10 Oct

Corrosión, Cap 28. Biblioteca Vila de Gràcia

por Dioni Porta

Hoy toca hablar de la Biblioteca Vila de Gràcia, que sin ningún tipo de duda es mi biblioteca. En los ya lejanos tiempos de opaco empleado de banca que alargaba sus jornadas hasta bien entrada la tarde, esa caja de libros funcionaba como una exótica válvula de escape. No me cogía de camino, pero no me importaba apartarme de la línea recta oficina-casa para visitarla. Algunos van al bar al salir del trabajo y yo iba a la biblioteca. Bueno, no me haré el mormón, pues normalmente hacía doblete: bar y también biblioteca. Mi mujer también salía tarde de su trabajo y como no soportaba estar solo en casa —lo de encender las luces y tal me hacía sentir fatal; un perro que va de la casa oscura a la oficina y de la oficina a la casa oscura— mataba el tiempo por aquí y por allá.

La Biblioteca de Vila de Gràcia es una de las menos espectaculares de la ciudad —no por la arquitectura ni menos aún por sus empleados, que son maravillosos, sino porque es bastante reducida en comparación con otras—, pero a mí me encantaba. Recomiendo la ruta este, es decir acceder a la biblioteca a través de Travessera de Gràcia, por un camino que está lleno de estímulos, comenzando porque las estrechas calles hacen que te vayas cruzando con gente constantemente, lo cual te obliga a subir y bajar del bordillo todo el rato, que es algo divertidísimo.

Los que no han trabajado en una oficina bancaria no pueden hacerse a la idea de lo que es eso. La aproximación que brindan las fugaces experiencias que todos hemos tenido en mayor o menor medida como clientes, son del todo engañosas. Desde la óptica del cliente, una oficina bancaria puede percibirse como un espacio frío, aséptico, a medio camino entre el no-lugar y el robusto formalismo gubernamental, pero nada de eso, pues una oficina bancaria es, ni más ni menos, que una casa embrujada. A los amantes del new age y el esoterismo les recomiendo trabajar en un banco, donde podrán remozarse con placer en la fastuosidad energética que allí se respira. Para huir de esa sobredosis espiritual con la que me maltrataba mi oficina bancaria, al salir de ahí me entregaba a cualquier materialidad: beber o picotear algo, pero también acudir a la Biblioteca Vila de Gràcia. A los bares a los que entraba les exigía que fueron lo más tangibles posible: mucha gente, alboroto, movimiento, comida, bebida, diarios, copas rotas, etcétera. Del mismo modo, al entrar en la biblioteca necesitaba concretar la esencia cultural en algo físico, lo cual lograba recorriendo estanterías, ojeando libros, deuvedés y cds, de los cuáles acababa seleccionando un buen número. Estoy convencido de que no sorprenderé a nadie si revelo que de todo ese trajín de documentos en préstamo que iban y venían en mi maletín de cuero marrón, no leía ni veía ni escuchaba apenas nada, y que la tarea asignada a cada documento era la de ser elegido, ojeado allí mismo frente a la estantería y limitarse a salir y volver.

Así pasé bastantes años. Tomando en préstamo multitud de libros que no leía. Aún no he resuelto qué pensar sobre aquel episodio de mi vida. En cierto modo me avergüenzo recordando la mentira y el engaño de merodear la idea del lector siendo incapaz de culminarla: ¿qué especie de lelo acumula semanalmente oportunidades diversas de lectura para acabar no abriendo ninguno de esos libros? Por otro lado, en aquella locura estaba el germen que más adelante me empujó a leer.

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