2001 Mein Herz brennt, Rammstein
por Javier Avilés
Te despiertas de golpe en lo más profundo de la noche. Quieres gritar y no puedes. Una corriente helada recorre toda tu espalda. Estás tumbado en la cama, paralizado. Y de pie al borde la cama, junto a tus pies, una figura espectral. Sus rasgos son inconcretos. Toda la aparición queda difuminada por la especie de luz que emana. Un efecto óptico. Una presencia real. Sientes el contacto de la mano, una frialdad que no pertenece a este mundo. El frío del espacio exterior, el gélido aliento de lo que está más allá de la vida. Por unos instantes, por un largo minuto, perteneces a otro ámbito. Han venido desde otro lado para señalarte con la marca glacial y sabes que ya no podrás escapar. Desde ese momento perteneces a una parcela que no pertenece a este lugar ni al otro, sea cual sea ese otro lugar. O no lugar. Has sido elegido, te han condenado, has sido herrado por la oscuridad glacial y no hay escapatoria. Los sueños son sus dominios y no hay lugar para esconderse en ellos. Su voz sale de la almohada y bebe nuestras lágrimas de terror. La mano permanece aferrada a tu tobillo y sigues paralizado. De repente todo termina. El espectro sale de escena como si nunca hubiese estado allí. Desaparece de golpe dejando tras de sí el contacto de su mano en tu piel. Entonces despiertas. Crees que despiertas. No sabes si estabas despierto o acabas de despertar. Como si tu cerebro quisiera confundirte negando la aparición, archivándola en la sección de sueños. Pero sabes que no es así. La persistencia ectoplásmica inunda todo el dormitorio. Algo se ha introducido en él y ha dejado la huella de su intromisión. No hay nada que pueda limpiar el recuerdo, no hay forma de purgar la ausencia de la presencia.
El día anterior habías tenido una pesadilla. Estabais todos los miembros del grupo en una sala oscura de una comisaría. Una lámpara sobre una mesa es la única iluminación. En ella están interrogando al batería después de haber hecho lo mismo con el representante. Éste está sentado en una silla junto a la pared, como desmadejado. La cabeza le cuelga de forma poco natural y de ella gotea sangre sobre su regazo. Intentas razonar con el guitarrista que extrañamente es uno de los policías. Le explicas la situación, unos sucesos triviales que él conoce de primera mano, pero no te hace demasiado caso. Le pides que detenga el interrogatorio, que todo se puede aclarar de forma sencilla, que no hay ningún delito. Cuando suena el primer golpe, el pómulo del batería quebrándose, te despiertas espantado. Son las cuatro de la mañana. Ya no vuelves a dormir. Durante todo el día la pesadilla te deja un regusto desagradable en el paladar, una sequedad árida en la boca que no consigue eliminar el whisky que bebes sin cesar durante todo el día. Agotado, te acuestas y cuando estás a punto de quedarte dormido cuando aparece el espectro. No puedes volver a dormir. Tienes la marca de la mano fantasma impresa en la piel del tobillo. No puedes volver a dormir. No esa noche, no ese día, no al siguiente, ni al siguiente, ni al siguiente…
Tu corazón arde.
En la interminable vigilia, en el persistente insomnio, reconstruyes la escena que tuvo lugar en tu habitación. La aparición anunciaba un largo periodo sin sueño. Y a pesar de que el espectro irradiaba una luminosidad que le hacía indistinguible, empiezas a recordar, o a creer que recuerdas, o a recomponer tu memoria de forma que los hechos se ajusten a la teoría que vas construyendo en tus largos días y noches sin sueños. Esa aparición, te dices, eras tú. Tú mismo surgiendo desde el otro lado. Hay dos mundos, te dices, mientras en uno duermes, en el otro estás despierto. Y lo que has venido a decirte desde el otro lado es que te espera un largo periodo sin posibilidad de dormir. Quizás, te dices intentando darle coherencia a los sucesos, los sueños son atisbos de la vida en el otro lado. Quizás, la escena de la comisaría, le ocurrió a tu otro yo del otro lado. Quizás ahora, en el otro lado, estés dormido, en coma tras el interrogatorio, sin posibilidad de despertar. Y mientras, en este lado, tu tendrás que sobrevivir sin poder dormir.
Eso me ocurrió de verdad, chaval.
[Bebe]
¡No, hombre, no!
Lo leí en una novela.