1995 Hyperballad, Björk
por Javier Avilés
¿Crees que no sabía lo que hacías cada mañana? ¿Crees que no veía el barranco duplicado en tus ojos cada vez que te miraba, oía el sonido de los trastos despeñándose a través de tus oídos? ¿Crees que no veía con alivio la sonrisa que me brindabas cuando creías que me acababa de despertar? ¿Crees que tu sonrisa no me liberaba de la angustia de tus huesos quebrados, de tu cabeza partida, de tus ojos abiertos y cerrados para siempre? Cada mañana la misma comedia de pretendida felicidad, cuando yo sabía que cada día te permitías unos minutos de coqueteo con el abismo. Tú sabías que no podía durar, que yo, de alguna manera, tarde o temprano, como así fue, lo iba a joder todo. ¿En qué lugar me dejaba tu maldita hiperbalada de amor? ¿Acaso no me dejaba un único papel a representar? El rol del estúpido egoísta carente de emociones. Me arrinconaste, me condicionaste, me dejaste sin salida. Tú te asomabas al precipicio y arrojabas piezas de coches abandonados y botellas. Escuchabas el estrépito del metal contra la roca, el sutil estallido del cristal. Imaginabas tu cráneo, tus miembros. Pero, querida, ¿no te das cuenta que el que estaba continuamente al borde del abismo era yo? Claro que sí. Tú sabías que yo lo iba a destrozar todo. Lo único que esperabas era que llegase ese día para empujarme hacia las rocas y los matorrales. ¿Ibas a arrojarte conmigo? ¿Pensabas darme un abrazo mortal antes de dar el último y fatídico paso? ¿Pensabas brindarme una última sonrisa mientras caíamos? Hiperdramática, creías vivir conmigo en la cima de una montaña, aislados del mundo, cuando en realidad vivíamos en un vertedero en los suburbios de los suburbios, cerca de un río infecto y herrumbroso cuya agua apestaba a cientos de kilómetros. Te lo digo por si no lo recuerdas. Seguro que sí. Seguro que recuerdas avergonzada aquellos días y el amor que decías sentir por mí. ¿Recuerdas? La cagué, lo jodí todo. No podía ser de otra manera. Seguro que lo recuerdas. No podrías olvidar mi traición. O quizás sí. Quizás me has olvidado completamente, me has borrado de tus recuerdos para no tener que recordar como eras entonces. Para no recordar el barranco hacia el que nunca te precipitaste. Te imagino ahora. Una madura madre de dos hijos adolescentes que en sus ratos libres lee en su lengua original a poetas cuyos nombres nadie sabría pronunciar. Algo queda de aquella hiperbaládica joven tras tu aspecto de mujer convencional, tras el disfraz de profesional seria y concienzuda. Algo que finalmente no saltó al abismo. Aunque cierta parte de ti se precipitó al vacío, como aquellas botellas, como la cubertería que dejabas caer para oír como iban chocando contra las rocas. Ahora que te has librado de aquella parte, ahora que te has librado de mí eliminándome del todo, ahora te sientes segura, ahora te sientes verdaderamente feliz en la seguridad de tu mediocridad. No hace mucho te vi…
(El periodista hojea el cuaderno buscando una continuación a aquella ¿carta?, pero no encuentra nada más aparentemente relacionado, o no sabe encontrarlo, o no entiende nada. Se pregunta si ese texto va dirigido a la misma mujer a la que sollozaba con lágrimas de borracho en otra página del cuaderno… no sabe. Se siente impulsado a crear una historia que las relacione, que de consistencia a un relato vital que el personaje le escamotea continuamente en un juego que solo el personaje entiende y disfruta. ¿Acaso no es lo mismo con esa(s) mujer(es)?, piensa. ¿Acaso la vida del personaje no es más que un juego personal con sus propias reglas en el que no permite que nadie más participe? Un juego que reconstruye la realidad a conveniencia de su autor y único jugador. El periodista se ha documentado. Sabe todo lo que se ha escrito sobre el personaje a lo largo de los años. Sabe lo del accidente. Sabe sobre los rumores que envuelven a aquel fatídico episodio de la vida del personaje. Sabe que no obtendrá nada interrogando al personaje… escribe: “En 1995…”)