Cap. 23. Biblioteca Canyelles, El lector y el detective privado
por Dioni Porta
En uno de los capítulos de El último lector, Ricardo Piglia reflexiona sobre el detective privado (private eye) del género policiaco, que según él “es una de las mayores representaciones modernas del lector”. Piglia sitúa el inicio del género en Los crímenes de la rue Morgue (relato escrito por Edgar Alan Poe en 1841) y concretamente en la escena de la librería en la que el narrador conoce a Auguste Dupin mientras ambos buscan un mismo libro, sin que llegue a revelarse de cual se trata.
Dice Piglia que decía Borges que el detective es la clave formal del relato policial y también que su figura, ese individuo que “siente al mismo tiempo lo multitudinario y la soledad” mientras pasea por las calles desiertas de la noche parisina, es la evolución natural del flâneur. El detective es aquel que lee la escena del crimen, alguien que lee la realidad, descifrando todo lo que estaba ahí, a la vista, sin que nadie supiera captarlo.
Según Piglia, la transformación norteamericana del género, que tendría al personaje de Philip Marlowe de Raymond Chandler como heredero simbólico del Auguste Dupin de Poe, se da en el momento en el que se borra la presencia del lector y el detective privado se convierte en un hombre de acción. El contexto en el que se mueve Marlowe es el de una realidad saturada de acontecimientos en la que el espíritu literario ha sido aplastado y únicamente se manifiesta en algunos detalles, que hay que decodificar.
Piglia evita el nombre de novela negra. En la transformación del género se definen algunas características comunes, como, por ejemplo, la sordidez y la violencia que impregnan el ambiente o el uso de la trama criminal para describir una sociedad corrupta y amoral. Desde entonces, se han introducido infinitas variables, desde las que tienen que ver con la figura del investigador (el soltero empedernido de vida desordenada puede convertirse en un hombre casado o en mujer o en un simpático anciano jubilado), las geográficas (novela negra escandinava), olas relativas a la aparición de las nuevas tecnologías en la trama (anónimos electrónicos, hackers), pero no ha habido una mutación nueva del género, de forma que el patrón común no anda tan alejado de aquellas primeras apariciones de Philip Marlowe.
Si no perdemos de vista la secuencia que empieza con el flâneur, prosigue a través del investigador privado que lee los secretos de la realidad y continúa con la transformación de éste en un hombre (mujer) de acción, y los matices que se han ido introduciendo en ese esquema, me atrevería a proponer una nueva vuelta de tuerca. En una sociedad de la información como la que estamos estrenando, la calle deja de ser el lugar secreto y necesario para leer la realidad. Pero el género no puede permitirse prescindir de la calle, porque, de hecho, en la novela negra, la trama criminal es la coartada para tomar la calle y explicar lo que ocurre en ella. Puesto que hoy en día el investigador puede realizar todas sus pesquisas desde un ordenador en un cuarto cerrado, la única solución para que en una novela ambientada en la sociedad de la información siga habiendo calle, es que por alguna u otra razón el criminal necesite al lector. Criminales que buscan al lector, ya sea para que los rescate de su anonimato digital o porque el lector vuelve a ser una pieza indispensable para revelar la realidad.
Y algo así fue lo que me ocurrió a mí, el lector, cuando fui buscado por el criminal, para seguir avanzando con nuestra trama. Nos citamos en la Biblioteca de Canyelles, en Nou Barris. Sabía que me iban a tender una trampa, pero por mi parte también tomé algunas precauciones. Aparentemente, ninguno de ellos se presentó a la cita, porque de lo que se trataba era de descubrir quién era yo, trabajo que realizaron de un modo magistral, porque en ningún momento me sentí seguido ni espiado, pero al cabo de una semana me hicieron saber que conocían todos los datos sobre mí: dónde vivía, que había trabajado en un banco y que ahora estaba en paro, dónde me gustaba desayunar o mi afición por las bibliotecas. Pero lo que no podían imaginar era que había aceptado ofrecer toda esa información sobre mí para se expusieran y conocerlos a través del excelente trabajo de investigación y seguimiento de mi cofradía de amigos de biblioteca, que se camuflaron en la Biblioteca de Canyelles y consiguieron descubrir a un par de los tipos que me estaban espiando. La información era de calidad y no tardamos en imaginar con qué tipo de asunto nos estábamos mezclando.
Dos días después había una nota en el buzón de mi casa:
“El mutismo es uno de los atributos de la perfección. Franz Kafka”
Al que respondí dejando una nota en el buzón del tipo que me había estado espiando:
“Me voy dos meses de vacaciones. Cuando vuelva, hablamos. Marcel Proust”