1971 “Riders On The Storm”, The Doors
por Javier Avilés
El periodista pasa las páginas del hinchado cuaderno.
Notas para una posible (ilegible)
Fuimos arrojados a este mundo como perros sin un hueso para roer. Billy Cook hizo autoestop. Le pararon. Los jinetes en la tormenta, como premoniciones grises, avanzan implacables hacia el coche. Si el conductor no tuviera la mirada puesta en el cañón del revolver que empuña Cook podría ver, por el retrovisor la tormenta que se cierne a su espalda. Puedes oír la lluvia recreada por el órgano Fender. Ri-ders-on-thes-torm/Ki-ller-on-the-road. Cook hizo bajar al hombre del coche y lo encerró en el maletero. El hombre escapó sin que Cook se diese cuenta. Se acabó la gasolina.
Cook es el emisario de los jinetes de la tormenta. Volvió a hacer autoestop. Busca refugio. Las tormentas en Estados Unidos son una venganza contra el Destino Manifiesto. Las carreteras simbolizan la expansión y al mismo tiempo la ilusión de la posibilidad de una fuga. Del Atlántico al Pacífico. No hay más territorio. Aun así, debemos expandirnos, conquistar, colonizar, apropiarnos de todo. “Es un derecho, como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra, necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino”. Los jinetes de la tormenta vinieron de Europa y encontraron su campo en esa tierra de promisión. Exterminemos a los indígenas. Traigamos esclavos de África. En esta casa, en la que fuimos arrojados como un perro sin un maldito hueso que roer, nacimos. Hay un asesino en la carretera. Cuando Cook tenía cinco años su madre murió. Su padre se llevó a sus dos hijos a vivir a una mina abandonada y luego los dejó allí. Abandonados en una mina abandonada. Stephen King haría una novela a partir de los primeros años de Cook. Los psicoanalistas justificarían todos los actos de Cook. Billy Cook mató. Su hermano no. Entonces el espíritu que anidaba en el interior de la mina. Billy Cook hizo autoestop. Le detuvo una familia. Un matrimonio con sus tres hijos. Y el perro. A punta de pistola hizo conducir al padre durante setenta y dos horas sin descanso. Luego le hizo conducir por un camino que aparentemente no llevaba a ninguna parte. Les hizo bajar del coche y mató a cada uno de los miembros de la familia de un disparo en la cabeza. Al perro también. Encontraron los cuerpos a pocos metros de la entrada de la mina abandonada. Un viento frío, ululante, surgía de las entrañas de la tierra, como un cántico de júbilo. Los jinetes de la tormenta se regocijaban. Luego siguieron su camino, de este a oeste y de vuelta al este, por las largas, rectilíneas carreteras que deberían señalar la dirección del destino manifiesto. Pero se han convertido en un bucle sin final. No hay nada más que el océano, no hay nada más que el océano, nada más que el océano. Tenemos derecho a derramar sangre para el desarrollo pleno de nuestras capacidades. Tenemos derecho a un arma que nos permita matar para el crecimiento que tenemos como destino. Los jinetes de la tormenta ríen y el relámpago y el trueno no podrán ser vistos ni oídos por la familia que yace muerta cerca de la entrada. Ni por el perro. Hay un asesino en la carretera. Hace autoestop. Dicen que el fantasma de Jim Morrison hace autoestop por las carreteras estadounidenses aunque esté enterrado en París. Cuando el conductor que le ha recogido para en una gasolinera a repostar el fantasma desaparece. Cuando vuelve a ponerse en camino en todas las emisoras de radio suena Riders on the storm. Hay un asesino en la carretera, es todo lo que deberíamos recordar, no el nombre del asesino. Como en la lápida de Jesse James encargada por su madre: “En memoria de mi hijo amado, asesinado por un traidor y un cobarde cuyo nombre no merece figurar aquí”. Y a pesar de la contundencia del epitafio se han encargado de recordar el nombre del asesino. Robert Ford mató por la espalda a Jesse James. Billy Cook mató a seis personas en veintidós días. Charles Whitman se encaramó a un depósito de agua y mató con su fusil de francotirador a dieciseis personas en Texas, en 1965. Ted Bundy confesó haber matado a 30 mujeres entre 1974 y 1978. Zodiac asesinó a cuatro hombres y tres mujeres entre 1968 y 1969. Confesó haber matado a 37 personas en una de sus cartas. Entre mayo de 1972 y febrero de 1973, Edmund Kemper mató diez estudiantes que encontraba en la autopista, acuchillándolas, con arma de fuego o asfixia. Luego practicaba necrofilia y finalmente desmembraba los cuerpos. Mató a su abuelo, a su abuela, a su madre y a una amiga de su madre.
John Wayne Gacy, Jr. “Pogo el Payaso”, violó y mató a 33 hombres jóvenes entre 1972 y 1978.
Charles Manson y su banda. El rock asesino. Manson siempre quiso ser una estrella del rock. Lee Harvey Oswald mató a Kennedy. Jack Ruby mató a Oswald. Mark David Chapman mató a Lennon. Todos son estrellas del rock en lugar de nombres que no merecen figurar junto al de sus víctimas.
That’s Entertainment!
Hay un apunte borroso al margen: Los nombres de los que mataron a Malcom X, el falso asesino de Martin Luther King… ¿Oswald quiso ser una r&r star? Ruby sí. Chapman por supuesto. (Por supuesto subrayado tres veces).