Estrip art
Secretos diminutos, por Rubén Pérez
Carlos conoció a Carla un sábado de madrugada en un after, a esas horas en las que uno ya no espera gran cosa y se conforma con lo que venga. Quizá por eso se enamoró inmediatamente de ella, ya que en su excitado estado de drogas y alcohol, que aquella preciosidad le sostuviera la mirada y además le sonriera de forma insinuante era sin lugar a dudas mucho más de lo que él podía esperar. Cuando apenas unas horas después se dio cuenta de que estaban juntos en su cama, Carlos se sentía como el tío más afortunado del mundo. Se magrearon un buen rato, aunque Carla en todo momento le negó a Carlos que le tocara el coño. Justo cuando Carlos estaba a punto de preguntarle si pasaba algo, Carla le pidió que le follara el culo. Carlos, poco acostumbrado a que le ofreciesen semejante regalo, no tardó ni un segundo en montarla. Apenas tres minutos después ya se había corrido, pero aquello no pareció importarle a Carla. Y sin preguntarle si le importaba, Carlos se quedó dormido. Por la mañana Carla le despertó con el desayuno en la cama y una sonrisa y Carlos, aun con resaca, pensó que la vida era a veces realmente buena. En un impasse, mientras ella se arrellanaba a su lado y le untaba mermelada a una tostada, Carlos acercó su mano a la entrepierna de Carla lascivamente, pero apenas entró en contacto con el breve tanga, tuvo que retirar la mano horrorizado. Carla le sonrió como si no hubiera pasado nada y Carlos no supo muy bien cómo ni qué decirle, pese a que estaba seguro de que Carla era un hombre. Cuando ella le pregunto con naturalidad si quería más café, Carlos pensó que todo aquello era una locura y se levantó de la cama sumamente confuso. Pretextando de manera poco convincente una cita ineludible, Carlos se vistió apresuradamente. Ya en la puerta Carla le metió en el bolsillo una tarjeta con su teléfono con el ruego de que la llamara. Carlos asintió a toda prisa, mientras ya abría la puerta, angustiado por la posibilidad de que Carla intentara besarle. Al llegar a la calle arrugó la tarjeta y la tiró al suelo. Después siguió adelante unos metros, pero pensó que si ella salía por cualquier cosa y encontraba en la puerta de su casa la tarjeta arrugada quizás se sintiera mal y sin saber muy bien por qué desandó el camino hecho, recogió la tarjeta y la tiró unos metros mas allá, dentro de un container. Leer más