Efluvios de testosterona patriótica
por Carolina Montoto
Soy la doctora M, especialista en medicina familiar y comunitaria, y he de decir que desde hace un mes persisto en mi convencimiento de que puedo regenerar lo aparentemente irregenerable.
En concreto, me refiero a mi Carmelo, un hombre que va a todas partes en su coche (insensible a las nocivas consecuencias del cambio climático) y compra sin ningún empacho en tiendas de Inditex (insensible a la explotación/esclavización de mano de obra por parte de esta empresa).
Sin embargo, mis esperanzas suelen verse frustradas cada vez que él vuelve a las andadas al no sumarse a la campaña contra Vueling, compañía que ha firmado un convenio para deportar a los inmigrantes llamados ilegales, por ejemplo.
Y entonces tenemos bronca, y vuelta a empezar.
Aún perturbada por mi amor fou, hoy me he llevado a Carmelo de tiendas, eso es lo que le he dicho, aunque era plenamente consciente de que a esa misma hora y en esa misma zona se había convocado una concentración, y yo tengo curiosidad por ver cómo se desarrollaba.
No se trata, desde luego, de una manifestación contra los recortes ni contra los desahucios ni contra los fondos buitres. Pues, aunque haberlos, haylos, parece que ya no son el plato del día. Hay otros temas, como muy bien apunta Brigitte Vasallo , que ahora movilizan a la gente: los que se dictan desde el poder y los medios de comunicación convencionales, que son los que han dignificado «la revolta [del 1 de octubre] i li han dit al poble que està bé, que és just, que aquesta és una revolució dels bons contra uns dolents»
Es una concentración contra la intervención y represión del Gobierno central. Y, por lo que entreveo, parece tener lugar de forma tan ordenada como ha establecido la gente de orden que se ha sumado a la convocatoria. Aun así, arrastro hacia el meollo a Carmelo, que me mira con el morro torcido. De acuerdo, ya nos vamos, le voy a decir a mi acompañante cuando, de súbito, un olor me tira hacia atrás y hace que mi libido descienda varios grados hasta casi alcanzar un estado de congelación.
¡¡Testosterona!!, me digo frunciendo la nariz.
Mi mirada se dirige hacia la bocacalle donde se concentran todos estos efluvios de machoman, y entonces los veo. Unas murallas de armarios impasibles ante el sufrimiento humano. RoboCop con coderas, rodilleras, cascos, guantes y porras. De los cuerpos de seguridad del Estado, que dicen los medios de desinformación. Policías nacionales o mossos d’esquadra: tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando.
Mi corazón se pone a mil. La boca se me seca y las manos me sudan.
Y en ese momento lo diviso a él. A Carmelo, quiero decir. Que ha desaparecido de mi lado y se encuentra en primera fila. Delante de todo. Haciendo de contramuralla. Henchido de orgullo. En pleno subidón, supongo, de testosterona. Con su camisa Lacoste y sus mocasines. Con su aspecto de ser una persona de orden, de persona que nunca se sale del carril de la derecha. En la línea de fuego.
¡¿Qué demonios está haciendo allí?!
Como si hubiera presentido mi perplejidad, Carmelo mira hacia atrás, hacia mí, como un niño pillado en falta en plena travesura. Jugando a ser un héroe, en realidad. Flamante colega de los otros jugadores en esa partida donde solo se contempla la existencia de ganadores o perdedores. O ellos o nosotros.
Me quedo plantificada en el suelo de la sorpresa y con la cara de boba. Y recuerdo todas las veces que le he recriminado que nunca moviese ni un dedo por nada ni por nadie. Su absoluto cinismo en las cuestiones políticas.
Hasta que de pronto, ante tal imagen, entiendo qué es lo que me ata a Carmelo: a mí me educaron para que yo construyera mi vida alrededor de un príncipe azul y a él, para ser ese príncipe azul que me iba a salvar de no sé qué peligro. Me percato entonces que aún no hemos conseguido sacarnos el sambenito de estas construcciones de géneros, y así nos va.
Y digo yo: ¿no será por eso que en estos momentos nos encontramos en medio de un fuego cruzado para ver quién tiene el pene más grande?
(continuará)