25 Oct

Corrosión. Capítulo 8. La plaza de las seis basuras

Alguien te recomienda un dentista y acabas atravesando contrarreloj toda la ciudad para llegar hasta una remota clínica odontológica, porque el dentista de debajo de tu casa nunca puede ser lo suficientemente bueno. Y viceversa: gente remontando la ciudad porque alguien les dijo que el dentista de tu edificio era brillante.

Con la literatura ocurre algo similar. Aquello que nos resulta demasiado reconocible nos despierta una primera reacción de pereza y asco. No hemos sido educados para la cercanía, que siempre nos asfixia. Mi hermana tenía una guardería en su edificio, pero naturalmente envió a sus niños a una que quedaba a tres infiernos de distancia de su casa. Porque, ¿qué mente enferma llevaría a su hijo a la guardería de su propio edificio? Es absolutamente necesario atravesar la ciudad para acudir al dentista, al psicólogo o al abogado, por las mismas razones que procesamos un odio incorregible por cualquier ejercicio literario que peque de proximidad. Evidencia que me empuja a una teoría –sí: más provocativa que razonable- según la cual tan solo podemos asumir a nuestros contemporáneos en la medida en la que éstos no remuevan el suelo que pisamos.

img_5509-marcadaPero en el fondo las incomodidades están para eso, para fijarse. Y acudir a la otra punta de la ciudad siempre es productivo. Con mi hija nos tenía enamorados una plazoleta que conocíamos como la de los seis cubos de basura, y es que en un pedazo de patio no mucho más grande que una pista de baloncesto, había hasta seis cubos de basura, que mi hija y yo contábamos con apasionada sorpresa cada vez que pasábamos por allí.

Pero aún sucedían más cosas en ese barrio. Unas semanas antes, yo había encontrado aquel mapa dentro de un volumen de Cosmos de la Poble-sec-Francesc-Boix. Un mapa que conducía hasta aquí, un barrio muy frecuentado por mí, con su calle Guipúzcoa, su biblioteca Sant Martí de Provençals y su plaza de las seis basuras. La coartada oficial era que se había presentado ante mí una historia –una trama, según como-, y que tenía que aprovechar esa oportunidad, pero quizás todo era mucho más prosaico y es que me encontraba cómodo en ese barrio modesto, lleno de pequeños bares, estancos, establecimientos de lotería –me habéis entendido, ahorradme el ejercicio de costumbrismo cutre-, pero ante todo, muchos parados como yo.

La Biblioteca Sant Martí de Provençals, emplazada en la cuarta planta del edificio conocido como Residencia Gaudí, sede del Centro Cívico Sant Martí y de otras entidades del barrio, dispone de una serie de documentos de gran interés como la colección digitalizada de fotografías, la mayoría en blanco y negro, que son testimonio histórico del distrito de Sant Martí durante los años de transformación urbana derivado de las obras previas a las Olimpiadas de Barcelona’92.

Hasta que uno de esos días se me ocurrió algo que estaba delante mío y que no había sabido ver. Busqué si tenían algún libro de Gombrowicz y efectivamente ahí encontré otro volumen de Cosmos con una nota dentro que nadie en su sano juicio podría creerse:

Leche, Aceite

7.500  habas

Libritos y miel

26A marca blanca

Espárragos

Olvidar

Pasta dentífrica 1500 ppm

 

Lo cual nos devuelve al punto de partida: el dentista. El dentista y las vueltas. La literatura y las guarderías. La plaza de las seis basuras. Cosmos y Gombrowicz. Un gorrión colgado y la asociación  entre la boca de Katasia y la boca de Lena.  Un Gombrowicz que escribía en su diario:

“¿Qué es una novela policial? Un intento de organizar el caos. Por eso mi Cosmos, que me gusta llamar una novela sobre la formación de la realidad, será una especie de novela policial.”

3 thoughts on “Corrosión. Capítulo 8. La plaza de las seis basuras

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