Aforisme antiliterari primer
per Gòmez de la Sorna @odradek1
per Gòmez de la Sorna @odradek1
por Jean Murdock @CgAjeanmurdock
El tomate viene de Orlando. Cuando es picante, del furioso; si de Woolf, entonces es tomata. El que viene de Alabama es verde y frito, y conviene abstenerse de la carne que lo acompaña: Estaba seguro de que el hombre había visto el brazo de Frank Bennett borboteando, arriba y abajo, entre los cerdos. Pero era evidente que no, porque, dos días después, el gordo georgiano le dijo a Big George que era la mejor barbacoa que había comido jamás, y le preguntó cuál era su secreto. Big George sonrió y dijo: «Gracias, señó, debo decir que el secreto está en la salsa».[1]
En la salsa de Winterson los tomates son doce y maduros, y se cortan longitudinalmente como si fuesen nuestro enemigo.[2]
El tomate es una fruta que se toma por verdura cuando es más bien un embrollo, sobre todo si es de enredadera, que es la tomatera más puñetera. Simone Ortega, insigne partícipe de lo complejo, anima a quitarle las pepitas al cocinarlo, pues se cree que indisponen, pero más indispone el quitarlas, ya que es un trabajo tan molesto como cuando se te sale el dedo gordo por un agujero del calcetín, que no por un casual se llama también tomate, porque el tomate está por todo: en la pasta, en la pizza, en la tele, en la cama –ergo en la carne–, en lo bonito del atún y en lo grana de la cara. Para pelarlo hay que hacerle una cruz en el culo al cocerlo. Al parecer es un acto satánico de raíces paganas cuyo origen se remonta a las casillas de la declaración de la renta, donde el tomate es un fruto endémico, aunque allí le han impuesto otros nombres por rendirle tributo.
Cuando el tomate viene triturado se llama gore y sirve de aderezo en las películas, si bien entonces se conoce como atrezo, sobre todo en Italia, donde paradójicamente lo llaman pomodoro, es decir, manzana de oro, porque los primeros tomates que se cultivaron en Italia eran amarillos. Siglos después en Francia, por llevar la contraria y engrosar sus mitos, lo llamaron también pomme d’amour, manzana de amor, pero por suerte aquello duró poco. (No es cierto que en Berlín se llamara pomme du mur hasta 1989.) Cuando el tomate está frito es mejor dejarlo hasta que se le pase. En conserva dura mientras el frasco esté cerrado, como demuestra la cabaña de Scott. Algún tomate es la pera y otros se van por las ramas. Lo hay de Barbastro, per sucar e incluso de Montserrat. El tomate no engorda, enriquece. Prueba de ello es su aportación a la historia musical de Jamaica con el célebre tema I shot the cherry (but I did not shoot the recipe). Por lo demás, está muy rico, y sin tomate no hay bocadillo.
[1] Tomates verdes fritos, Fanny Flagg. La traducción es mía.
[2] El Powerbook, Jeanette Winterson, traducción de Àngels Gimeno, Edhasa, Barcelona, 2004.
por Steven Forti
Spiegelgasse núm. 1, casco viejo de Zúrich, 5 de febrero de 1916. En el Cabaret Voltaire se organiza una velada-espectáculo con poesías en francés y alemán acompañadas por obras de arte y música rusa y africana. Nace ahí, en el helado invierno suizo, entre el humo de los cigarros y el de una cercana fábrica de salchichas, el dadaísmo. El maestro de ceremonias es el alemán Hugo Ball que, con su pareja Emmy Henning, acababa de crear en el retro del Meitrei Bar el mismo Cabaret Voltaire, “nuestro Cándido contra los tiempos”. Así lo definió lacónicamente en La huida del tiempo, su diario de los años pasados en Zúrich. Extraña historia la de Hugo Ball, que tras las juergas de la vanguardia y un acercamiento al anarquismo –fue traductor al alemán de Bakunin– se retirará en un pueblo aislado del Cantón Ticino para conducir una vida monástica, con conversión incluida al catolicismo que había mamado en la infancia. Morirá con apenas 41 años en 1927. Leer más