02 Mar

Estrip Art, “Crónica de Shangai 1” por Mela D.

22 de febrero 2006, miércoles

Hoy tengo que formalizar mi matrícula en la universidad, así que me voy tempranito al campus con un buen fajo de dinero en el bolso (exactamente 99 billetes, porque tengo que pagar 9.900 yuanes y el billete más grande que hay en circulación es de 100). Una vez allí me dicen que puedo escoger dos tipos de curso: para aprender: solamente chino hablado, o bien chino hablado y escrito. Escojo lo segundo porque aprender los caracteres, creo, será parte de la gracia del asunto, aunque resulte un poco más lento que si solamente aprendiese a hablar.

A la vuelta de la universidad, por fin me animo a comprar algo en el mercado que tengo más cerca de casa: tomates, patatas y unas verduras que me tienen buena pinta, de las que decido llevarme dos manojos para probarlas en casa esta noche. Aún no sé decir los números en chino, y aquí la gente indica los números con los dedos de una forma tan diferente a la nuestra que no les entiendo; pero aún así, al final resulta que comprar en el mercado no es tan difícil como yo temía, aunque seguramente acabo pagando un poco más que si fuese china. Y una vez más, como ya me ha pasado varias veces, veo que si les hablo a los chinos en el idioma que sea, pero entonando y haciendo algunos gestos con las manos, más o menos entienden lo que quiero decir. En el mercado no es tan difícil imaginárselo porque no hay muchas posibilidades distintas de significado, pero ya me ha ocurrido otras veces que la comunicación funciona a pesar de que el contenido de la conversación no están, en principio, tan claro.

(Por ejemplo: la semana pasada, un día que llovía —con lo que el suelo estaba lleno de gotitas de agua—, cuando forcejeaba con mi paraguas para ver si podía cerrarlo antes de entrar en el ascensor, intentando al mismo tiempo no mover mucho una bolsa con el sushi que acababa de comprar para la cena, me di un golpe con una de las varillas del paraguas y ¡zas!, se me cayó una lentilla. Así que me puse a buscarla mirando al suelo muy concentrada, hasta que los guardas de nuestra finca me vieron desde fuera y entraron para preguntarme —en chino— qué era lo que estaba buscando con tanta concentración en el suelo; yo les contesté —en castellano— que buscaba mi lentilla; ellos me dijeron —en chino— que qué rabia que se me hubiera caído, se pusieron a buscarla conmigo… y acabaron encontrándola. Por supuesto les di millones de gracias —en chino, que de momento sigue siendo lo único que sé decir—, y subí a casa pensando que al fin y al cabo, en cuestión de gestos y expresiones, los chinos no están demasiado lejos de nosotros.)

Hoy, después de hacer las compras en el mercado, me pongo a hacer la cena, y la buena noticia es que al poner a hervir la verdura que he comprado se confirma mis sospecha: ¡¡son grelos, casi idénticos a los gallegos!! ¡Qué bien, con lo que nos gustan a los dos! ¡Esto sí que no me lo esperaba!