03 Feb

Dentro de los higadillos de una superrica

por Carolina Montoto

Soy la doctora M., especialista en medicina familiar y comunitaria, y hoy he vivido una experiencia singular: he entrado en contacto con las altas esferas económicas. Ahí es nada. Estaba lloviendo y, como no llevaba paraguas, he vencido todos mis escrúpulos y me he metido  en el Corte Inglés.

Cielos, hasta me da vergüenza decirlo.

Hacía años que no entraba en estos grandes almacenes que crecieron durante la dictadura gracias a la mano de obra de los Patronatos de Protección a la Mujer que trabajaba para ellos, me digo enfadada. Y rabiosa recuerdo: en la actualidad obtiene ingentes beneficios económicos gracias a las grandes ventajas fiscales de las que disfruta y a que no paga ni un euro del impuesto de sociedades.

Y he aquí que de pronto, por el megáfono, oigo que piden a un doctor.

No puedo desatenderme de mi juramento hipocrático, me digo, pero, cuando llego al lugar donde se reclama mi presencia, qué es lo que me encuentro: un gran abrigo de pieles. ¿Marta, chinchilla, visón…? A saber. Y debajo de ese abrigo, una persona. Recargados anillos en los dedos, pulseras en las muñecas y collar de perlas. Tipo Rita Barberá. Tupé de pelo blanco, tipo Bárcenas. Bolsos de Louis Vuitton, tipo Esperanza Aguirre. Y bolsa de Primark, tipo Soraya Sáenz de Santamaría.

Pero ¿es justo decir que la apariencia habla por cada una de nosotras? ¿Qué mi melena recta ya me define como persona de convencional y de orden?

Lo único que yo sé en estos momentos es que delante de mis pocas glamurosas bambas se encuentra el cuerpo de lo que parece una superrica y que, ya que tengo la oportunidad, voy a tratar de averiguar cómo se perpetúa la riqueza.

Por su constitución física y el tono de su piel, intuyo que la superrrica disfruta de una buena alimentación, seguramente con productos orgánicos (ojo, de precios inasumibles para la población media). Y recuerdo: En Pedralbes (distrito Sarrià-Sant Gervasi), la esperanza de vida es de 86,5 años, mientras que en Torre Baró (del distrito de Nou Barris) es de 75,2.

Le miro las pupilas, dilatadas, y en ellas puedo detectar todas las redes de «apoyo mutuo» que, como una tela de araña, se tejen y se expanden y que abarcan desde los contactos hechos en el colegio hasta el núcleo más íntimo de sus amistades, que se nutre de lo más granado de la sociedad.

Y en estas estoy cuando, de pronto, la superrica abre los ojos y boquea como un pez, y yo le digo que ha sufrido un vulgar desmayo. Los disgustos, musita ella. ¿Qué disgustos?, pregunto yo, incapaz de imaginar lo que sucede en su mundo. La Bolsa, mis acciones… han bajado, responde. Una lágrima le rueda por la mejilla. Y prosigue con sus necedades: Por culpa de la chusma que protesta por todo. Tomo aire e intento contenerme, pero no puedo. Imposible reprimir mis ansias justicieras. Así que con un libro de Owen Jones,  Chavs: la demonización de la clase obrera, le doy un fuerte golpe en la cabeza mientras le respondo: ¿Quién ha dicho que la lucha de clases ya había finalizado?

http://www.eldiario.es/sociedad/elites-perpetuan-traves-educacion_0_444456326.html

 

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