2013 Demons, The National
por Javier Avilés
La pregunta es qué ha cambiado en todos estos años y la respuesta es todo y nada. Si yo te dijese que la respuesta es “todo y nada”, tú tendrías que adivinar la pregunta. Habría muchas posibles. Al final puedes escribir sobre lo que quieras, chaval. Puedes decir que yo he dicho incluso lo que no he dicho. Te digo todo y nada y tú escribes sobre que han cambiado los soportes, la técnica, la distribución, la difusión, la calidad incluso. Y a pesar de eso la gente sigue descargándose copias digitales de baja calidad para ser reproducida en cacharros móviles con auriculares comprados en tiendas de todo a cien… ah, ¿qué eso ya no existe?… como se llamen, da igual… ya sabes lo que quiero decir. Los puristas desprecian a esos “oyentes” que se decantan por la solución económica en una época en que la técnica permite reproducciones que rozan la perfección. Como si antes, en la era del vinilo, escuchásemos música como mandan los cánones. No han experimentado lo que era escuchar un sencillo en una cosa llamada “comediscos”. Ni aquellos maletines formados por el plato y dos altavoces, que ni siquiera tenían conexión para auriculares, eran un lujo entonces, que podías llevar de habitación en habitación y que sonaban igual que un gato encerrado en el armario de las herramientas. Ni un disco sonando con una aguja desgastada ya que para reemplazarla debías padecer una odisea que acababa con todas tus pagas de seis meses. Supongo que los talibanes de la técnica no recuerdan como para sintonizar una emisora de radio que programase a altas horas de la noche la música que querías oír debías atar a la antena un colador metálico y atinar con el dial mecánico a sintonizar la frecuencia adecuada que sonaba amortiguada por una espesa nube de ruido blanco. Pero ahí, tras la espesa papilla, sonaba el riff que tanto querías escuchar. Es solo rock’n’roll, pero me gusta.
Y te digo todo y nada y tú puedes escribir que yo he dicho que nada ha cambiado. Que seguimos cantando las mismas trivialidades sobre amor adolescente hiperhormonado, sobre tristeza sentimental, sobre drogas y sexo, sobre pérdida y exaltación. Los acordes son finitos. Sus combinaciones también. Cada poco tiempo reinventamos la música de nuestros hermanos mayores para descubrir que nos hemos convertido en los hermanos mayores de otros. Todo es reinvención y repetición. Todo consiste en reescribir en otra tesitura y tono y actitud. Los tiempos están cambiando pero nada cambia. Todos y cada uno de nosotros ha creído descubrir un mundo nuevo dibujado exclusivamente para ellos, para su generación. Pero luego descubren, si tienen el suficiente interés en avanzar e investigar, que su generación plagia a la anterior o, más bien, que existe una máquina que se alimenta y retroalimenta de toda la música anterior y que devuelve reciclada la música previa. Unos dirán evolución. Otros estancamiento. Mira, en literatura es más claro: parece que no se ha avanzado nada desde el siglo XIX si quitamos las excepciones. Se vuelve una y otra vez al realismo. En música ocurre lo mismo. Hay cierto realismo insertado en la mente colectiva que parece dictar de lo que deben hablar las canciones. ¿Hay canciones sobre el bosón de Higgs? ¿hay canciones que planteen distopías? ¿hay canciones cuyo sentido se retuerza sobre sí mismo y parezcan no tener sentido? Canciones como ensayos, como novelas de ciencia ficción, como textos de Beckett… claro que las hay… pero la corriente común habla de otra cosa. De desesperación y pérdida y todo lo que dije antes.
Mira, me gustaría ver amanecer en Nueva York, pero creo que no voy a ir ya a ninguna parte. He tomado la decisión de quedarme encerrado con mis demonios hasta el final. El mundo puede ser maravilloso con la mirada de un poeta, pero yo siempre veo los buitres planeando y los cocodrilos acechando en las alcantarillas. Me quedo con el lado sucio y perturbado de la vida. No caminaré por el lado soleado de la calle. Déjame las sombras y el olvido y el hastío de la repetición. De los días y la música. Cada canción nueva es un soplo de luz que me anima a levantarme. Pero al caer la tarde veo los viejos modos carcomiendo la nueva música. Veo el patrón y la desilusión. Pero me levanto de nuevo con una nueva canción reluciente y esperanzadora.
Voy a proponerte algo, chaval. Apaga la grabadora.