2009, Ulysses, Franz Ferdinand
por Javier Avilés
¿Por qué has vuelto? No eres Ulises y esta habitación no es Ítaca, isla áspera, pero buena criadora de mozos. Tal vez esto sea Eea y acabes convertido en cerdo. O quizás, puesto que su localización no aparece en los mapas ni su nombre escrito en ningún sitio, estés atrapado en la cueva de Polifemo, dispuesto para el banquete. No eres Ulises, chaval, nunca, nunca, volverás a casa. Vamos, coloquémonos. ¿No? Bien hecho. Beberé yo, entonces, como siempre. Tú puedes quedarte ahí, sentado, como siempre, con tu estúpido trasto grabando el silencio, como siempre. De todas formas tú tienes que saber mejor que yo lo que pasaba durante esos años. Deberían ser tus años del despertar a un mundo luminoso que creías que iba a ser tuyo. El diez se acercaba. Habíamos dejado atrás la locura mileniarista. Aceptábamos el inexorable y prosaico paso del tiempo. Una fecha en el calendario no significa nada. Creemos que nuestra arbitraria forma de medir el tiempo tiene consecuencias cuando el tiempo es una magnitud que se escurre entre los dedos. Creemos que poniéndole nombre podemos dominarla. Poner nombre a una cosa no es conocer su verdadero nombre. Solo el verdadero nombre, aquel que permanece oculto y que nunca nos será revelado, confiere verdadero poder sobre las cosas. Si conociéramos el verdadero nombre del tiempo, y no es Tiempo, lo podríamos controlar a nuestro antojo. Como no es así, todo transcurre en la dirección de la flecha… una gigantesca flecha que señala una tumba con nuestro nombre y en la que se puede leer USTED ESTÁ AQUÍ. No quiero repetirme, chaval. Pero vayamos a ello de nuevo. El fin del mundo no llega, el desastre no se produce la noche de fin de año. El mundo sigue adelante aunque hubiésemos querido pararlo. Las torres caen. El futuro es un horror de devastación o, proféticamente no hay futuro. Ese es nuestro legado. Entonces vosotros, para quienes el futuro debería ser brillante y prometedor volvéis al pasado, creéis reinventar el punk, creéis que se puede reventar el sistema con vuestra música, rescatáis la vieja fórmula, sexo, drogas y rock’n’roll, y os lanzáis a la calle en busca del último festival, de la última sustancia sintetizada en laboratorios clandestinos y creéis ser Ulises recorriendo la ciudad desde la mañana hasta la noche en busca, en busca, ¿qué buscáis? Yo tengo mi pastilla de jabón con aroma a limón y una patata en el bolsillo. ¿Qué tenéis vosotros? Una botella de agua “mineral” (perdona si me río) vendida a precio del mejor whisky, un sobre con sonrientes pastillas y ansiedad, mucha ansiedad, una continua e imbatible ansiedad que se contagia a todo cuanto os rodea. Una ansiedad que os congela la sangre y consigue que os quedéis inmóviles ante el escenario con el corazón sincronizado con la cadencia que transmite el bajo: la-la-la-la, hoo-hoo-hoo, you-‘re not U-ly-sses, hoo-hoo-hoo, la-la-la-la, hoo-hoo-hoo. No-e-res-u-li-ses. Y el borboteo de la ansiedad gestándose en el pecho, esa sensación que pone a los pulmones a punto de explotar , desaparece, creéis que desaparece tras la pastilla con la cara estampada de ese simpático personaje de dibujos animados que veías de niños y no puede ser malo si lleva la carita adorable de esa figura de plástico que guardabas como un tesoro, no puede perjudicarme si mis padres me ponían una y otra vez la colección de cintas de VHS donde aparecía ese entrañable personaje de las pastillas, en episodios de veinte minutos o en películas de hora y media, y no te importaba dónde estaban tus padres mientras la cinta desgranaba capítulo tras capítulo las aventuras del personaje que patrocina la pastilla que tragas con un sorbo de agua de tu botella de plástico y el mundo se ensancha de repente y todo es un gran televisor que emite veinticuatro horas al día tu serie favorita de dibujos animados, mientras en el escenario te dicen, no, no, no, no eres Ulises, nunca, nunca, nunca llegarás a casa. Y piensas, pensáis, que quién quiere volver a casa. Porque también habéis oído otras frases que pronunciábamos mientras pensábamos que estabais concentrados ante la pantalla del televisor. Frases bonitas como que hay que elevar una oración a los dioses para que el camino sea largo y esté lleno de aventuras. Pero también sandeces como que hay que vivir deprisa y morir joven para ser un bonito cadáver en la lista de los de veintisiete, y chorradas murmuradas en broma como un chiste rancio sobre si las drogas son malas, míralas, ahí sobre el mostrador, ¡aquí está la droga!, ¿te hace algo?, ¿te muerde?, ¿te pega?, ¿te araña?, ¿salta y te coje de los huevecillos? ¡Qué va a ser mala, hombre…!