Cap. 21. Biblioteca Sant Pau – Santa Creu, Asociaciones
por Dioni Porta
“En su novela Cosmos, Witold Gombrowicz despliega una descabellada historia a partir de dos observaciones del protagonista narrador: la imagen de un gorrión colgado de un alambre, y la asociación mental entre la boca de Katasia y la boca de Lena, dos mujeres que conviven con el héroe de la novela en la casa en la que él se hospeda. El propio Gombrowicz lo define de este modo en su Diario:
“Estos dos problemas exigen un sentido. Uno penetra en el otro tendiendo hacia la totalidad. De este modo comienza un proceso de suposiciones, de asociaciones, de investigaciones, algo que va a crearse, pero se trata de un embrión más bien monstruoso, un aborto… y este rebus oscuro, incomprensible, exigirá una solución… buscar una Idea que explique, que imponga un orden…”
Palabras que me parecieron escritas para mí, porque pocas aristas del ejercicio creativo me excitan tanto como una asociación imposible. Aquel que es capaz de juntar en un argumento el regreso mediático del Bigote Arrocet con las crisis de sobreproducción capitalistas, capta al instante todo mi respeto y atención. O quien traza una frase por la que el caos ecológico que supondría la extinción de las abejas desfila de la mano de Julio Cortázar y Carol Dunlop atravesando Francia con su autocaravana. El problema es que los que no piensan como yo también realizan sus asociaciones. ¡Y menudas asociaciones! Algunos enemigos hace tiempo que practican y dominan las posibilidades ilimitadas de las asociaciones, de las que extraen unos beneficios impensables. Porque, efectivamente, la bella y sublime asociación libre de ideas es un territorio de frontera en el que lo creativo convive con la mentira y la manipulación, lo cual ya no hace tanta gracia.
Ocurre como con la ironía. ¿Quién puede negar que la ironía es uno de los mejores inventos del hombre? Pero la ironía también tiene sus riesgos, como cuando la pensamos como un instrumento de la resignación, entonces identificamos multitud de ejemplos en los que la actitud irónica elevada a la categoría de ideología no hace sino favorecer que siga imponiéndose lo que más detestamos, que no suele matizar ni complejizar sus fuerzas.
Pero, ¿por qué todos mis escritos acaban fatal? Había empezado bien, escribiendo sobre Cosmos de Gombrowicz, sobre las asociaciones y la ironía, hablando de cosas que me gustan, pero siempre llega –siempre acaba llegando- ese punto fatídico en el que mi escritura siente la necesidad física de virar hacia lo peliagudo, no sé si será porque soy un optimista incorregible de aquellos que entienden que solo el fatalismo logra exigir a una situación para que dé lo mejor de sí misma, o será porque soy un incorregible espíritu deprimido y deprimente.”
Este texto es la transcripción exacta de una nota que escribí el 6 de mayo de 2012 en la Biblioteca Sant Pau – Santa Creu. Así leídas, sin contexto, pueden resultar extrañas palabras nutridas a base de conexiones desopilantes, pero ese marco existe y es que en aquellas fechas el mapa volvió a mi vida. Después del famoso episodio en Ciutat Meridiana, me había olvidado completamente de los mapas y las mandangas, cuando, de repente, estos reaparecieron, y más allá del asunto propiamente dicho, me golpeó recordar que lo que creemos y lo que queremos no siempre quedan alineados. Lo que traducido a nuestra historia significa que había encontrado una nueva nota dentro de un libro de Gombrowicz, unas inocentes palabras que estaba convencido de que estaban dirigidas a mí y que funcionaban como un saludo y también como una amenaza:
“Morirse de ganas de entrar hasta que comprendes que no puedes salir. Bien regresado.”