Desde la caja de libros XLVII
por @librosfera
Salvajemente constantes
Anne Carson
Traducción de Camino Román
Con la colaboración de la libritos
El cielo antes del amanecer es verde negruzco.
Quizás sea una señal.
Debería aprender más sobre este tipo de señales.
Dando la vuelta a una esquina en el puerto
el viento me golpea
un puñetazo en la cara.
Siempre camino por la mañana,
ya no sé por qué.
La vida es corta.
Mi sombra camina delante de mí.
Con su capucha puesta
como si fuera una sirena para la niebla.
Hielo en la carretera.
Hielo en la acera.
Nada se puede pisar.
Es mejor caminar
por donde están las pequeñas piedras negras.
No resbalan tanto.
Me pregunto si esas pequeñas piedras negras
podrían ser de lava.
¿O quizás tengo mucha imaginación?
Un hombre pasa apresurado
con un perro pequeño.
Nadie dice Hola.
Una colegiala de rosa pasa.
Me mira a la cara.
Nadie dice Hola.
¿Quién podría esperar
ver una sirena para la niebla ambulante
en la calle tan temprano?
El viento sopla más.
Yo me defiendo.
Casi estoy en casa.
¿Por qué he venido aquí?
Un viento nuevo cada día.
La vida es para defenderse.
Ahora está amaneciendo.
Un párpado dorado se abre
sobre el puerto.
La gente que vive aquí
aprende a no quejarse
sobre el viento.
Me voy dentro y hago té.
Como cereales.
Leo tres hojas de Proust.
Proust está quejándose
(es 1914)
sobre el verbo savoir utilizado por los periodistas.
Dice que lo usaban
no como una señal de futuro
sino como una muestra de sus deseos –
muestra de cómo querían que fuese el futuro
¿Qué hay de malo en eso? Pienso.
Debería saber más sobre esas señales.
La primera cosa que vi
la primera mañana que fui a dar un paseo en Stykkishólmur
fue un cuervo
tan grande como una silla.
¿Qué está haciendo esa silla en lo alto de esa casa? Pensé
entonces se alejó.
Un cuervo tan grande es una corneja.
Corvus corax en el sistema binomial de Linneo.
Cada uno hace un sonido
como toda una ciudad llena de cornejas
en el país del que vengo.
Tres adjetivos que se repiten
en la literatura sobre cuervos son
omnívoros.
Perniciosos.
Monógamos.
Estoy interesada en los monógamos.
Me casé el pasado Mayo
y fui de luna de miel a Stykkishólmur.
Este año he vuelto a Stykkishólmur
para vivir con mi marido
durante tres meses en una pequeña habitación.
Esta monogamia extrema
ha sido casi demasiado para nosotros.
En vez de matarnos el uno al otro
alquilamos otra casa
(La casa de Greta)
cerca de la piscina.
Ahora somos felizmente
duógamos.
Hay cornejas en el tejado
de las dos casas.
Quizás sean las mismas cornejas.
No lo puedo afirmar.
Si Roni Horn estuviera aquí
diría que las cornejas
son como agua,
salvajemente constantes.
Un símbolo de Islandia.
Debería aprender más sobre señales.
He venido a Stykkishólmur
a vivir en una biblioteca.
La biblioteca no tiene libros
sino glaciares.
Los glaciares son verticales.
Silenciosos.
Tan perfectamente ordenados como estarían los libros.
Pero están derretidos.
Cómo sería
vivir en una biblioteca
de libros derretidos.
Con frases corriendo sobre el suelo
y toda la puntuación
depositada en el fondo como basura.
Sería confuso.
Imperdonable.
Una gran aventura.
Roni Horn me contó una vez
que uno de los exploradores de la Antártida dijo
Estar viviendo una aventura
es una muestra de incompetencia.
Cuando me siento
más inútil
como hago en Stykkishólmur
a menudo en una mañana oscura
caminando entre el viento,
trato de atraer a mi cabeza
algo que sea lo contrario de inútil.
Por ejemplo un huevo.
Esta forma perfecta.
Contenido perfecto.
Comida perfecta.
En tus sueños
dijo una exploradora (Anna Freud)
puedes tener tus huevos cocinados tan bien como quieras
pero no puedes comerlos.
A veces por la noche
cuando no puedo dormir
por culpa del viento
voy a estar un rato
en la biblioteca de glaciares.
Me sitúo en otro mundo.
Ni en el pasado ni en el futuro.
Ni paraíso ni realidad ni
un sueño.
Otro logro,
Salvaje y constante.
Quién sabe por qué existe. Yo
entre glaciares.
Escucha al viento de fuera
cayendo sobre mí desde los bordes exteriores de la noche y el espacio.
No tengo una teoría
de por qué estamos aquí
o de qué somos presagio cualquiera de nosotros.
Pero una habitación de glaciares derretidos
balanceándose en el viento nocturno de Stykkishólmur
es un buen lugar para medirlo.
Cada glaciar es iluminado desde abajo
como lo es la memoria.
Proust dice que hay dos tipos de memoria.
Está la lucha diaria para recordar
dónde pusimos las gafas de leer
y hay una profunda ráfaga de anhelo
que se eleva desde el fondo
del corazón
involuntariamente.
En momentos repentinos.
Por razones inesperadas.
Aquí un extracto de una carta que Proust escribió
en 1913:
Creemos que ya no queremos a nuestros muertos
pero eso es porque no les recordamos:
de repente
vemos un guante viejo
y nos saltan las lágrimas.
Antes de abandonar la biblioteca
apago las luces.
Los glaciares se oscurecen.
Entonces regreso a la casa de Greta.
Despierto a mi marido.
Le pido que nos hagamos unos huevos.