Corrosión, Cap. 34. Palabra, frase, conjunto y párrafo
Mi cofradía bibliotecaria era un clan numeroso, pero los más asiduos, aquellos que, ofendiendo a la propia naturaleza extrovertida del grupo, podríamos denominar como el núcleo duro, éramos el quinteto. Como ocurre con todas las asociaciones temporales de amigos, parecía que nos hubiéramos repartido el territorio, de forma que uno de nosotros era ágrafo, otro adoraba las palabras, un tercero creía en el conjunto del relato o yo mismo, que adoraba las frases. Pero el pedazo más curioso de todos era el de Rosales, para quien la unidad literaria más trascendental era el párrafo.
Nuestro ágrafo estrella era Pere-Lluís, que no había escrito jamás ni media palabra, según juraba y perjuraba sin descanso para defenderse de nuestras recurrentes chanzas, a través de las cuales pretendíamos dibujarle la caricatura de escritor oculto con innumerables novelas guardadas en un cajón. Tal era su grado de conciencia para evitar la escritura, que incluso a la hora de comunicarse por correo electrónico, solía ser sumamente minimalista, temeroso de perpetrar cualquier partícula literaria, aunque fuera involuntariamente. Por supuesto, Pere-Lluís era el mejor lector, pero, parafraseando a Scott Fitzgerald, “eso era todo”. Leer más