Cap. 13. Un borracho en la Biblioteca Can Rosés. Historia de una trama de hechos antinarrativos
Me acuerdo de aquel día en la Biblioteca Can Rosés en el que un borracho que ojeaba la prensa a mi lado empezó a mascullar una suerte de conferencia literaria, con afirmaciones como que solo sobre las cenizas del desprestigio absoluto de la narración, el estilo y la mismísima palabra, podría resurgir la literatura.
Discurso que podría llegar a suscribir, y es que en las escasas ocasiones en las que he hablado de literatura con otras personas, siempre me ha gustado posicionarme más allá de una narratividad sobre la que es divertido echar pestes: que si la literatura es un asunto de geometría y formas, no tanto de historias, que si recurrir a los hechos es el recurso de quien no tiene nada que decir, que si proclamar el fracaso de la narración, que si considerarla superada. Actitud, por cierto, que es formidable para tejer complicidades rápidas pero también una táctica infalible para despertar muy pocas ganas de ser leído.
Pero la razón de ser de este escrito no es otra que confesar que si no quiero a la narratividad es porque ella no me quiere a mí. Desde bien jovencito siempre he sido un verdadero inútil para comprender historias. Nunca tuve la paciencia ni el interés ni la sensibilidad para percibir los matices que dan flexibilidad y vida a unos hechos. Ni comprendo las narraciones ni yo sé narrar. Jamás me pidas, por ejemplo, que te relate mis vacaciones o mi última semana, porque no sabré hacerlo. No podría entretenerte con un relato más o menos hilvanado de lo ocurrido ni tampoco sabría salpicarte de un modo fragmentario una buena colección de momentos que pudieran servirte para crearte una composición de lugar.
Qué pinta, pues, un exbancario divorciado que ni tan siquiera sabe explicar historias convirtiéndose en escritor. Decía Piglia que la imperfección puede ser estilo, y a lo mejor la literatura necesita de tipos incompetentes como yo. Leídos mal y tarde, sin manifiestas virtudes narrativas. Sobra gente explicando historietas con bellas palabras, falta asco y horror para sacudir nuestras letras adormecidas. No digo que vaya a ser yo, solo recuerdo que soy un escritor bastardo, y que más que nunca, ha llegado nuestro momento.
Pero la duda siempre estará ahí: ¿podría yo haberle sacado más partido a la increíble historia del mapa y las bibliotecas si tuviera un poco más de facilidad para la narración? Para los despistados recordaré que todo empezó el día en el que encontré un mapa dentro de un volumen de Cosmos de Gombrowicz en la biblioteca Francesc Boix de Poble Sec. Días después se me ocurrió algo que había estado delante mío y no había sabido ver, así que busqué si en la Biblioteca Sant Martí de Provençals tenían algún libro de Gombrowicz, y sí, ahí encontré una nota. A partir de ese episodio, fui yo mismo quien empezó a introducir una nota en todos los libros de Gombrowicz de todas las bibliotecas de Barcelona. Y mi idea funcionó, porque al cabo de unos días recibí la siguiente respuesta:
Miércoles, 13 de febrero, Biblioteca Zona Nord
Antes de las 12.00
deja tu americana en una de las sillas de la zona de diarios.
Vuelve a recoger tu americana a media tarde
Y sin más demoras, será en el próximo capítulo cuando os hablaré de lo ocurrido aquel 13 de febrero en la Biblioteca Zona Nord.