27 Sep

Corrosión. Capítulo 6. Poble-sec-Francesc-Boix

Conocí a una persona que un buen día empezó a fotografiarse junto a sus lecturas para recordar dónde, cuándo y cómo había leído cada libro. Luego imprimía esas fotos y las guardaba dentro del ejemplar correspondiente, de modo que con el paso de los años y la típica disciplina obsesiva de artista, consiguió convertir su ocurrencia en algo más.

img_4736Decía mi amiga que además, esa foto entre las páginas del libro le servía para recuperar la mayoría de ejemplares que prestaba, lo cual a mí me maravillaba; clara muestra de que una simple fotografía despertaba mucho más la conciencia que el ideal romántico de reciprocidad hacia quien ha compartido con nosotros.

Durante mi divorcio, me había deshecho de todos mis libros –ni un trastero, ni pedirle el favor a un amigo, todo vendido, la purga-, y me gustaba argumentar que no hay que poseer libros sino exigir buenas bibliotecas públicas. Bien. Recuerdo vivaces conversaciones con mi amiga sobre si todavía debemos compartir nuestros libros más queridos con los demás, aun sospechando que quizás no vuelvan.

Por aquel entonces yo frecuentaba mucho a mi amiga, que era una mujer de una imaginación desaforada. Tanta que me acabó cansando –todo objeto, circunstancia o cotidianidad era susceptible de ser el esqueje que engendrará cualquier otra cosa. Pero el hartazgo ante esa irradiación compulsiva de pequeñas inventivas, no impidió que acabara imbuido por el marco súper imaginario que envolvía a mi amiga. Razón que explica que yo no pasara de largo del mapa que encontré dentro de Cosmos de Witold Gombrowicz.

Mi amiga vivía en la calle Tapioles, donde yo pasaba bastantes ratos y también lo hacía en la biblioteca del Poble-sec-Francesc-Boix, sita en el número 34 de la calle Blai, a apenas quince portales de donde vivía ella.

francesc-boixLa Biblioteca Poble-sec-Francesc-Boix nunca ha sido de mis preferidas, más bien al contrario, siempre le he tenido un punto de animadversión. Quizás por el vallado frente al pequeño patio, que me ponía muy nervioso, quizás porque durante una época trabajaba un capullo rubio que sí o sí se afeitaba cada tres días y al que nunca supe agarrarle la onda. Quizás porque ahí empezó toda la mandanga del mapa y la trama que tuvo lugar a continuación, quizás porque un día tuve una mala experiencia con un viejo ojeroso que decía que le había robado cincuenta euros… Seguramente por lo uno y por lo otro.

Francesc Boix fue un vecino del barrio del Poble-sec que luchó en el bando republicano durante la Guerra Civil. Al acabar la guerra se exilió a Francia, donde cayó prisionero del ejército alemán y fue enviado al campo de concentración de Mauthausen, así que no creo que le hiciera mucha gracia el vallado de la biblioteca. Después de su puesta en libertad, Boix trabajó en Francia como reportero gráfico. Algún día tendremos que pensar seriamente el asunto de las vallas en los edificios públicos, parques, jardines, no puede ser.

Uno de esos días en la Francesc Boix agarré Cosmos de Gombrowicz, pasé sus hojas por el dedo pulgar –me gusta escuchar cómo suenan los libros antes de leerlos, soy así de cursi- y entonces fue cuando me topé con un papel que una vez desplegado me mostró un mapa. Concretamente este:

 

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