16 May

Cap. 20. Biblioteca Vilapicina y la Torre Llobeta; La anécdota

Según Pere-Lluís, dos individuos de mediana edad se agarraron a trompadas en la puerta de la biblioteca ante la atenta mirada de varias personas que no se decidían a intervenir, ya que todo lo rápida que había sido la transición desde la disputa verbal hasta esos dos primeros intentos de puñetazo al hombre de la cazadora beige por parte del tipo de la camisa de cuadros azules, también lo había sido la siguiente derivada, cuando ambos contendientes se entrelazaron en una suerte de abrazo dentro del cual latía la violencia del enfrentamiento físico, pero a su vez una extraña complicidad entre los cuerpos que indeterminaba si aquello acabaría en nuevos golpes o en una escena fraternal, lo que para Pere-Lluís era una clara manifestación de nuestros días, tan proclives a la irritación, el ruido y la contundencia alrededor de las capas epidérmicas de lo cotidiano, como confusos y pusilánimes a la hora de abordar esa realidad de un modo más íntimo.

Según Toni Vila, todo empezó con un tipo hojeando un libro de la estantería de reservas, se diría que con intención de retirarlo, cuando llegó el legítimo usuario de la reserva, que de pésimos modos trató de arrebatarle el libro de las manos al primer tipo, que se negó a soltarlo y reclamó la intermediación de uno de los bibliotecarios, pero de repente tuvieron el ejemplar en manos de ambos y ahí empezó el forcejeo, hasta el punto que no había marcha atrás porque el legítimo usuario de la reserva manoteo el libro del otro, y como éste se resistía, acabó intentando golpearle en dos ocasiones, siendo cierto que luego los cuerpos se enredaron, pero no había nada indeterminado en la escena, sino que era el libro lo que estaba entre ellos, y un libro siempre es algo bastante determinado, lo que para Toni Vila también nos ofrecía algunas enseñanzas, en ese caso relativas a legalidad y legitimidad, pues de un modo abstracto nos encontramos en un momento histórico en el que la sociedad exige la redacción de un nuevo contrato social, porque nada de lo presente sirve para imaginar un futuro esperanzador.

Según Tito, era importante analizar lo ocurrido desde una óptica social, pues había algunos detalles que no debían pasar inadvertidos, empezando porque el tipo de la cazadora beige con la coartada de la reserva había asaltado al hombre de la camisa a cuadros azules con una ferocidad que no hubiera utilizado en una situación análoga si no fuera por una lectura de clase previa, y lo peor es pensar que ambos contendientes pertenecen a una misma clase social, que el gran acierto de la post-burguesía ha sido camuflarse, y mientras una serie de elegidos económicos capitalistas inalcanzables han sido señalados como nueva aristocracia, ellos, retrocediendo la realidad ciento veinticinco años, se reivindican como fuerza revolucionaria, mezclándose con los obreros y el precariado, vosotros sois de los nuestros, les dicen, y no como esas hordas de bárbaros que os quieren quitar los puestos de trabajo, lo que para Tito estaba más que presente en la escena del libro, porque lo que no soportaba el tipo de la cazadora beige era que un extraño de procedencia indeterminada manoseara su reserva.

Según Rosales, era lamentable tanto entusiasmo por unos hechos violentos mientras se dejaba en el aire el epicentro de esa historia, que sin duda era develar cuál era el libro que se disputaban el golpeador tipo de la camisa azul -y la reserva- y el hombre de la cazadora beige, pues no todo está perdido cuando dos se pelean por Claus y Lucas, de Agota Kristof, una noticia estimulante en sí misma, pero más todavía si se piensa literariamente, porque esos dos tipos peleando por el libro, no eran otros que Claus y Lucas, Claus con una cazadora beige y Lucas con una camisa azul a cuadros, porque del mismo modo que los hermanos se acabaron separando, también nosotros nos hemos alejado los unos de los otros,  lo que para Rosales demuestra que Agota Kristof escribió esa trilogía para advertirnos de lo que nos iba a pasar, de nuestro distanciamiento mutuo, que derivará en esta soledad devastadora, y también porque Agota Kristof tenía muchas ganas de escribir esa célebre frase en la que sintetiza la contradicción inherente al propio ejercicio literario: “por muy triste que sea un libro, nunca puede ser tan triste como la vida”.

Así que ésta es la minúscula anécdota que os comenté  que había tenido lugar en la Biblioteca Can Mariner de Horta, lo cual fue inexacto, porque esta anécdota tuvo lugar en la Biblioteca Vilapicina y la Torre Llobeta.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *