23 Feb

Estrip Art, “Azulejos” por Zanahoria

Un atardecer al darme cuenta de su ausencia, pensé en lo verde que estábamos, en los árboles… el gran amarillismo de nuestras vidas urbanas, en que si yo pudiera también marcharía.

¿Pero donde se habría ido el azul? De a rojo sentí que quería buscarlo. ¿Por donde empezar? Por lo más azul lejos posible…

Con el olor del rosa cerré los ojos celestes. Sonó el Sol en mi negra acordeón. Un viento blanco sopló hacia refugios azules –donde muy lejos del gris-ciudad- se colorean las memorias.

Siguiendo al viento, comencé a caminar con la mente en blanco. Ya no sonaba el Sol sino un Si, con el que la luna guiaba a mi acordeón.

Así, sin darme cuenta entré en las tierras de la memoria. En el violeta de la noche es más fácil recorrer las calles llenas de recuerdos. Algunos duermen muchos años, otros se sueñan, mientras otros sonámbulos se beben y olvidan.

A poco andar llegué a un puente. Abajo un río. En su ribera crecían ideas verdes que en otoño amarillas caen y abonan a las nuevas.

A un lado del puente estaba la ciudad vieja. El pequeño barrio de los recuerdos de la infancia. En el otro lado, descansaban desordenadas las primeras veces adolescentes. Me las imaginé ansiosas mirando a los recuerdos más adultos, que improvisados se acomodan en una colina.

¿Empezar por el principio? Caminé donde las calles tenían el tamaño de cuando era niña. Creo que al azul le divierte ese preciso instante en que empezamos a recordar.

Yo, el acordeón y la luna avanzábamos en silencio, no queríamos molestar. Así, en una esquina escuché a un recuerdo roncar. Doblé a la derecha y en la otra a uno aullar. Lo que hacen los recuerdos cuando no los recordamos.

Al poco tiempo me encontré el primer rincón azul lado. Abajo de una ventana muchos azulejos diminutos parpadeaban. Los ojos de mi abuelo me reconocieron mientras el azul bailaba feliz rodeando a las pupilas.

Seguí caminando. En las calles habían naranjos llenos de antiguos verdes deseos. Un deseo de cuando niña me reconoció y me vino a saludar. Le comenté que buscaba al
azul, que lo extrañaba. Me abrazó como abrazan los deseos y me dijo que siguiera caminando a su lado. Tac tac, tac tac, desapareció. Giré la cabeza y vi una pared azulejada llena de pitufos, resistiendo diminutos al enorme paso del tiempo.

La noche estaba comenzando. Me sonreía el contratiempo y quizás también el tiempo.

Al final de la calle un pájaro azul roncaba pios dentro de una jaula. Sin querer despertarlo le abrí la puerta y salió volando indicándome una nueva dirección.

En ese mismo momento, un recuerdo de la niña que fui salió sigilosamente de un portal. Tenía un cuento en la mano que reconocí de inmediato. Me miró y al verme salió corriendo. Puede ser que a los recuerdos también les asuste su futuro.

Seguí caminando siguiendo el azul del pájaro, el que no era otro que el príncipe de mi cuento favorito. Pensé en que en algún azul lado estarían esos que me contaban, esos de “había una vez…”. A poco avanzar, pude observar los azulejos principales de una pequeña fuente de agua y una vez más pude comprobar que lo único que existe de los príncipes es el azul.

Bebí un poco de agua y continuó el paseo. La acordeón tenia sueño, necesitaba descansar. Por suerte encontramos un jardín de sueños, de esos que se recuerdan por la mañana. Entre muchos sueños en flor estaba uno, el más azul de todos, el de ver lo que vio Jaques
Costeau. Y fue así, entre sueños mareas, que nos dormimos un buen rato.

Al despertar sentí el agua del río correr, estábamos muy cerca. Pensé que si lo seguíamos
llegaríamos a las profundidades azules de la memoria.

A lo lejos se veía una pequeñita luz que se prendía, apagaba, giraba. Íbamos camino al faro que ilumina mis recuerdos. Con mis pies en la costa del azul, bajo el faro, abracé a mi acordeón y cerré los ojos…

Inmediatamente sentí fiebre, la del sábado azul y un domingo sin tristeza. Le di las gracias a Charly por no dejar de cantar en mi memoria.

No quería dejar el faro, siempre me han gustado mucho. La negra noche iba avanzando y no sabía que recuerdos más me iluminaría. Todo estaba en calma. En un momento de oscuridad el más fílmico de los azules, ese que hace años se viste de terciopelo, se proyectó para mi sorpresa en el cielo.

A esa hora y en ese lugar el mar se confundía con el agua del horizonte. Intentando ver donde empezaba uno y acababa el otro, vi a Venus la estrella azul. En un blanco y negro, la estrella distante me iluminó jóvenes recuerdos de cielo norte y también de cielo sur, el que me vio nacer y crecer. De pronto, un destello fugaz despertó a mis recuerdos de la poesía de Roberto y de Patti, quienes bajaron de la colina a disfrutar de esta noche que sonaba a mar.

Sentada junto a las poesías, el faro iluminó mi cansancio. Apoyé la cabeza en la acordeón y le pedí un blues, el recuerdo rebelde que tengo de Little girl blue. Y así con los primeros acordes mis ojos se comenzaron a cerrar, deseando no olvidar esta noche entre mis azules, acá lejos…