03 Oct

Corrosión, Cap 27. Raúl

por Dioni Porta

Mi consejo es el siguiente: si alguna vez os encontráis por la calle con un amable individuo de nombre Raúl que os invita a dar un suave paseo por las calles de la ciudad, declinad la oferta antes de que sea demasiado tarde. En mi caso se trataba de un Raúl argentino, con barba mesiánica, boina de fieltro y chaleco multibolsillos beige, pero entiendo que es una enseñanza extrapolable a todos los Raúles.

Los acontecimientos se inician de un modo que no puede ser más inocente, cuando el Raúl de turno te propone acompañarle a una biblioteca cercana, y como la escena de dos desconocidos caminando hacia una caja de libros desprende un ideal de camaradería y vigor civil que te acaricia el alma, no tardas en entregarte a ella sin reservas. El verbo de Raúl te encandila, porque los asuntos de los que habla son tan universales —los pecios como patrimonio cultural subacuático, las fluctuaciones en el precio de la soja o que las cucarachas sobrevivirán a la especie humana y al resto de mamíferos— que sirven para limpiar de un plumazo toda tentación mental de regocijarse en la siempre rotunda y asfixiante realidad. A mí toda esa distancia respecto a lo inmediato y lo cercano me venía de maravilla, pues aquello que podríamos denominar como mi proceso personal, era, en parte, un intento de trascender una realidad para la que me había manifestado muy poco dotado, como demostraba la reducción de mi persona al gris avatar de empleado de banca —tan desmotivado como resignado— que espera con melancolía a que su exmujer se vuelva a enamorar de él, con el agravante de que ni en mi actitud ni en mis actos se podía reconocer ninguna naturaleza de esfuerzo ni talento para que así fuera. Leer más