27 Nov

El bon dia comença per l’alba

per Víctor Pàmies

no diguis mal d’un dia que passat no sia. Sempre intento recordar que tothom té vint-i-quatre hores noves cada dia per disposar-ne segons els seus interessos i voluntat. Sí, ja ho sé que tenim obligacions que ens condicionen. Però fins i tot en això, podem fer de més i de menys i segur que hi podria haver molta més versatilitat i decisió de la que ens pensem.

I el bon dia comença de bon matí, quan surt el sol. Si del dia vols profit que no et trobi el sol al llit. Sobretot era una dita certa per als pagesos, que havien de començar a treballar amb la llum del sol i quan aquest marxava s’acabava la feina al camp. Calia allargar jornades per treure el màxim profit possible.

Doncs això, que el bon dia no ens agafi al llit, encara que també diuen que al llit, tot l’any és primavera.

27 Nov

Corrosión, Cap. 32. Echar mano

He sido deliberadamente inconcreto en lo que se refiere a mi cese como empleado del banco, alimentando con mi ambigüedad la idea de que mi expediente debía incluirse entre aquellos despidos que se han venido generalizando en el ámbito de la banca desde hace unos cuantos años. Pues bien, ha llegado el momento de aclarar que fui invitado a marcharme porque le eché mano a la caja.

Algún día hablaré de ello, ahora apenas daré un par de pinceladas. En primer lugar, y como cualquiera puede imaginarse, odiaba el banco, sus comisiones, sus beneficios, sus jerarquías y el carácter menguante de los derechos y márgenes de acción en nuestra condición de trabajadores, así como el marco mental en el que se nos iba imbuyendo en relación con los clientes, esos ignorantes pusilánimes a los que había que dinamizar y financiarizar debidamente para que la economía pudiera seguir creciendo. En segundo lugar, que no me movían exclusivamente los intereses pecuniarios, sino que mis actos también estaban impregnados de ciertas inquietudes sobre el autoconocimiento. Por eso, un día me guardé en el bolsillo los veinte euros de un descuadre favorable. Un billete para regalarme un buen menú en La Fonda, pero también para demostrarme mi propia complejidad: no hay nada peor que la autocomplacencia para alejarnos de ese estado del alma en el que uno es capaz de juzgar al prójimo de un modo bastante aproximado a como lo hace consigo mismo. Sin superar ese abismo mental que levantamos entre los otros y nosotros, sin esa cierta componente empática, todo se empequeñece hasta que acabamos solos, tristes o muertos. Leer más