Mientras la ciudad duerme (2)
por Sebastià Jovani
Pensar el hábitat en nuestro contexto pasa, en cierta medida, por pensar aquello llamado ciudad. Habitamos la ciudad, o cuanto menos eso presuponemos. Entre otras cosas porque recibimos constantemente inputs destinados a reforzar esta impresión. Algunos son matemáticamente gravosos, como el pago (abusivo) por determinados servicios básicos que contribuyen precisamente a hacer de la ciudad un lugar habitable: agua, luz, gas. También en las contribuciones impositivas que permiten canalizar regularmente ciertos servicios públicos como el transporte, la recogida y tratamiento de basuras o los equipamientos. Y por supuesto otros servicios públicos cuyas ramificaciones administrativas y burocráticas trascienden en mucho el ámbito acotado de una ciudad, como es el caso de la sanidad o la educación. No es casual que algunos de estos servicios (especialmente en lo relativo a equipamientos y a ciertos servicios de higiene pública) empezaran a implantarse con cierta regularidad coincidiendo con el nacimiento de la ciudad barroca, que es casi lo mismo que decir la ciudad moderna. Al mismo tiempo que se edificaba la ciudad como núcleo compositivo de representación del poder de la corona se extendía el concepto de servicio público como valor añadido a esta escenografía arquitectónica. Tendremos ocasión en su momento de analizar con más detalle este matrimonio de conveniencia entre el poder y el servicio público. Por ahora nos basta con situar históricamente su germen y constatar de esta manera el hilo conductor que nos une a la ilustrada, despótica y teatralizada ciudad del Barroco.