27 Abr

Bonus track 3: I heard it through the grapevine, The Slits

por Javier Avilés

Querido hijo:

Si has llegado hasta esta página de este olvidado cuaderno quiero creer que sientes algún especial interés en lo que tu padre fue… tal vez no, tal vez solo una casualidad te ha llevado hasta aquí. En otro escenario estas páginas no son leídas nunca, en otro es otra persona quien las lee. Pero quiero creer que eres tu quien motivado por una curiosidad que no carece de cariño, un cariño o afecto póstumo, has llegado hasta aquí. Es lo que tiene la muerte, nos impide hacer más daño.

Sé que se supone que un hombre no debe llorar, pero no puedo contener estas lágrimas que, desde  dentro, pugnan por salir. No es cierto, es parte de la letra de una canción. De lo que quería hablarte es de otra cosa… de canciones, de lo que cuentan los pajaritos, de lo que se escucha si uno presta atención al viento agitando las hojas de las vides. De todo aquello que se supone que es el mundo real.

La gente dice que hay que creer la mitad de lo que se ve, hijo, y nada de lo que se escucha. Es también de la letra de una canción, de la misma canción. Y nunca una letra tuvo tanta razón. Supongo que en el fondo todos, desde el más estúpido al más ilustre, desde el predicador apocalíptico hasta el riguroso científico, desde el contable de un banco (¿todavía existe esa profesión?) hasta la esquimal con su millón de palabras para definir el blanco o la nieve, todos, todos nos damos cuenta que hay algo que no funciona en eso que llamamos realidad. Tu también lo has notado. Como si, de vez en cuando, todas nuestras inferencias del mundo se detuviesen un nanosegundo para reorganizarse y volver a dar consistencia a lo que percibimos. Un espacio de tiempo infinitesimal pero que aún así somos capaces de sentir.

Dicen algunas teorías que es posible que la realidad, el mundo que nos rodea, no tenga nada que ver con lo que creemos que es a través de nuestros sentidos. Que hemos organizado nuestro cerebro de forma que lo que percibimos se transforma para convertirse en una especie de interfaz que nos permite interactuar con la realidad, sea cual sea esta y sea cual sea su aspecto, de forma eficaz y fructífera. Lo comparan con el escritorio de la pantalla del ordenador, que no contiene los programas que se alojan en el disco duro ni los mecanismos que los hacen funcionar, pero que resulta conveniente y efectivo para ejecutarlos. Aquello que llamamos realidad no es más que una pantalla. Lo que sea la realidad no nos es accesible. En algún momento la evolución determinó que esa era la manera más rentable, válida, económica y eficiente de tratar con eso que llamamos realidad. Podríamos ser, y lo digo para crear una especie de imagen nebulosa y sin consistencia física, bacterias en el sifón de un volcán, flotando en un líquido corrosivo a más de quinientos grados de temperatura sin un lugar al que asirnos. Pero, ¿sabes?, eso no importa, porque nuestra representación del mundo es útil. No nos importa vivir una mentira, una ficción, porque esa misma ficción es la que nos garantiza seguir vivos, o la misma vida en sí. Ahí estamos, pululando en un ambiente hostil creyendo tener una vida, convencidos de habitar una realidad que no es más que una falacia, una herramienta que permite la supervivencia de nuestros genes mediante la reproducción. Estamos locos, hijo, creemos vivir y lo único que hacemos es procrear para que la especie sobreviva.

Escucha: The Miracles, Marvin Gaye, La Credence, The Slits… todos la misma canción, pero cada una diferente. Eso es la realidad para cada uno de nosotros, una versión personal de aquello que nos es completamente inaccesible. La voz de un pájaro o el susurro de una hoja. Pero la conclusión es siempre la misma: Mi amor me va a dejar por otro. Y entonces perdemos la cabeza y los pajaritos nos dicen que ella será al fin mía, porque no puede ser de otra manera. Son los dictados de supervivencia de la especie.

No pienses con todo esto que no has tenido importancia en mi vida. A pesar de todo lo que ocurrió hasta que escribo esto o de lo que ocurrirá desde que escribo hasta que lo leas. No creas que a pesar de lo que crea, a pesar de mi visión pesimista de la vida, de mi falta de creencia en la realidad, aún más punible socialmente que no creer en un ser superior que determina nuestra existencia, te considero una especie de incidente, una atávica respuesta del organismo.

Siempre te he querido.

[El periodista cierra el cuaderno]

 

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