Estrip Art, por Elsa Plaza
El grifito de Totchi
Al dar vuelta la esquina recién se atrevió a mirar hacia atrás. A pesar del gorro, con el que había ocultado la válvula que tenía colocada en la cabeza, sabía que su cara era inolvidable. Refugiarse en la clínica Dermoestética, de la calle Muntaner, era la primera parte de su plan de fuga. ¿En qué mal momento de su agitada vida se le había ocurrido coserse los labios con hilo de zapatero y pedirle a su amigo, el tatuador oficial del talego, que le inyectara tinta verde bajo la piel de los pómulos? Un proceso de absorción, inducido por oxidación de compuestos orgánicos, coincidiendo con el aire mefítico de la cárcel, hizo que el hilo de zapatero se absorbiera, y así quedó para siempre, su cara como zapatilla de deporte. Aquellos eran otros valores, y Totchi (como le llamaban sus coleguis) era el más punk de todos los punks de la Modelo. Decía que él había tocado en Londres con los X Ray Spex ,y que Marianne Elliot- Said, en persona, la reina del punk de finales de los 70, le había hecho los dos peircings en los pezones, a los que había traspasado un grueso aro de plata. Buenos días aquellos en los que aún, en Semana Santa, lo dejaban hacer de Cristo en la capilla de la prisión, y los coleguis le pasaban la cuerda por los aros de plata y lo izaban a la cruz. ¡Ah, el buen y auténtico bondage! Totchi sabía como hacerse respetar, nadie se atrevió nunca a quitarle nada, ni siquiera las cajas con chinches y pulgas que guardaba celosamente. Eran un arma eficaz contra el guardia odiado, en un descuido se las echaba dentro del uniforme. Leer más