Los cereales
por Jean Murdock @CgAjeanmurdock
Un anuncio decía: «Pruébalos y sabrás dónde hay que ir». Y es cierto, de dónde vienen lo ignoro, pero adónde hay que ir cuando los comes, lo sé muy bien. De hecho, hay unos que te dan ganas de ir antes de comértelos. Los dejas en remojo un segundo en la leche y se convierten en una pasta que se parece más a algo que tenga que salir que a algo que deba entrar. Nada mejor para recordarte el camino del recto proceder. Es el momento all brown, con o de marrón[1], y no huele a ámbar, así que peor es meneallo, amigo Sancho. Ah, y quien dice en leche, dice en soja o avena. El resultado es el mismo: un asco. Por cierto que la avena es un cereal, como lo es el trigo, el centeno y la cebada. Aunque el centeno es difícil de obtener, porque lo custodia un guardián; el trigo al parecer no es limpio, y la cebada es una fiera que ha probado carne humana (en América) o una mujer que ha bebido mucha cerveza (en cualquier sitio; cerveza la hay en todas partes) –en ambos casos te entran ganas de irte de cañas, lo cual no es raro, ya que cereal viene de Ceres, la diosa romana, que no es otra que la griega Deméter, a quien se vincula con la elaboración y el consumo de cerveza. Por lo demás, añadir que Los chicos del maíz, de Stephen King, fueron de los primeros cereal killers de corta edad.
[1] Según la etimóloga Mordel Sachs, Agatha Christie se basó en hechos similares para escribir El misterioso señor Brown.