en el frente de Mérida en agosto de 1936: sin embargo, su vida está fuertemente marcada por la pasión política y la guerra. En todas las obras de su última etapa, y sobre todo Gilles (1939), L’homme à cheval (1943) y Les chiens de paille (1944), el tema de la guerra, junto a la violencia y la muerte, tiene una gran protagonismo. Se trata de una guerra revolucionaria que ha de acabar de una vez por todas con la decadencia y dar paso a un nuevo orden previa destrucción del orden anterior.

En Gilles, cuya primera edición de 1939 fue parcialmente censurada –en 1942 se publicará la edición definitiva– el personaje de la novela, Gilles Gambier, otro alter ego de Drieu, se mueve entre dos guerras. Es la vida del mismo escritor la que aparece en las páginas de su gran obra, que fue aceptada, no sólo por su manifiesto antisemitismo, con un cierto recelo por parte de la crítica. Desde las trincheras de 1914-1918, donde fue herido, Gilles atraviesa la historia de la Francia de entreguerras, entre mujeres, falta de dinero, dandismo, pasión política y lucha contra la decadencia, hasta alistarse como voluntario con el bando franquista en la Guerra Civil española –como el Patrice de Les sept couleurs (1939) de Robert Brasillach–, donde probablemente encontrará la muerte.

El momento que marca un antes y un después en la vida de Gilles –y del mismo Drieu– son las manifestaciones de las ligas fascistas en París el 6 de febrero de 1934. Es en ese momento, cuando Gilles decide sumarse a los ligeurs y a los excombatientes que ocupan las calles de la capital gala, que vuelve el recuerdo de la Primera Guerra Mundial y esa extraña alegría de Charleroi: “Comme un soir en Champagne, quand la première ligne avait cédé; comme ce matin à Verdun où il était arrivé avec le 20 Corps, alors que tout était consommé du sacrifice des divisions de couverture”. No es casualidad. Es un círculo que se cierra. Y que se cerrará definitivamente, como la vida de Drieu, con el final de otra guerra, la de 1939-1945.

Efectivamente, tras la entrada de la Wehrmacht en la ville lumière, en junio de 1940, Drieu tuvo estrechas relaciones con los colaboracionistas parisinos, los dirigentes nazis y el mundo de Vichy, siguió publicando novelas y dirigió la Nouvelle Reveau Française. Fue su momento de mayor éxito, en cierto sentido. Y de mayor reconocimiento público, bajo la protección de las camisas pardas. Duró la flor de un día. Tras el desembarque de los Aliados en Normandía, se escondió en París hasta el 15 de marzo de 1945, cuando, después de varios intentos, consiguió suicidarse. Así se acabó, con tres cajas de barbitúricos e inhalando gas, la vida de un hombre-incógnita marcado hasta sus más íntimas entrañas por la guerra.

 

 

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