08 Ene

Corrosión, Cap. 35. Autocrítica

por Dioni Porta

Empezaré esta nota echando pestes de Pornografía de Gombrowicz. Me aburrí tanto que no pude acabarla. Apenas un puñado de párrafos me sirvieron para constatar que no lograría establecer ninguna conexión con la novela; tirantez que no hizo sino aumentar a medida que iban pasando las páginas y avanzaba con ellas nuestra tensa relación. Después de unas cuantas escaramuzas de conflictiva lectura, opté por desistir sin albergar ninguna duda a la hora de culpar a Gombrowicz de semejante fracaso. Me dije que Pornografía no era más que un remake fallido de Ferdydurke, un regreso de Gombrowicz a sus temas de siempre —la forma, la inmadurez disfrazada de rigor y pautas de actuación o el eterno conflicto entre juventud y vejez, entre plenitud y no-plenitud— que había degenerado en un artefacto pastoso y aburrido que no ofrecía nada nuevo, sino más bien todo lo contrario, pues la novela acaba resultando una parodia intrascendente de las obras maestras gombrowiczianas. Aquel Ferdydurke o aquel Cosmos que lecturas tan entusiastas me habían provocado y que no habían encontrado en Pornografía una digna sucesora.

Sí, había elegido el camino fácil, el de cargar toda la responsabilidad de ese fiasco lector en el otro: en este caso, la novela de Gombrowicz. Una autocomplacencia acomodaticia frente a la que afortunadamente tuve una chispa de lucidez y unos días después de mi deserción, empecé a preguntarme si no estaba siendo demasiado severo con Pornografía y demasiado indulgente conmigo mismo. En el lenguaje atroz de la autoayuda me provoqué preguntándome si además de lo que el libro había dejado de hacer por mí, había pensado en lo que yo había dejado de hacer por el libro.

La respuesta a esa cuestión viscosa era que, efectivamente, había leído Pornografía de mala gana y en unas condiciones contrarias. Estaba en baja forma lectora y más para novelas y más todavía para novelas de ese tipo. Valorar las circunstancias personales y las condiciones objetivas de una lectura, sería una consideración que siempre tendríamos que hacernos antes de acusar a un libro de un fracaso compartido, más cuando se trata de una lectura exigente como las que propone Gombrowicz. Quizás Pornografía no era Ferdydurke, pero yo tampoco era el mismo que llevó a término aquella feliz lectura, cuando reservé una parte central de mi concentración para la novela de Gombrowicz, mientras que, en el caso de Pornografía, ésta nunca dejó de ser un elemento intruso en mi cotidianidad, un añadido, sin que llegara a otorgarle ninguna jerarquía real.

Así que acabé mal con Pornografía, pero, aunque fuera de un modo indirecto, Gombrowicz no había defraudado su capacidad para invitarme a la reflexión interior. Lo de Pornografía podía verse como una anécdota, quizás era cierto que no era su mejor obra y tampoco había nada particularmente negativo en confesar que me encontraba en baja forma lectora, pero el asunto de la autocrítica no era menor: ahí estaba mi tendencia a cerrar forzadamente las heridas buscando culpables exógenos. Que no me gusta un libro: seguro que es un mal libro. Que no me gusta mi vida: seguro que las circunstancias adversas justifican mi desengaño. Que no avanzo con la novela: seguro que la realidad no me ofrece buen material.

Dicho de un modo más sencillo: siempre titubeaba a la hora de asumir responsabilidades. Diría Gombrowicz que era un típico ejemplar de individuo adulto podrido en su inmadurez interior, razón por la cual dedicaba todos mis esfuerzos a la construcción de una forma exterior, una careta, que escondiera esa hipocresía, esa debilidad, en definitiva, esa incapacidad para ser joven y pleno o adulto y maduro. ¿O acaso inconscientemente no sospechaba que alguien estaba protegiéndome de los criminales polacos y soltando cuerda de un modo controlado para que pudiera satisfacer mi necesidad de coquetear con el abismo sin la voluntad de aceptar los riesgos reales del mismo?

Lo que no me podía imaginar de ningún modo era que fuera Rosales —¡precisamente Rosales!—quien había manejado con tanta pericia la trama. Rosales quien había colocado a Raúl en el mapa y Rosales quien, de algún modo, debía considerarse como el responsable de toda la operación. ¿O acaso Pere-Lluís, Tito y Toni Vila también habían organizado esta operación polaca?

Para resolver mis dudas, acudí a la Biblioteca Camp de l’Arpa – Caterina Albert, la más frecuentada por Rosales, que vivía a un par de calles de la misma.

 

 


			

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *