Las sardinas
por Jean Murdock @CgAjeanmurdock
Las sardinas vienen de la lata, y lata siempre la hay porque la gente, aunque se muestra tacaña en otras cosas, la lata la da mucho y bien, así que sardinas siempre habrá. (Además, como dice la Rata en El viento en los sauces: «[…] acabo de ver, con toda claridad, un abrelatas en el aparador de la cocina, y todo el mundo sabe que eso significa que hay sardinas cerca en alguna parte». De modo que puede que las sardinas también vengan del ingenio de una rata, que no por casualidad rima con conserva.) En la lata pone que su peso escurrido es uno y el neto es otro, pero, cuando se te escurre una lata, siempre pesa lo mismo –algo más si se te escurre desde muy alto. Y cuando dicen que en el metro vamos como sardinas, tampoco es del todo cierto. De serlo, iríamos unos boca arriba y otros boca abajo, y el billete no podría costar lo mismo si fueras boca abajo, porque se te caería al suelo como en esas atracciones de feria y lo perderías y habría que comprar otro, junto con todas las otras cosas que se caen de los bolsillos cuando estás al revés, y por lo tanto debería haber algún tipo de subvención para la gente que viaja boca abajo, porque se le escurriría todo y entonces sí que pesaría menos, y eso sería una lata. Con las sardinas se hacen buenos bocadillos –siempre que no estén durmiendo, como las de Silverstein–, pero no puedes comértelos en el metro porque podrías manchar de aceite a todo el mundo. Si te gustan más en tomate o en escabeche, entonces no mancharás de aceite a nadie.