Desde la caja de libros XXXIV
por @librosfera
Una nueva serie en la sección dominical sobre bibliotecas.
Porque, a veces, salimos en las noticias…
DOSSIER DE PRENSA
(primera entrega)
Robert Morin vivió una vida simple y frugal.
Según informó el Boston Globe, conducía un viejo Plymouth del 92. En su tiempo libre, leía – mucho. Y no comía nada sofisticado.
“Tomaba Fritos y Cocacola para desayunar, un sandwich de queso en la biblioteca, y algo precocinado para cenar porque sólo disponía de un microondas”, declaró su asesor financiero al Globe. “Era un caballero muy inusual.”
Morin trabajó durante años en la biblioteca de la Universidad de New Hampshire; allí ejercía de catalogador, cuyo trabajo consiste en describir por escrito los materiales nuevos que llegan a la biblioteca.
La semana pasada, la universidad anunció que cuando Morin murió en marzo de 2015, a la edad de 77 años, dejó su herencia a la universidad.
Una herencia de 4 millones de dólares.
(Continua en Independent)
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El robo o la dejadez a la hora de devolver libros a la biblioteca se va a acabar. Al menos en Alabama, que ya ha comunicado a sus lectores sus nuevos planes para hacer cumplir estrictamente las normas: ahora existirá hasta la posibilidad de que el cliente que no devuelva un libro a tiempo vaya a la cárcel. La deuda que acumula esta biblioteca pública -la de Athens-Limestone- no es moco de pavo. Más de 200.000 dólares en libros atrasados, ya sea con intencionalidad o por mera irresponsabilidad de los usuarios.
Su nueva política incluye desde multas de 100 dólares a penas de prisión de 30 días, o incluso ambas cosas, como ha señalado el News Courier. La directora de Athens-Limestone, Paula Laurita, ha declarado que si las nuevas reglas son tan duras es porque hasta ahora se había estado robando con demasiada eficacia “tanto a la biblioteca como a los contribuyentes”, además de un obstáculo para la eficacia y el funcionamiento del establecimiento. “Y los contribuyentes esperan que nosotros protejamos su inversión, obviamente”, cuenta la responsable de la biblioteca, Laurita. “Hacemos todo lo posible para ser buenos administradores de los fondos públicos”.
(Continua en El Español)
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Si buscas en Internet historias sobre bibliotecas públicas y Estados Unidos lo más probable es que tarde o temprano te topes con la frase “en pie de guerra”. La guerra a la que se refieren, y en la que las bibliotecas han estado inmersas desde los ataques del 11 de septiembre, es la defensa de la libertad de expresión y la privacidad – dos conceptos tan fundamentales para nuestra democracia, nuestra sociedad, y nuestra Constitución que uno no puede dejar de darse cuenta de lo poco que se ha mencionado su importancia durante la pasada campaña electoral. De hecho, más bien ha sucedido lo contrario: Donald Trump ha fomentado el silenciamiento de periodistas y la supresión de protestas políticas, mientras argumentaba que las agencias gubernamentales no estaban espiando lo suficiente a ciudadanos, especialmente musulmanes. Hillary Clinton no ha propuesto nada específico respecto al límite de la vigilancia, mientras su colega Tim Kaine ha prometido aumentar el espionaje. Mientras tanto, las bibliotecas públicas siguen siendo amenazadas por la vigilancia gubernamental, e incluso la actuación de las fuerzas de seguridad.
En el incidente más reciente, un bibliotecario de Kansas City, Missouri, fue arrestado simplemente por defender la libertad de expresión de un usuario en un acto público en el que participaba un antiguo cargo diplomático de los EEUU. Tanto el bibliotecario como el usuario se enfrentan ahora a una acusación criminal. El incidente tuvo lugar el pasado mes de mayo, pero pasó desapercibido hasta que varios grupos de apoyo llamaron la atención sobre la situación a finales de septiembre.
(Continua en The New York Review Of Books)