Nadando en turbias aguas
por Carolina Montoto
Nadando en las turbias aguas de los paraísos fiscales
Hoy, una serie de malentendidos me han llevado a recalar en un bufete de abogados cuando menos «dudoso».
Primer malentendido (estupidez, en realidad): Le comento a una conocida que he tenido un problema con Hacienda y que ahora me reclaman el pago de una deuda atrasada.
Segundo malentendido: Mi melena recta, mis pantalones de pinzas y mis zapatos Mascaró, que han hecho que esta conocida me tomara por quien yo no era y que me recomendase un bufete de abogados cuando menos «dudoso».
Tercer malentendido (suprema necedad elevada al cuadrado, de hecho): Sin consultar quiénes eran ni mirar antes su página por internet, me he presentado en este bufete de abogados cuando menos «dudoso». Calle Diagonal con Numància. Suelo de mármol y grandes e impecables superficies acristaladas. Un tipo demasiado servicial me ha abierto la puerta, y yo, ya medio mosca. Y mosca entera cuando otro sujeto de sonrisa deslumbrante, apenas ha escuchado que de mi boca salía la palabra «impuestos», se ha frotado las manos de una manera un tanto lasciva y me ha invitado a pasar a su despacho. Diplomas de universidades y posgrados MBA llenan las paredes.
«Lo único que deseo es tramitar un recurso para presentar a Hacienda», le he aclarado. Y él, a su vez, ¿ha escuchado algo de lo que yo le decía?, me ha informado: «Podemos prestarle asesoramiento en un amplio espectro de áreas fiscales, que abarcan desde la planificación de soluciones financieras y de gestión de inversiones, hasta el establecimiento y gestión de family offices». Malentendido descomunal seguramente debido a mi apellido: Montoto. Mi ojo derecho palpitando de ansiedad. Y él, sutil, ha continuado mientras se acariciaba voluptuoso su brillante calva: «Nuestros servicios en esta materia están claramente enfocados a la optimización de la carga fiscal dentro de las alternativas que ofrece la normativa tributaria vigente en cada momento».
Sutil, en efecto, y yo, víctima de un ataque de locura momentáneo, he decidido de pronto seguirle la corriente:
―Entiendo que usted me está sugiriendo que, con toda la información legal con la que su bufete cuenta, podrían ayudarme a mover mi dinero a un paraíso fiscal, donde…
Al tipo parece darle un ataque. La palabra «paraíso fiscal» no le ha gustado. Quizá prefiere hacer servir offshore.
―… Estoy sugiriendo que si usted considera que la carga fiscal que soporta es excesiva, hay alternativas… ―replica, y se estira, rotundo, los puños de la camisa (gemelos doradas con forma de ancla).
―Así es. Entonces, estará usted de acuerdo conmigo ―lo interrumpo― en que no es de recibo que yo tenga que pagar por mantener un sistema sanitario público que no he escogido o unas infraestructuras, como las carreteras, que no utilizo o a unos parados que no hacen más que rascarse la barriga.
―Hay mucha gente que opina como usted y por eso…
―Amancio Ortega ―le recito―, el hombre más rico de España. Todas las empresas del IBEX 35, e Ikea. Entre otras muchas.
―Exacto.
―Y desde luego, ¿qué tendrá que ver el aumento de la desigualdad social, o que en España haya un tercio de la población en situación de riesgo de pobreza, con los paraísos fiscales y la concentración de la riqueza en unas pocas manos? –apunto.
Torpedo directo a su barrigón y ataque de hipo del sujeto. Y yo prosigo:
―¿Acaso los ricos se hacen ricos a costa de los pobres? ¿No será más bien que el dinero de los paraísos fiscales genera más dinero gracias a su inversión en operaciones especulativas?
Tics nerviosos del encorbatado. Continúo:
―Lo que sinceramente no me parece bien es que los paraísos fiscales sirvan para ocultar el dinero del narcotráfico, el tráfico de armas y las mafias.
Y él, que se pone todo rojo, la cara contraída por la ira, y se afloja la corbata, me mira fijamente y me invita a salir del despacho mientras me dice: «Señora, usted decidirá qué quiere hacer con su dinero, pero recuerde que Hacienda no somos todos». Y esto, concluyo, no es ningún malentendido. Solo una verdad como una casa.
Nota: Las palabras del asesor fiscal del despacho de abogados están extraídas, literalmente, de las páginas de ciertos bufetes de abogados que facilitan la evasión fiscal.
¡Carolina Montoto, sabe muy bien lo dice porque lo piensa y obra en consecuencia!
Me encanta la cita de la fuente.
Fina ironía de la que obtiene un humor
ácido.
¡Felicitaciones!