Cap. 17, Biblioteca Agustí Centelles; Ferdydurke
Y sí, tanto mapa y tanta nota, tanto Gombrowicz por aquí y Gombrowicz por allá, me condujo a Ferdydurke. Me sonaba vagamente el nombre de Witold Gombrowicz, pero no sabía nada de él. Confieso que me imaginaba al típico autor centroeuropeo herido por la guerra y el totalitarismo, autor de lectura sobria y referente moral, hasta que me topé con algunos datos biográficos que suscitaron mi interés. A Gombrowicz, la invasión nazi de Polonia le pilló en la Argentina, donde se pasó 20 años y 266 días (¡yo también acostumbro a sacar cálculos inútiles!). Asimismo, me entusiasmó que hubiera trabajado en un banco (¡como yo!), o que Ferdydurke se presentara como un alegato en contra de la edad adulta, periodo insulso y vacío en el que la vida formal se hace pasar por madurez (¡así lo sentía yo!). De modo que cuando empecé a leer Ferdydurke y descubrí que el protagonista se llamaba Pepe (¡como yo!), ya no podía estar más que convencido de encontrarme frente a un libro que me interpelaba personalmente.
Ferdydurke es la historia de un escritor treintañero dolido por la acogida que tuvo su primera novela –Memorias de la adolescencia-, que recibe la visita de un puntilloso profesor que empezará a tratarlo como un muchacho hasta el punto de conducirlo a su escuela para educarlo y buscarle una habitación de huésped en la casa de una familia pequeño-burguesa. Pepe, incapaz de despojarse de ese malentendido que lo ha convertido en un joven estudiante, se acabará dejando envolver por una trama desopilante en la que reconoceremos un contexto tan realista como vulgar, que estará singularmente regido por una serie de normas, causas y consecuencias, absolutamente absurdas y arbitrarias. Por esa atmósfera, tan tangible como ingrávida e impredecible, desfilarán la escuela –violenta e inútil-, la familia –peligrosa-, el sexo y el amor –motores de la acción-, o incluso el conflicto entre clases sociales –la patética ignorancia de la aristocracia-.
Se ha interpretado Ferdydurke como un elogio de la inmadurez, pero en mi opinión a Gombrowicz no le mueve tanto el interés por reivindicar la conmoción romántica e idealista de la juventud, sino más bien denunciar que aquello que se identifica con la madurez de la edad adulta es un fraude formal detrás del cual se esconde una sobriedad tan anodina como cobarde. Gombrowicz aspira a la madurez, defendiendo que puede estar más cerca de ella el joven inmaduro que el adulto y sus juicios inmóviles, que no son sino una mansa reproducción de tradiciones impuestas. Para ilustrar esa idea, Gombrowicz recurre al absurdo y la deconstrucción de una narración flotante en la que el lector no podrá valerse de estructuras preconcebidas para encarar los dilemas morales que la novela plantea, sino que tendrá que valerse de su propia intuición.
En el ejemplar de Ferdydurke que tomé en préstamo en la Biblioteca Esquerra de l’Eixample – Agustí Centelles, alguien había dejado un ejemplar de Babelia del año 2001, que incluía un texto de César Aira con frases tan sugerentes como la siguiente: “pero podría sostenerse que su obra maestra fue la cofradía de amigos que formó a su alrededor.” Se refiere a Virgilio Piñera y los otros ferdydurkistas, pero también a su última etapa, cuando un Gombrowicz cincuentón empieza a rodearse de jóvenes desorientados. César Aira habla de “el gran escritor que supo analizar y evaluar tan bien su propia obra fue superado por la creación que respaldaba esa obra: el grupo de amigos, el puñado de vidas que iluminó, el triunfo secreto sobre su ausencia”, lo que iba a ponerme sobre la pista de lo extraordinario que era ese grupo de colegas que nos íbamos encontrando de biblioteca en biblioteca, y que sin duda merecen un capítulo propio, que será el siguiente.